La fe
tiene que operar en y a través de nosotros las veinticuatro horas del día, o de
lo contrario pereceremos.
—
Alcohólicos Anónimos, p. 16
La
esencia de mi espiritualidad, y de mi sobriedad, descansa en una fe que dura
las veinticuatro horas de cada día, fe en un Poder Superior. Tengo que confiar
en el Dios de mi entendimiento y tenerlo siempre presente según sigo adelante
con mis actividades diarias. ¡Qué reconfortante es para mí la idea de que Dios
obra en y por medio de la gente! Al hacer una pausa en mi rutina cotidiana,
¿traigo a la memoria ejemplos concretos y particulares de la presencia de Dios?
¿Me siento maravillado e inspirado por la multitud de veces en las que este
poder se pone de manifiesto?
Estoy
rebosante de gratitud por la presencia de Dios en mi vida de recuperación. De
no tener esta fuerza omnipotente en todas mis actividades, volvería a hundirme
en el abismo de mi enfermedad — y la muerte.
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