Homero
Aguirre Enríquez
Por enésima vez, AMLO volvió a
mentir: “Ya hice el compromiso: en marzo (2024) tenemos resuelto el
problema de la salud pública, vamos a tener funcionando el mejor
sistema de salud en el mundo”, dijo en su conferencia matutina del
21 de noviembre de este año. Pero no cumplirá; una vez más es pura
propaganda electoral, manejo sin escrúpulos de las aspiraciones
profundas y de las necesidades de la gente para manipularla y lograr
sus votos. Hasta hace poco, el Presidente no se cansaba de repetir
que, bajo su gobierno, México tendría un sistema de salud de los
mejores del mundo, “como el de Dinamarca”, pero ahora la
mitomanía alcanzó nuevas cotas y promete “el mejor sistema de
salud del mundo”.
Esa promesa, que de tanto incumplirse se
convirtió en burla a los millones de mexicanos sin acceso a
servicios de salud de calidad, se da casi al mismo tiempo que se hace
público que México tiene la peor cobertura de salud entre los
países de la OCDE (integrada por 38 países, los más ricos del
mundo, entre los que se halla el nuestro). De acuerdo con el Informe
Panorama de Salud 2023, en México la obesidad alcanza a casi 4 de
cada 10 habitantes y detona enfermedades cardiacas, hipertensión,
problemas osteoarticulares, hígado graso y diabetes, enfermedad esta
última que afecta a 16.9% de la población; además, empeoran los
resultados en mortalidad infantil, mortalidad materna y vacunación
infantil; la esperanza de vida de los mexicanos es de 75.4 años, 4.9
años menos que el promedio, y el porcentaje de presupuesto público
destinado a salud es de los más bajos de todos los países de la
OCDE.
Para hacernos una idea del tamaño de la mentira, de la
distancia que separa al sistema de salud como el mexicano del que se
presenta como modelo, veamos brevemente cómo funciona el sistema de
salud de Dinamarca, catalogado entre los mejores del mundo: “El
gobierno nacional proporciona subvenciones en bloque de los ingresos
fiscales a las regiones y municipios, que prestan servicios de salud.
Todos los residentes tienen derecho a atención financiada con fondos
públicos, incluidos los servicios de atención primaria,
especializada, hospitalaria, de salud mental, preventiva y de
atención a largo plazo en gran parte gratuita (…) Los municipios
son responsables de financiar y prestar atención en el hogar de
ancianos, enfermeras a domicilio, visitantes de salud, algunos
servicios dentales, servicios de salud escolar, ayuda en el hogar,
tratamiento de consumo de sustancias, salud pública y promoción de
la salud, y rehabilitación general.” (commonwealthfund.org, junio
2020).
¿Y de dónde se pagan en Dinamarca los gastos de
hospitales, estudios clínicos, medicinas, cuidados y demás
elementos? Según la fuente arriba citada, los recursos para
financiar ese sistema de salud provienen mayoritariamente de los
impuestos recaudados por el Estado danés y luego distribuidos a
estados y municipios, que son los responsables de organizar los
hospitales y demás servicios médicos. El tamaño de ese presupuesto
público destinado al sistema de salud es proporcionalmente casi tres
veces superior al que se destina en México. Mientras que en
Dinamarca se gasta alrededor del 9% del Producto Interno Bruto en la
salud pública, en México el gobierno destinará el 2.8% el año
entrante, cantidad que permitirá seguir haciendo las cosas tan
deficientemente como se hacen actualmente, a pesar de los esfuerzos
de médicos, enfermeras y personal que ahí labora. Los mexicanos
tendrán que seguir gastando en médicos y hospitales particulares su
dinero o deberán endeudarse para mantener su salud y su vida, si es
que tienen la desgracia de enfermarse.
Si López Obrador
hubiera anunciado la creación del “mejor sistema de salud del
mundo” y lo hubiera hecho acompañándolo “del mayor presupuesto
del mundo”, sería plausible. Pero no hay tal cosa, es demagogia de
la más corriente, incluido el anuncio de que en diciembre se
inaugurará, en Huehuetoca, una “megafarmacia” que acabará con
el desabasto de medicamentos, una maniobra que sólo echa humo en los
ojos para ocultar el severo problema estructural que enfrenta el
sistema de salud en México.
El Presidente, sus asesores y
Morena (el partido que refugió y dio una nueva coartada de lucha
social a la clase política tradicional) no ignoran que es imposible
mejorar el sistema público de salud si no se destina a ese propósito
más dinero del presupuesto federal, lo cual sólo es posible
aumentando la recaudación de impuestos, una recomendación que hasta
la misma OCDE les ha hecho. Pero no están dispuestos a mover un dedo
para que eso ocurra, a pesar de que tienen el número suficiente de
legisladores para aprobarla, pues eso significaría modificar su
visión de país y enfrentar la guerra de los representantes de la
burguesía mexicana e internacional con los que, fintas aparte,
llevan excelentes relaciones derivadas, entre otras cosas, de
acuerdos para no aplicar una política fiscal progresiva, que
cobraría más impuestos a las grandes fortunas, mismas que
actualmente gozan una de sus épocas más prósperas.
Tanto
AMLO como Sheinbaum, la candidata presidencial de Morena, no se han
cansado de afirmar que el presupuesto federal, incluidos los
invisibles ahorros de la también invisible lucha contra la
corrupción, es suficiente para cumplir las metas de la 4T. Y claro
que alcanza, puesto que las metas de la 4T se limitan a regentear
algunos programas sociales destinados a engañar a los pobres, lo
cual dejará intactas la pobreza, la marginación y, como en este
caso, la desatención médica que padecen millones de mexicanos, lo
que a muchos les costará la vida.
Cuando uno escucha mentir
con tanto descaro al Presidente de la República sobre algo tan
delicado como el derecho universal a la salud, es imposible no
recordar a Vladimir Lenin, el líder de la revolución que transformó
a Rusia de un país semi-fedudal en una potencia económica,
cultural, científica y militar capaz de enfrentar y derrotar a los
nazis, quien dijo: “Los hombres han sido siempre, en política,
víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo
mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases,
declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales,
los intereses de una u otra clase. Los que abogan por reformas y
mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo
mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y
podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases
dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay
un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las fuerzas
que pueden –y, por su situación social, deben– constituir la
fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y
organizar a esas fuerzas para la lucha”. No lo olvidemos… y
actuemos en consecuencia.
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