Ramón Moreno Rodríguez
En fechas recientes leí en una nota periodística la siguiente frase: “no estar tratado el agua”. De momento me extrañó la construcción y me quedé repasándola en la mente. Quizá lo que primero me llamó la atención fue la ausencia de verbo conjugado; se utilizan dos verboides pero se omite, casi deliberadamente, el utilizar un tiempo determinado, luego me di cuenta de que también era un problema el género en el participio (tratado). Como lo podrá observar el lector, son de esos verbos impersonales que tanto se han adjetivado que admiten género y número como cualquier otro adjetivo, cosa que no es natural en los verbos impersonales.
En fin, ya sabemos que el lenguaje periodístico tiene en su contra el que la redacción no suele ser muy escrupulosa porque el oficio siempre tiene prisa, siempre demanda nuevas notas. Esto, que no era tan grave antes de la era del internet, hoy es un problema endémico en todas las redacciones, inclusive, en la de los periódicos más prestigiados. No hablaré ahora de los verboides, sino me centraré en el género de la palabra agua. Como se da cuenta el amable lector, el que redactó la nota cayó en la rápida conclusión que este sustantivo es masculino y por tanto hizo concordar el género de tratado con el que dedujo en agua, o por mejor decir, con “el agua”. Y las prisas no le dio tiempo de reflexionar la curiosa excepción de que nos valemos en el uso de los géneros en ésta. Veamos.
Supongo yo que el redactor dedujo, como se construye “el agua”, luego entonces esta palabra es de género masculino, aunque termine en “a”. Como sucede con algunos otros casos, sea un ejemplo programa, o también, poema. No hubo tiempo para revisar el diccionario porque si el periodista lo hubiera hecho, habría descubierto con sorpresa que a pesar del artículo en masculino que a veces usamos, la palabra es femenina y casi siempre su concordancia es, por lógica, en femenino. Por ejemplo, decimos, agua oxigenada; no, oxigenado; también decimos agua bendita y no, bendito y un largo etcétera que no tiene caso alargarlo; creo que a todos nos queda claro que esta palabra es de género femenino y no masculino.
La pregunta consecuente sería, entonces, ¿por qué se coló el artículo en masculino? Y la respuesta sería, por evitar la cacofonía que la a tónica inicial de la palabra y la a final del artículo en femenino; dicho en otras palabras, decir la agua, se nos haría insufrible al oído, algo parecido a lo que sucede con las contracciones al (originada en a el) y del (originada en de el). Por lo tanto, tenemos la construcción con artículo en masculino si decimos “el agua”, pero si se interpola una palabra entre una y otra que necesite género, deberemos construir en femenino: la misma agua, no estar tratada el agua y no el mismo agua o no estar tratado el agua.
Es decir, que en español no sólo tenemos masculino y femenino, sino otros cuatro géneros: neutro, ambiguo, epiceno y común. Todas estas posibles combinaciones (más algunas licencias impuestas por el uso, como lo que acabamos de explicar) producen no pocas veces confusión en el que escribe. Concluyamos estas líneas con algunas mínimas explicaciones que nos ayuden a guiarnos cuando escribimos.
Entendemos por género común el que se utiliza en aquellas palabras que tienen una sola terminación (periodista, por ejemplo) en oposición a perro /perra y que, para señalar el género no nos valemos de la vocal con que terminan, sino por el contexto o por el artículo que les añadimos (el periodista / la periodista). Otros casos pueden ser: el estudiante, la estudiante; el juez, la juez. Aunque en este último caso ha aparecido la variante jueza, pero no ha tenido mucho éxito, y la mayoría de los usuarios de la lengua se resisten a incorporarla a su uso. Casos universalmente aceptados serían: profesor / profesora; doctor / doctora; gobernador / gobernadora.
El género ambiguo, por su parte, es el de aquellas palabras ante las que titubeamos y unos hablantes la usan en masculino y otros en femenino y a nadie le causa conflicto eso (cosa que sí sucedería con jueza o testiga); incluso, una misma persona a veces la diría en masculino y en otras en femenino. Sea por caso, el mar, la mar; el sartén, la sartén. Muchos de estos casos están relacionados con el habla hispana en oposición al habla americana; por ejemplo, quizá la mayoría de los españoles prefieren la mar y en América domina el mar; aunque es oportuno advertir que algunos españoles usan el mar.
Entendemos por género epiceno el que se utiliza en ciertas palabras que a pesar de su morfología (es decir, que pueden terminar en vocal a u o y eso no es obstáculo para que esa única forma se utilice para los dos géneros. Tal sucede con la palabra rata, que por su forma parecería femenina, pero que en realidad esa sola forma se utiliza en masculino y femenino. Así, decimos, la rata macho es más corpulenta que la rata hembra. Otros ejemplos son águila, rana. No obstante, no es obligatorio que terminen en las ya sabidas dos vocales, también tenemos: jabalí, ratón.
Finalmente está el género neutro que más que un sexo asignado a una palabra es la referencia a cierta condición de una cosa a la que no le atribuimos género, aunque entendamos que en principio lo podría tener. Tal es el caso de la expresión: compré esto, porque no traía más dinero. Casi siempre está relacionado el género neutro con los pronombres, los artículos y ciertos adjetivos. Otro ejemplo: “Un no sé qué, que queda balbuciendo”, dice el poeta.
*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur. ramon.moreno@cusur.udg.mx
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