Homero Aguirre Enríquez
El
gobierno federal, los empresarios y los que se ostentan como
representantes de los obreros mexicanos, acordaron un incremento del
20 por ciento al salario mínimo. Eso significa que, el año
entrante, el salario mínimo general será de 248.93 pesos diarios,
mientras que en la llamada zona libre de la frontera será de 374.89
pesos diarios, incrementos que serán anulados por la inflación
esperada en la canasta básica, que este año superó el 30%.
La
Constitución, que es la Ley Máxima de los mexicanos y que cuando
les conviene es esgrimida por los admiradores del Estado de Derecho
en abstracto, pero eludida cuando se trata de hacer realidad algún
postulado que dañe sus intereses materiales, dice textualmente que
“los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para
satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el
orden social, material y cultural, y para proveer la educación
obligatoria de los hijos”. Eso dice, pero se trata de letra muerta;
el salario mínimo actual y el que se acaba de pactar en la cúpula
del poder, no alcanza para que viva dignamente una persona y mucho
menos es suficiente para mantener una familia.
Basta ponerse
en el lugar de quienes reciben un salario mínimo y forman una
familia de cuatro elementos. De acuerdo con eso, a cada integrante le
tocaría diariamente la miserable cantidad de 62 pesos diarios, con
lo que tendría que comer, transportarse, vestirse, pagar la renta,
curarse, y proveerse de educación obligatoria, lo cual resulta
imposible, pero es la realidad que enfrentan cotidianamente millones
de mexicanos, que a muchos lleva a la desesperación, a la migración
o a la delincuencia o al suicidio y que no se ha traducido todavía
en un estallido social, en parte por el efecto sedante que provocan
las remesas enviadas desde Estados Unidos por los trabajadores
mexicanos que allá laboran.
Como una ironía grotesca, que
ayuda a dimensionar el abismo que separa a los mexicanos más pobres,
millones de los cuales ganan uno o dos salarios mínimos diariamente,
de quienes concentran la riqueza producida por los trabajadores, en
los mismos días que se anunció ese mísero incremento a los
salarios mínimos, se supo que la fortuna de Carlos Slim, el
empresario mexicano más rico, había superado los 100 mil millones
de dólares, que lo ubica entre los ocho empresarios más adinerados
del mundo. “Esto quiere decir que el patrimonio de Slim se ha
duplicado desde que comenzó el Gobierno de AMLO” (El Economista,
15 de diciembre), pero no es el único magnate al que le ha ido
“requetebien” con la 4T.
Al igual que en otras ocasiones,
no faltaron las muestras de agradecimiento de AMLO a los “generosos”
empresarios: “Agradecer el apoyo del sector obrero y del sector
empresarial, sobre todo de este último porque ellos aceptan este
incremento, es decir, hubo un acuerdo. El incremento se lleva a cabo
por consenso: el sector obrero, el sector empresarial y el sector
público”, dijo sin rubor el Presidente, a quien los bajos niveles
salariales le proporcionan una inerme clientela política dispuesta a
aplaudir las ayudas directas que le entrega a cambio de votos en las
elecciones.
Para engañar a la opinión pública, hay quienes
dicen que el salario mínimo es sólo un indicador que sirve de
unidad de medida para calcular el salario total del obrero, pero que
en realidad muy poca gente gana el salario mínimo. Esa afirmación
se contradice con las estadísticas oficiales, que hablan de que la
mayoría de los trabajadores ganan menos de dos salarios mínimos.
Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, publicada en
julio de 2023 por el INEGI, 27 millones 357 mil 330 trabajadores
ganan un salario mínimo o menos, lo que representa el 34 por ciento
de la Población Económicamente Activa; 19 millones 764 mil 715
trabajadores ganan de 1 hasta 2 salarios mínimos. Si sumamos ambos
niveles, tendremos que el 67.4% de los trabajadores no ganan más de
2 salarios mínimos, lo que quiere decir que están en pobreza junto
con sus familias.
La historia de todas las negociaciones
para establecer un salario mínimo, en ninguna de las cuales ha
salido triunfante una posición de los trabajadores para lograr un
verdadero incremento que les regrese parte de la riqueza que generan
con su trabajo, demuestra que por esa vía nunca cambiará la suerte
de los trabajadores.
Algunos voceros a sueldo del gobierno
morenista han festinado el incremento al salario mínimo como un gran
avance en contra de la pobreza y en la lucha por un México más
justo, pero eso es demagogia de la más corriente, un abuso verbal
para justificar la gran explotación que padecen los trabajadores,
misma que es posible por la falta de claridad, dispersión y
manipulación que sufren los trabajadores mexicanos desde hace
décadas y que se ha profundizado en este sexenio caracterizado por
la satanización y persecución de todo lo que huela a acción
colectiva y organizada al margen o en contra del gobierno en turno y
sus aliados y patrocinadores en el poder económico.
Los
trabajadores seguirán en la pobreza y siendo víctimas de
manipuladores profesionales, como los que están actualmente en el
gobierno, mientras no surja un poderoso movimiento proletario, que se
proponga no una simple negociación temporal que eleve nominalmente
el salario, sino la construcción de un partido revolucionario que
los lleve realmente a redistribuir la riqueza desde el poder
político.
Cuanta demagogia anteriormente en los gobiernos anteriores cuando se preocupaban por la pobreza ahora sí como les dieron dónde les duele hablan de miserias en los salarios yo que no tengo grandes estudios me doy fácil cuenta porque hay tanto opositor ardido no saben cuánto lo siento
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