… debemos practicar una verdadera
humildad. Todo esto a fin de que las bendiciones que conocemos no nos
estropeen; y que vivamos en contemplación constante y agradecida de
Él que preside sobre todos nosotros.
— Doce Pasos y
Doce Tradiciones, p. 187
La experiencia me ha enseñado
que mi personalidad alcohólica tiene tendencia hacia la
grandiosidad. Aparentemente con buenas intenciones, puedo salirme por
la tangente al perseguir mis “causas”. Mi ego toma el mando y
pierdo de vista mi propósito primordial. Puede que incluso me
atribuya el mérito por las obras de Dios en mi vida. Tal sentimiento
exagerado de mi propia importancia es peligroso para mi sobriedad y
puede causar un grave daño a A.A. como un todo.
Mi
salvaguardia, la Duodécima Tradición, sirve para mantenerme
humilde. Me doy cuenta de que, como individuo y como miembro de la
Comunidad, no puedo hacer alarde de mis logros, y que “Dios hace
por nosotros lo que por nosotros mismos no podíamos hacer”.
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