Los
toros, la fiesta brava, la luz y sombra, está en tela de juicio. El respeto a
la vida y el no causarle dolor a un ser vivo crece día con día entre la
sociedad. Vemos a ciudadanos portando mantas y lanzando exclamaciones de
repudio. “La fiesta del arte” emiten los amantes de la fiesta taurina. “El
sufrimiento de un animal”, exponen los detractores. “Eso no es arte, es,
mínimo, sadismo”. Agregan los defensores.
Ahora se tiene presente que las
corridas de toros son el sufrimiento de un animal. Una fiesta (?) donde su base
es el sufrimiento del toro (se reitera). “Para bajarlo” de vigor, el picador le
hinca un rejón y desde ahí da inicio el martirio. Herido, el toro todavía tiene
que soportar, en el segundo tercio, las seis banderillas que son unos palos
adornados con papel picado y finaliza cada uno en un arpón metálico (clavo).
Dicen los amantes de la tauromaquia que las banderillas no bajan al toro en su
bravura, sino que simplemente lo avivan, lo preparan para el último tercio. Por
eso a las banderillas se les nombra también avivadores. Falso. Seis clavos
enterrados en el lomo lastiman a cualquier ser vivo.
A finales del siglo pasado, años
noventa, esa afición se quejaba de que ya nadie iba a los toros. Decían ellos
que era por la falta de calidad de los encierros o del cartel. No se escucharon
quejas de costos altos. Pero no llenaban.
Desde
aquellos años “la fiesta brava” viene a la baja. Cambió el gusto de las nuevas
generaciones, los menores de cuarenta años, y se trocó por las jineteadas. Ésta
actividad sigue creciendo apoyada por la música de banda. No es lo mismo montar
un toro a matarlo.
En lo
que respecta al sur de Jalisco, aquellos llenos de plaza, en corridas de lidia,
quedaron en las fotografías y en la mente de los ahora sobrevivientes. Sayula y
Atoyac, por citar dos pueblos, sus habitantes abarrotaban las localidades. Ahora
esas inmensas construcciones están vacías la mayor parte del año.
En
México, personalidades han tenido el gusto taurino. María Félix y Agustín Lara
fueron dos de ellos. La bella se lucía en la sombra del coso inundada por las
miradas del público. A su lado, sereno, Agustín el compositor de moda. Ramón
Vargas, el tenor, contó una anécdota: Ella, María Félix, empezó a sentir una
atracción por el torero Silverio. Agustín, inteligente, le compuso el bellísimo
paso doble Silverio: “Silverio, torero estrella/ el príncipe milagro de la
fiesta más bella/ Carmelo que está en el cielo/ se asoma a verte torear…” El
torero al escuchar la composición emprendió la retirada.
El
autollamado ambientalista y diputado panista Gabriel Quadri (el candidato de la
maestra), acudió a la corrida de toros, en la reapertura de la Plaza México,
días pasados. Puro en boca, se tomó la foto ante el lleno de la Monumental (42,000
espectadores). Y afirmó: “Fiesta brava
en la Plaza México. Majestuosos animales, libertad, tradición, arte, entrega,
pasión.” (Eduardo Dina. El Universal). Y lo tundieron en las redes sociales.
En la
reapertura de la Monumental se dijo con orgullo: “Triunfó la libertad”. La
libertad de hacer sufrir a un animal, es la respuesta.
La
predicción: En la historia quedarán las corridas de lidia. Llegará un día, ojalá
y pronto, que las plazas de toros se conserven como viejos monumentos donde se
martirizaba por gusto a un animal. Serán estudiadas, entre otras, como obras de
ingeniería.
El paso
de tauromaquia deja huellas, aparte de las plazas. Quedarán las pinturas de
Pablo Picasso en las galerías o los pasos dobles, entre ellos: Cielo andaluz,
El gato montés, El relicario… como piezas musicales para bailar. Muy bellas.
El
movimiento antitaurino sigue creciendo. El negocio de la tauromaquia está
vislumbrando su final.
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