Pedro Vargas Avalos
Desde
hace casi tres años estamos inmersos en los dimes y diretes de la sucesión
presidencial, acentuados en nueve Entidades Federativas por la elección de
gobernadores, además de que nacionalmente también se votará por diputados,
senadores y ayuntamientos, lo cual nos tiene a los mexicanos hasta la coronilla:
a toda hora tenemos que soportar una lamentable guerra sucia, padecer el cruce
de ataques entre partidos y candidatos, así como presenciar debates, leer
comentarios sesgados y enterarnos de encuestas contrahechas, aunque por fortuna
no lo son todas.
Ante
ese panorama enrarecido, así como la ley marca el 29 de mayo para finalizar las
campañas electorales, abriendo un paréntesis de reflexión a los ciudadanos con
el objetivo de que estos puedan serenamente sufragar el domingo 2 de junio, de
igual manera nosotros optamos por redactar una colaboración amena y orientadora
sobre los portentos de nuestro bellísimo lago de Chapala y su rivera, que son
una especie de oasis idílico para sus visitantes.
Chapala
y su entorno son un fantástico vergel. A ello se debe la visita interminable de
paisanos y connacionales, así como la presencia y el arraigo de miles de
extranjeros. Esos visitantes procedentes de Jalisco y fuera del Estado, estiman
al entorno de Chapala y su lago, como zona esplendorosa, trasunto de un fidedigno
edén.
Ser
nativo o poblador de este girón paradisíaco, implica el compromiso
consustancial de ser auténtico, digno, esforzado, impulsor de los principios cívicos
y salvaguarda de la cultura, instrumentos con los cuales se amplifica la fama
de Chapala, se realza la fortaleza de Jalisco y se ennoblece a México por
entero.
La
denominación prehispánica Chapalac, (Chapal-lan), cuyo significado elemental es
“lugar empapado”, a fines del siglo XVI ya había evolucionado suprimiéndosele
la consonante final, y de allí hasta siempre, el nombre de Chapala implica
belleza, feracidad y complacencia. Esto no excluye lo que afirmaron hace
siglos, los cronistas Fr. Antonio Tello y Fray Francisco Mariano de Torres: que
un cacique coca (o cazcán) del lugar, se llamó Chapa o Chapal, y por ser bien
querido de la gente, en su memoria la población se denominó Chapalac, o sea,
“el lugar de Chapal”.
Lo
anterior explica el nombre del pueblo, pero ¿Dónde queda y cómo surgió la
denominación de la laguna? Esas interrogantes las resuelve el antedicho padre
Tello, quien ubica geográficamente el lugar, al decirnos que el pueblo de Chapala
está a ocho leguas de Guadalajara, entre oriente y sur, al pie de una serranía
muy grande que tiene al norte, y junto a la gran laguna llamada “Mar Chapálico”,
a la cual en belleza no le iguala la de Maracaibo, Venezuela, y ni siquiera la
llamada Mar de Tiberíades, el lago donde deambuló Jesucristo. Nuestro insigne
cronista realza además de la hermosura de la laguna, el pescado blanco y el
bagre que produce, en cantidad tal que aseguraba sería suficiente para
abastecer a la hermosa Perla Tapatía. En cuanto al nombre del lago, lo atribuye
a que antiguamente Chapala era la cabecera de la ribera, “por el mucho gentío
que en tal pueblo estaba congregado” y así, aunque hay numerosas poblaciones,
no se llamó sino como se denominaba la principal de ellas, quedando para
siempre como Lago de Chapala. Sobre los habitantes del lugar, los describe como
hombres de gallardía y bien constituidos; en cuanto a sus mujeres, asegura que
poseían tan atractivas formas, que no tenían comparación, a tal grado que, de
todas las comarcas Mesoamericanas, ninguna les aventajó en sus encantos.
Al
respecto, el gentilicio de los habitantes de la ribera es el de “chapalteca”
vocablo que engloba tanto la “identidad” como el “apego al terruño” y el
“orgullo de ser de Chapala”, lo cual implica ser auténtico, eufórico, trabajador,
impulsor de los valores culturales, cívicos y sociales, atributos con los
cuales engrandecen a Chapala, enaltecen a Jalisco y ennoblecen a México.
