Carlos Estrada Sandoval
Hace
más de cien años, cuando la ciudad experimentó un interesante movimiento
comercial con el establecimiento de muchas y muy importantes marcas, el rico
industrial zapotlense don Celso Vergara Silva estableció una sucursal del gran
almacén “La Ciudad de Londres”, cuya franquicia le pertenecía a don Joseph
Émile Louis LèbreMaquan, natural de la Provincia de Los Alpes, en Francia,
donde nació el 6 de junio de 1852. Don Emilio Lèbre se radicó desde 1887 en Guadalajara,
Jalisco, donde fallecería el 14 de septiembre de 1919. Para poder identificar
el inmueble que albergó a la importante tienda comercial, don Celso Vergara
dispuso en las esquinas que flanqueaban el almacén, y justo por arriba del
portal Bravo, sobre la calle Gordoa, un par de esculturas que mandó
manufacturar con algún alfarero―de los que había muchos y muy buenos en la
localidad―, que representaban perros bulldog, raza canina reconocida por
excelencia como inglesa y que, como guardianes, custodiaban a “La Ciudad de
Londres”. En Inglaterra el bulldog es considerado un orgulloso símbolo
nacional, como fiel reflejo del carácter de sus connacionales: afectuosos,
fuertes e inquebrantables.
La
característica de la escultura canina que pervive, icónica en la ciudad, sin
duda es la de un bulldog, raza que tiene su origen en una malformación
congénita que hace que, al tener su hocico cerrado, sobresalgan sus
protuberantes colmillos inferiores. La raza bulldog se remonta al antiguo
mastín de sangre asiática que, establecido en Inglaterra, les atrajo mucho a los romanos, quienes lo llevan a su patria para combatir contra sus pugnaces,
es decir, molosos de cría griega.
Etimológicamente,
la palabra “bulldog” deriva de las palabras “toro” y “perro”, dado que, desde
mediados del siglo XVIII, este perro era obligado a combatir en las pistas
contra los toros. Según cuentan, este “deporte” empezó en la vieja Gran
Bretaña, alrededor del 1204, cuando a lord Stanford de Lincolnshire le pareció
muy divertido ver al perro de un carnicero atormentar a un toro. Esto le dio la
idea de tener un campo en el que pudieran desarrollarse las peleas con toros,
condicionando que el carnicero cediera un toro al año para la competición.
El
término “molosoide”, según el Diccionario de la Lengua Española, refiere que se
trata de una cierta casta de perros procedente de la Molosia, antigua región de
Epiro, en Grecia. Los caninos que reciben esta denominación comparten, entre
otras características, una cabeza masiva y cuboides, hocico corto y poderoso,
orejas caídas y pequeñas, cuerpo bajo y masivo, una osamenta fuerte; además, de
una gran nariz. Sus labios gruesos y caídos cuelgan a los extremos, mientras
que su cuello y pecho son anchos y poderosos. El lomo debe quedar en ligero
declive tras la cruz y formar un arco característico a la altura de la región
lumbar, más alto que la cruz y que la grupa (lomo de carpa).
El
origen propiamente del bulldog inglés está situado en casos de “teratología”,
es decir, que presenta una anomalía perpetuada en una especie. Sin embargo, fue
el ser humano quien, a través de una continua selección operada en el tiempo,
encontró la forma de acentuar y fijar las particularidades anatómicas que, en
un primer momento, no eran más que errores de la naturaleza. Esta situación
primero fue generada con fines utilitarios y, después, para obtener belleza en lo
que debería considerarse feo. Es una gran paradoja, pero el bulldog es un perro
hermoso en su fealdad.
Nuestro
icónico bulldog del portal Bravo es una bella escultura
en barro que le representa dignamente y que, como lo señalamos, custodiaba,
junto con otro de iguales características ubicado en el extremo poniente del
citado portal, el emblemático almacén de “La Ciudad de Londres” de don Emilio
Lèbre y Celso Vergara, donde se ofertaban productos europeos de gran calidad,
por allá en los primeros años del pasado siglo XX.
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