Fernando
G. Castolo*
Una
vuelta aquí y otra vuelta acá. Así, en vueltas y revueltas nos dirigimos a
Atengo, un breve pueblo de caseríos aprisionados cobijado por la Sierra de
Quila. Fuimos recibidos por las emblemáticas torres de la parroquia que dominan
el paisaje; templo erigido en honor a Nuestra Señora de la Natividad, diminuta
y bella imagen que se venera desde el siglo XVI.
Los aromas de este pueblo son dominados con la
fragancia de la encinera que invade el entorno. Bajamos del auto y anduvimos
por la comunidad. Los empedrados de las calles le dan un toque romántico. En el
atrio del templo hay un árbol centenario que, con su fronda, seduce al viajero.
Hace calor y la sombra del árbol nos invita a degustar una nieve de garrafa.
Allá, alguien nos convida a pasar a desayunar.
Los
agradables olores nos abren el apetito: carne con chile, guiso de puerco, tacos
de frijoles, menudo, huevos al gusto, café de olla... Al fondo, las torteadoras
se afanan por tener "calientitas" para todos los comensales.
Conocemos al cronista de los actos religiosos, personaje que ha escrito y
publicado un hermoso libro que contiene la historia de las solemnidades.
Ahora
nos dirigimos al puente "Golden gate", una magnífica estructura de
ingeniería que imita las formas del famoso puente colgante de San Francisco.
Permite cruzar al otro lado del pueblo, salvando un río de cristalinas aguas
que invita a refrescarse.
Al
fondo ya se ve una de las construcciones más icónicas del lugar: la bien
diseñada monumental plaza de toros. Después de admirar sus formas, nos
encaminamos al museo, donde las piezas que se exhiben dan cuenta de los
aspectos antropológicos del lugar. Parece que se escuchan ancestrales voces que
emanan de las viejas postales en que se ve el aspecto del pueblo y de sus
habitantes. Atengo, es un pueblo pequeño que encierra enormes corazones en la
calidez de su gente.
Gente
franca, ranchera, por así decirlo, pero orgullosa de lo que son y lo que
tienen. Llendo por los caminos que van a Talpa de Allende, pasando Tecolotlán y
Tenamaxtlán, por allá, cobijado por la Sierra de Quila, está Atengo y bien vale
la pena visitarle y conocerle. Atengo, una joya perdida entre la encinera...
*Historiador
e investigador.
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