Homero Aguirre
En el
discurso presidencial desaparecieron aquellas tonantes declaraciones dirigidas
hace algunos años contra la inversión extranjera; ahora, AMLO afirma que es el
promotor del traslado de empresas extranjeras de Asia hacia México, una de las
manifestaciones del llamado nearshoring.
Hace
tres años, el presidente exclamó: “A robar a otro lado, México ya no es tierra
de conquista. “Antes, durante el periodo neoliberal, sólo importaban los
negocios, utilizaban al gobierno para sacar provecho en lo personal, tenían
secuestrado al gobierno, sólo les importaba saquear a México, empresas, sobre
todo extranjeras, que nos veían como tierra de conquista. Todo eso ya se
terminó. A robar a otro lado”. Después de esa declaración, no hizo nada
específico para que dejara de ocurrir ese “robo”, como lo demuestran los
abundantes datos de crecimiento de las fortunas de los magnates mexicanos y
extranjeros.
Partiendo
de que México es un país capitalista y que los empresas, no solo las
extranjeras, no son asociaciones sin propósitos de lucro o dedicadas al
servicio social y que la tierra y las fábricas son propiedad privada, o sea,
pertenecen a personas física o morales que por lo tanto también son dueñas de
la riqueza producida. Esto puede resultarle abominable al presidente o a quien
sea, pero esto no es un asunto moral sino económico, que no cambiará mientras
exista propiedad privada sobre esos medios de producción.
Pero
hace pocos días, se olvidó de que ya había expulsado a los presuntos ladrones y
ahora se mostró como el artífice de la llegada de empresas extranjeras a
México. Ya no habló de neoliberalismo ni de las acusaciones de robo a la nación
que les lanzó a empresas extranjeras. Henchido el pecho de orgullo, ahora dijo:
“nosotros fuimos los promotores de esos cambios, de la llegada de las empresas
que buscaban Asia para instalarse y ahora prefieren México, nosotros fuimos los
que insistimos mucho en eso (…) “Es muy buena la relación económica y
comercial, por eso está llegando mucha inversión foránea a México como nunca.
Hay una palabrita ahí que la usan todos que es nearshoring, que surgió hace
tres cuatro años, pero eso fue producto de un trabajo político que se hizo
desde México”. He aquí una mentira
redonda, o un espejismo fruto de la ignorancia.
El asunto importa, pero no por los malabarismos verbales del presidente para intentar ocultar sus inconsecuencias; no es la primera vez que dice una cosa y luego afirma lo contrario. Tampoco porque haya que ponerse a rebatir su falaz afirmación de que esos movimientos de capitales internacionales se deban a sus buenos oficios diplomáticos. Más de un capitalista internacional aún debe estarse riendo de esa presuntuosa afirmación, pues el desplazamiento de capitales de Asia a México se debe a movimiento geopolíticos, uno de cuyos objetivos es debilitar a China, y no a una labor de inteligente gestoría del presidente ante sus amigos Trump y Biden.
El
tema es relevante porque los mexicanos debemos preguntarnos qué efectos traerá
en nuestras vidas la anunciada llegada de cuantiosas inversiones extranjeras,
provenientes de Asia o de dónde sea. ¿Nos ayudarán y colocarán al país como una
potencia económica, como afirman algunos propagandistas? ¿Es la inversión
extranjera el bálsamo maravilloso que curará las heridas de la pobreza, la
marginación y la violencia que atormentan a millones de mexicanos? Nada de eso.
Según el sitio web del gobierno de
México, “La Inversión Extranjera Directa (IED) tiene como propósito crear un
interés duradero y con fines económicos o empresariales a largo plazo por parte
de un inversionista extranjero en el país receptor” O sea, es una cantidad de
dinero invertido por extranjeros en empresas en nuestro país, con el fin de
obtener plusvalía del trabajo de los obreros mexicanos.
Y agrega el gobierno mexicano: “Es
un importante catalizador para el desarrollo, ya que tiene el potencial de
generar empleo, incrementar el ahorro y la captación de divisas, estimular la
competencia, incentivar la transferencia de nuevas tecnologías e impulsar las
exportaciones. Todo ello incidiendo positivamente en el ambiente productivo y
competitivo de un país”. Eso es lo que dice la demagogia oficial, pero la
verdad es muy distinta.
Los inversionistas, sean extranjeros
o nacionales, buscan donde encontrar mayores tasas de ganancia, que se obtienen
con salarios bajos, aplicación de tecnología que no están dispuestos a ceder al
país receptor de la inversión, terrenos casi regalados donde instalarse,
impuestos bajos o condonaciones de los mismos en periodos amplios, mercados
cercanos donde vender sus mercancías, entre otras facilidades. Todos esos
requisitos los encuentran en México. La ganancia está garantizada para el
inversionista, pero el país gana muy poco, salvo algunos miles de empleos mal
pagados.
“No hay un solo ejemplo de país que
haya salido de su rezago tecnológico gracias a la transferencia de tecnología
de punta de los países avanzados; el capital extranjero distorsiona el
crecimiento económico del país huésped forzando su aparato productivo a
volcarse hacia el mercado exterior con total abandono de la demanda interna.
Algo semejante ocurre con la
infraestructura, que debe diseñarse y ejecutarse en función de las necesidades
de exportación y no de las del propio país; y la generación de empleos es
ilusoria, porque la inversión extranjera se aplica a las industrias altamente
tecnificadas y automatizadas que, por eso, demandan poca mano de obra. Se suele
citar a las maquiladoras como ejemplo en contrario, pero se olvida que también
son ejemplo de bajos salarios, sobreexplotación de la mano de obra e
inestabilidad en el empleo”, escribió al respecto el ingeniero Aquiles Córdova.
Para que podamos creerle las
bondades que le atribuye a la inversión extranjera directa “traída gracias al
trabajo de AMLO”, el Gobierno tendría que decirnos cómo piensa hacer para que
esas inversiones no sirvan simplemente para expoliar a los trabajadores
mexicanos mediante salarios de hambre y jornadas amplias y extenuantes; aclarar
cuáles serían las condiciones fiscales que garanticen que esas inversiones
generen ingresos adicionales al Estado mexicano para que éste pueda combatir la
marginación y la pobreza; cuál es el plan concreto para que México construya
una base industrial propia y poderosa y cómo piensa lograr un desarrollo
científico y tecnológico capaz de generar propia tecnología de punta. Pero creo
que eso es pedirle peras al olmo.
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