El
entorno chapálico resulta esplendoroso: Presenciar, gozar un atardecer en el
mágico Ajijic, es transportarse al infinito; recorrer San Juan Cosalá, rumbo a
Jocotepec, nos proyecta a la excelencia; y en este antiguo poblado, podemos experimentar
su singular muelle de madera.
Transitando
por este lado occidental de la laguna, se arriba al risueño pueblito de San
Luis Soyatlán, de bulliciosos atardeceres. Luego se llega a la tierra del invicto
prócer Ramón Corona, el apacible Tuxcueca. Más allá, avistamos a Tizapán el
Alto, recio límite jalisciense del vaso chapálico.
Por
la otra parte de la laguna, viniendo de La Barca, cuna de las refrescantes
“cazuelas” que son una delicia para la garganta, se arriba a Jamay, repleto de
pesca y folklor, para luego admirar al dinámico Ocotlán, ejemplo de progreso, y
junto a este, apreciar al sosegado Cuitzeo, pueblito de Poncitlán. Ya en este
municipio, se arriba al autóctono vecindario de Mezcala, desde el cual se hace
el viaje lacustre a la célebre isla de su nombre, donde es obligado contemplar sus
sólidas construcciones del siglo XIX.
Observando
lo que fue el Fuerte de Mezcala, es preciso hacer un alto, para meditar sobre
el excelso heroísmo de los insurgentes que allí, del año de 1812 al de 1816,
derrochando gallardía, fiereza y organización guerrera lucharon por la
independencia de México, permaneciendo imbatibles no obstante sus desventajas en
armamento y equipaje, frente a los realistas ibéricos, quienes, poseyendo muy
superiores bagajes bélicos, nunca vencieron a nuestros denodados patriotas.
Vaya un recuerdo de honor a los gloriosos Encarnación Rosas, Marcos Castellanos
y José Santana, columnas de esa gesta libertaria jamás vencida, única en la
lucha por la independencia en toda Latinoamérica.
De
retorno por la fértil exhacienda de San Nicolás de Ibarra, a la citadina
Chapala, hay que saborear su gastronomía, acudiendo a sus populares fondas, al
concurrido mercado, sus calificados restaurantes, abrigadores hoteles y
residencias de descanso. Aquí comer es un arte: fácil de escoger, abundante y
sabroso a la vez, es complicado probar de todo, por lo variado de sus platillos,
alimentos generalmente preparados con las especies del lago: picosos charales, sazonado
caldo michi, antojadizo bagre, suculento pescado blanco, exquisito caviar,
birria tradicional, apetitoso ceviche, etc., que se coronan al final con algún
dulce típico.
Entre
los edificios que se deben visitar en la agraciada Chapala, está la ahora
rejuvenecida estación que fuera la oficina del Ferrocarril de Chapala,
inaugurada en 1920, la cual simboliza un sueño de los chapaltecos, ahora
convertido en Centro Cultural González Gallo. El inmueble es elocuente
testimonio de la arquitectura local; sobre ello, afirma un cronista laguense,
que fue diseñado por el Arq. D. Guillermo de Alba, siendo una “pequeña gran
obra de arte y es tal vez, el edificio más importante que diseñó el Arquitecto
de Alba, después del Hotel Fénix de Guadalajara”.
También
se debe acudir a la multicentenaria parroquia de San Francisco y al viejo palacio
municipal, ahora local de cultura. Asimismo, debe presenciarse la nueva
presidencia, que fuese décadas atrás un hotel afamado. Y muy cercas, está el punto
cervecero donde triunfó el notable Mike Laure, de inolvidables éxitos musicales.
Allí se prosigue un paseo por el muelle y luego se recorre el parque de la
Cristianía.
El
municipio de Chapala, ostenta dos nombramientos de enorme valía: tener el pueblo
mágico de Ajijic, cuyo clima es aclamado como el segundo mejor del mundo entero,
y el título de “SEÑORIAL E INSIGNE CIUDAD” que se otorgó a la cabecera
municipal, por el “trabajo permanente,
fructífero, generoso y ejemplar de integrantes de la sociedad civil al que se
ha sumado la autoridad municipal de Chapala para la defensa, limpieza,
redignificación y conservación del emblemático Lago de Chapala así como de la
preservación y enriquecimiento de su legado cultural”. El galardón representa un homenaje para su
población y sus autoridades, un orgullo y compromiso compartido también por
todos los jaliscienses y aun los millares de visitantes que a diario disfrutan
de los atractivos de Chapala y su entorno esplendoroso.
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