Brasil Acosta Peña
El
descarrilamiento del Tren Maya revelo, una vez más, la incapacidad del gobierno
de la 4T para cumplir con las promesas que hizo a la población, ¿qué debemos
hacer los mexicanos? Organizarnos.
El
Tren Maya se descarriló; y con ello se probó de manera contundente la
incapacidad de un gobierno para cumplir con las promesas que hizo a la
población. Es un descarrilamiento que debe servir a los mexicanos para
comprender que las tareas de gobierno, hasta ahora delegadas a los partidos
políticos y a su capacidad para ganar la simpatía de la gente con cambios de
look o entregas monetarias compra-votos, deben realizarse con base en la
capacidad de respuesta real a los intereses laborales del pueblo y no a los de
los poderosos grupos económicos detrás de las organizaciones partidistas.
El pueblo de México ha visto pasar
por el poder político a varios partidos con “estilos de gobierno” diferentes,
pero que a final de cuentas han dado el mismo resultado: que los pobres son más
pobres y que su número es mayor; que muchos de los ricos ahora son millonarios
y los multimillonarios mucho más poderosos que antes. Sí, y todo esto ocurre
mientras el pueblo trabaja arduamente, gana salarios muy bajos, pasa hambre y carece
de educación, salud, vivienda digna, seguridad pública, etc.
Cuando
el actual Presidente de la República fue candidato, reconoció que el problema
fundamental de México es la corrupción, se comprometió a acabar con ésta y con
el dinero que recuperaría de ese combate prometió abatir la pobreza. Pero, ¡qué
lejos estamos del cumplimiento de esa promesa; lo único que hemos visto es a
los hermanos del Presidente recibir dinero en efectivo; a uno de sus hijos
mayores habitando en Houston, Texas una residencia, propiedad de una compañía
con contratos directos con la empresa paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex);
y al otro ocupando la casa de una funcionaria del diario La Jornada.
Recientemente, además, leímos en la
prensa cómo es que los hijos del Presidente se encargan de intermediar con
algunos empresarios que participan en proyectos millonarios como el Tren Maya;
y cómo uno de éstos sobornó al supervisor de esta obra para que autorizara el
uso de sus materiales sin que importara que cubrieran o no los requisitos
técnicos. Fue por ello que, en días pasados, el Tren Maya se descarriló y
aclaró la forma en que este gobierno “combate la corrupción” y realiza obras
muy costosas que no están pensadas para resolver los problemas del pueblo.
En la misma situación de sobrecosto,
inutilidad y sospecha de corrupción se hallan el fallido Aeropuerto
Internacional Felipe Ángeles (AIFA) y la refinería de petróleo de Dos Bocas,
que sigue sin refinar y que, con las otras dos obras “emblemáticas” del
Presidente, representan el fracaso más escandaloso de la política
deconstructiva de este gobierno, como desde el principio del actual sexenio
advertimos en este espacio periodístico.
Estas lecciones deben servir para
educar al pueblo, que muchas veces “no experimenta en cabeza ajena”. Lo que
hace falta en México no son redentores, mesías o curanderos sociales. Hoy
estamos llegando a un punto donde los partidos políticos y sus candidatos
recurren a toda clase de recursos (dinero en efectivo, mentiras, promesas
grandilocuentes, etc.) para “convencer” a los electores de votar por ellos;
pero en realidad únicamente están pensando en favorecer los intereses de los
poderosos.
De
acuerdo con una previsión del ingeniero Aquiles Córdova Morán, dirigente del
Movimiento Antorchista Nacional (MAN), ya llegamos al punto de mayor
incertidumbre, al que siempre ha estado expuesto el sistema político mexicano:
en nuestra “democracia de mercado” gana quien tiene más dinero y que con
claridad no se sabe si este dinero tiene un origen “bueno o malo”.
Sí,
muchos de los electores del país están a la espera de ver quién les ofrece más
por su voto y establecen un “contrato” de corto plazo perverso con el que a
cambio reciben una determinada cantidad de dinero. Sin embargo, una vez que se
cumple el acuerdo de compraventa, el partido político y sus candidatos se
deslindan de sus compromisos de campaña y los ciudadanos no tienen derecho a
exigir la concreción de los servicios ni las obras públicas que les
prometieron.
Como
se ve, el sistema “democrático” vigente en México está roto y ningún partido,
incluido el que gobierna, se salva de estas desviaciones. Por ello, es
necesario que el pueblo tome conciencia del problema y resuelva el asunto.
Todos los partidos, todos, dicen gobernar en nombre del pueblo; pero una vez
que llegan al poder, satisfacen intereses que no son los del pueblo al que
suponen defender.
La solución, ante esta cruda y cruel
realidad, es teóricamente sencilla: que el pueblo no deje su destino en manos
de otros; es decir, que no siga confiando en quienes aseguran gobernarán para
él, sino que se organice y luche para que el poder quede en sus manos, con un
programa de gobierno que mejore sus condiciones de trabajo; que ponga el acento
en la educación y la salud de sus hijos; en la seguridad pública para todos y
se comprometa a garantizar un futuro luminoso y colectivo, en el que las
riquezas y las oportunidades sean alcanzables para quien decida trabajar en esa
dirección.
Ésta
es la tarea a seguir, no la del Tren Maya, cuyo descarrilamiento se debió a que
siguió la misma ruta del sistema político “democrático” de México. Carlos Marx
escribió: la liberación del pueblo debe ser obra del propio pueblo; y con los
logros de su partido revolucionario en Rusia, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, demostró
que el ejercicio del poder en manos del pueblo es perfectamente posible.
Aprendamos de la historia y construyamos un nuevo futuro.
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