Abel Pérez Zamorano*
No toda
“transformación” social es una revolución; puede tratarse sólo de cambios en la
superestructura: políticos, jurídicos, ideológicos, en la forma del Estado, o
de reformas, como cambios cuantitativos del desarrollo.
No
toda “transformación” social es una revolución; puede tratarse sólo de cambios
en la superestructura: políticos, jurídicos, ideológicos, en la forma del
Estado, o de reformas, como cambios cuantitativos del desarrollo. Pueden
cambiar la raza o etnia gobernantes, pero sin modificar la estructura
económica, dejando intactas las relaciones de clase. En cambio, las
revoluciones sociales –en nuestros tiempos, pacíficas, donde el pueblo toma el
poder en elecciones–, son transformaciones estructurales en dos aspectos: la
clase social triunfante sustituye a la que controla los medios de producción
fundamentales y que detenta el poder político, el control del Estado.
Revolución es cambio de clase social en el poder. Y, obviamente, la “Cuarta
Transformación”, aunque así se autodenomine (o eso piensen de sí mismos sus
promotores), no ha realizado estos cambios. Los poderosos, dueños del país, los
“de antes”, siguen siendo los mismos “de ahora”, aunque más ricos.
Para
entender mejor la conceptualización de estos procesos, permítaseme citar aquí
la idea expuesta por Marx en su prólogo a la Contribución a la crítica de la
economía política (1859): “… en la producción social de su existencia, los
hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su
voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas
relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la
base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a
la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e
intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la
realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su
conciencia. Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la
sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes,
o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad
en cuyo interior se habían movido hasta entonces (…) Entonces se abre una era
de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica
trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al
considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno
material de las condiciones económicas de producción (…) y las formas jurídicas,
políticas (…) ideológicas bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de
este conflicto y lo resuelven. (…) Una sociedad no desaparece nunca antes de
que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las
relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella
antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan
sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad”.
Un
breve vistazo a la historia de México al trasluz de esta teoría nos dará una
visión más concreta. Con la conquista, los españoles nos impusieron el
feudalismo, entonces prevaleciente en España, basado en la gran propiedad
terrateniente y en el uso de medios coercitivos para someter a la fuerza de
trabajo, como ocurrió aquí en la encomienda. Vino después la hacienda, que fue
sometiendo a peonaje a los campesinos adscritos a la tierra, mediante medios
coercitivos, extraeconómicos, y por deudas; “una forma de esclavitud
encubierta”, como dice Marx. Las clases sociales principales de aquel régimen
fueron los terratenientes, en el poder, con monarquía, como Iturbide, o
república (Santa Anna), y al final con Porfirio Díaz; y en la base de la
pirámide social, los campesinos explotados. Si bien, en sus últimas etapas, no
era exactamente como el feudalismo español clásico, pero sí una variante con
características mexicanas.
Los
promotores de la independencia, destacadamente Hidalgo y Morelos, tenían una
clara idea del país que querían, basado en un régimen republicano, como se ve claramente
en los “Sentimientos de la Nación”, de Morelos, compendio de su proyecto de
país, leído en 1813 en el Congreso de Chilpancingo. Conscientes del poder
terrateniente, proponían el reparto de la tierra. Pero la victoria quedó en
manos de los terratenientes mismos, encabezados por Iturbide. Siguió la misma
clase en el poder, aunque ahora no representada por españoles peninsulares,
sino por criollos y mestizos. Vino luego la República, pero en la estructura
económica prevaleció el poder de los terratenientes, uno de cuyos más
conspicuos representantes fue Antonio López de Santa Anna, poderoso
latifundista veracruzano y presidente varias veces entre 1833 y 1855. Y el que
hubiera haciendas que vendieran buena parte de su producción, e incluso
exportaran, no convertía en capitalista al modo de producción dominante.
Pero
se iba gestando en la entraña feudal el capital comercial e industrial. Hubo
intentos, desde Esteban de Antuñano, por mecanizar la producción, gérmenes de
capitalismo. Además, durante el gobierno de Santa Anna, el vicepresidente Gómez
Farías promovió una reforma educativa pro-capitalista, derogada después. Y como
el capitalismo seguía, aunque lentamente, adquiriendo influencia económica y,
por ende, política, vino la Reforma, con Benito Juárez. Precursora fue la
Revolución de Ayutla (1854) encabezada por don Juan Álvarez; luego la Ley Lerdo
(1856) que establecía que las corporaciones (destacadamente la Iglesia) debían
vender sus inmensas extensiones de tierra, para convertir a ésta en mercancía y
desbrozar así el camino al capitalismo. Ésta, y las Leyes de Reforma de 1857,
representaron un importante intento del capitalismo, cada día más maduro, por
abrirse paso. Juárez y su partido se inspiraban en el liberalismo inglés, en la
economía política de Adam Smith.
Los
terratenientes, laicos y eclesiásticos, enfrentaron aquellas leyes con la
Guerra de Reforma, y luego, derrotados, buscaron el apoyo de Napoleón III y con
su ayuda instauraron el imperio de Maximiliano. La Reforma, aunque importante
hito histórico, concretamente en la gestación del capitalismo mexicano, no fue,
todavía, una revolución en estricto sentido, pues no terminó con las relaciones
de producción existentes: el dominio de los terratenientes y la explotación de
los campesinos adscritos a la tierra. Era que el capitalismo aún no maduraba lo
suficiente. Y vendría después el largo periodo de Porfirio Díaz, donde las
grandes haciendas alcanzaron su apogeo, con la ayuda de las compañías
deslindadoras.
Pero “el viejo topo de la historia”
(como le llamó Marx en expresión metafórica tomada de Hegel, y de Shakespeare),
continuó su trabajo de zapa. Durante el porfiriato, en el seno de una economía
dominada por terratenientes, las fuerzas productivas capitalistas siguieron
avanzando, principalmente en las industrias textil y minera, en la ampliación
de los ferrocarriles, la inversión extranjera y los bancos.
Finalmente,
la burguesía, ya con fuerza suficiente, se lanzó a la toma definitiva del poder
en la Revolución mexicana, encabezada por capitalistas como Francisco I. Madero
y Venustiano Carranza. A la postre sería el general Lázaro Cárdenas quien
quebraría en definitiva la columna vertebral del viejo régimen: repartió las
grandes haciendas, entre otras medidas económicas trascendentes. Y vino el boom
de la industrialización en los años cuarenta y la proletarización masiva de
campesinos. Ya dueño del poder político, se consolidó así el capitalismo.
Ciertamente, siguieron existiendo después reminiscencias feudales, vestigios de
un régimen que dejó de ser dominante.
Un
siglo llevó a los capitalistas hacerse con el poder y crear un nuevo orden
social que, como todo, también habrá de agotarse y ceder su lugar a una
organización social superior. Nada es eterno. El capitalismo, revolucionario en
su tiempo, enfrentó al régimen existente (dentro del cual se había gestado),
conquistando transformaciones cuantitativas antes de lograr el salto
cualitativo: la Revolución Mexicana; con ella, accedieron al poder los
capitalistas, que ahora explotan a los obreros modernos. Así pues, nada tiene
que ver esta historia con el engañoso manipuleo conceptual de la “Cuarta
Transformación”, usado por el gobierno de López Obrador para equipararse, ¡gran
modestia la suya!, con los próceres de nuestra historia patria.
*Catedrático
e Investigador de la Universidad Autónoma de Chapingo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario