José de
Jesús Juárez Martín
Don
Agustín Yánez describe magistralmente los días luto de la Semana Santa en los
Altos de Jalisco, él se refería en su obra “Al filo del agua”, a Yahualica de
mujeres enjutas y vestidas de negro. Comparto esta experiencia en pueblos de
Jalisco y de la región mencionada de hace sesenta a setenta años, porque como
niño y adolescente los viví a la usanza y costumbres de entonces.
Lo recuerdo bien, desde el viernes de Dolores,
había casas que abrían sus grandes ventanas para lucir el altar a Ntra. Sra. de
los Dolores y era tanta la cantidad de veladoras que se les nombraban incendios, se visitaban y se obsequiaba agua
de chía, limón o cualquier otro sabor de fruta natural a los visitantes, los días jueves y viernes de la Semana Mayor,
eran de oración, luto, reflexión, pesar por la muerte de Jesús Cristo, de
silencio, meditación y rezos: La música popular desaparecía de la radio y la
programación y las voces de los locutores se atemperaban solidarios a la
celebración católica de la pasión, muerte y resurrección del Salvador.
Mi
padre me platicaba que cuando él fue niño, desde el miércoles por la noche ya
existía un recato total a estos días lo que ahora parece sólo diversión,
contaba, que quienes llegaban al pueblo en caballo bajaban y hasta las espuelas
recogían para respetar el silencio que había en la población, las campanas
permanecían enmudecidas, el sonar de la matraca rasgaba el silencio de la mañana , tarde y de la
noche señalando los tiempos de la oración , de los oficios y de los viacrucis,
a las 10 de la mañana y 3 de la
tarde del jueves, luego, antes de las 5 de la tarde los doce niños elegidos
llegaban al templo abriéndose paso en la apretujada asamblea eucarística, hasta
el presbiterio donde las bancas separadas los recibían a la vista de los
asistentes, el sacerdote de mayor dignidad les lavaba los pies a los niños, se
los secaba y besaba con ternura, recordando a Jesús que a sus discípulos les
diera esta muestra de aprecio y respeto ante el asombro y protestas de Pedro.
En
esa celebración litúrgica, al término,
con los mejores cantos de la Misa con la conmemoración de la
Institución de la Eucaristía, se
depositaban las especies sacramentales en el sagrario al centro del esplendoroso monumento donde se quemaba
la cera crepitando, lucían las frescas flores,
la profusión de luz llenaba los espacios, los cantos de las aves
llevadas en sus jaulas con gorjeos y cantos eran la música natural que ofrecían
aquellos jilgueros, canarios, calandrias ruiseñores, cenzontles, etc. a su Dios
hecho hombre. Traídos junto con palmas y las macetas cuidadas con cariño por
las amas de casa desde diversos hogares. Luego como peregrinaciones desde diversos
puntos se iniciaban las visitas a los siete templos, significando los siete
lugares por los que fue llevado Jesús en el su juicio antes de su muerte de la
noche del jueves y mañana del viernes.
Todos
los altares igualmente adornados, las calles eran verbenas, sólo que, sin
estridencias, ni música, con los más variados antojitos, golosinas, aguas
frescas de frutas, empanadas, lechugas, tejuino, cerveza de raíz, pinole,
ponteduro, buñuelos, frutas, etc. Los
pueblos chicos que sólo tenían un templo, la gente, visitaba al Santísimo, y
salía, daba un espacio de tiempo y volvía a entrar hasta sumar siete veces. Las
personas mayores vestían de luto, formal y los jóvenes desde luego que lucían
los estrenos mientras se visitaban los templos.
El
viernes, día de la crucifixión, la matraca con su ronco y apagado sonido,
estaba puntual con sus llamados al viacrucis a las 11 horas, a las siete
palabras a las tres de la tarde, momento de la muerte de Cristo, luego las
llamadas a los oficios de las 5 de la tarde y a las 8 horas, el rosario de
pésame a la Santa Virgen de la Soledad. La austeridad del templo contrastaba
con el día anterior y las grandes cortinas moradas cubrían el altar, las
imágenes de santos, crucifijos, sólo María, y Jesús en sus brazos quedaban como
iconos del dolor humano y divino en santa comunión. Ella, transida de dolor,
él, inerte, con el corazón abierto, ensangrentado su cuerpo y exangües sus
venas, las heridas de pies, manos, y pecho, como magnolias en el blanco mármol
de su humanidad yaciente.
Recuerdo que a la hora del sermón se apagaba
parte de la iluminación del templo y en la penumbra, las centellantes velas con su flamígera luz
acompañaban nuestros turbados rezos de despedida. Al salir del templo, el
primer plenilunio de la primavera con sus argentinos rayos nos confortaba,
porque el orador sagrado nos había impactado con el dolor de pecador
descubierto ante el drama del Calvario y la angustia de María.
El sábado, a la hora de misa y al canto del gloria, se abría el velo morado del templo, caía como fruta madura, las campanas sonaban, las esquilas locas y borrachas de vueltas, eran las señales para empezar la quema de los judas. Cada explosión, cada personaje encarnando al Judas histórico, mejor dicho, encarrizándolo, era una carcajada que curaba nuestra alma cargada de cuaresma y de ofensas por parte del quemado Judas y las sinfonolas, los radios, sonaban con la música de moda y al más alto volumen que alcanzaban aquellos aparatos.
Esto
sucedió cuando los políticos hacían uso de la macana, cárcel y otros medios
punitivos cuando los criticaban, por eso los judas, eran el relajamiento a la
norma severa y los policías vigilaban a distancia, en las ciudades se
generalizaba el baño colectivo a base de baldazos por calles y plazas. Todo transeúnte era candidato al baño, aunque
no lo necesitara ni lo pidiese. Celebraciones anteriores al Concilio Vaticano
II, antes de 1960, que modificó la Liturgia y actualmente esperamos celebrar la
resurrección del Señor en las primeras horas del domingo, de acuerdo a los
evangelios.
La semana Santa se dedicaba para visitar a las
familias y volver al terruño de origen, porque las vacaciones no habían tomado
naturalización entre el pueblo, son un beneficio laboral que recientemente se
ha generalizado, tal vez 50 años, que en la historia, apenas es un suspiro,
pero para los chavos, es la prehistoria. Poco a poco los balnearios, las
playas, los destinos de montaña, lugares del interior del país y la capital,
las ciudades coloniales y modernas. Son los destinos para vacacionar, porque
descansar, es difícil. Todos los prestadores de servicio turísticos esperan a
los turistas para reactivar la economía particular, aunque difícil será que los
dineros alcancen para la semana de pascua.
Tal
vez la conmemoración religiosa, no ha cambiado mucho, pero en las costumbres
sociales, desapareció el ayuno, los menos lo cumplen, el auto mortificación, se
valora como inútil, no es esta la Semana Santa de recogimiento, por el
contrario, son días para vacacionar, bebidas alcohólicas, accidentes,
desórdenes, abusos, violencia e inseguridad. Todo porque ahora somos cristianos
de estadística alejados de preceptos y de recomendaciones de nuestra debilitada
fe en crisis por la falta de práctica, según la opinión de muchos sacerdotes.
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