Milton
Iván Peralta
Hay una historia, breve, pero intensa, entre Zapotlán y España, donde destaca la relación con Sevilla. Es más, es un compartir poético entre ambas ciudades, donde se mezcla lo español con lo mexicano.
De entrada, diremos que esta ciudad fue fundada por Fray Juan de Padilla, nació en el año de 1492, en la Cordillera Bética, bordo meridional del gran macizo que forma la altiplanicie de Castilla, en donde está la Sierra Morena. Es parte de la España antigua que hoy se llama Andalucía; de allí tomó el camino de Sevilla para vestir el hábito de los frailes menores en el Convento de San Francisco de Asís. Llegando a México en 1524. Entonces nos visitó nuestro pueblo y nos bautizó como Santa María de la Asunción. Eso fue en 1533. Así nos lo cuenta el cronista Fernando G. Castolo.
Todos sabemos que el escritor Guillermo Jiménez, en su faceta de diplomático estuvo en Madrid, compartiendo con Alfonso Reyes -por cierto, su mamá, Manuela Mota Gómez, era oriunda de esta tierra. Incluso ambos trabajaron para apoyar a los españoles exiliados por la guerra civil y que pudieran ser refugiados en nuestro país.
Un poeta que fue conquistado por este valle fue Pedro Garfias, quien nació en Salamanca, visitó nuestra ciudad por invitación del doctor Vicente Preciado Zacarías, y cuenta la anécdota, que dejó unas líneas escritas en una servilleta, como años antes lo haría Pablo Neruda, donde decía:
Otro español que terminó conquistado por la belleza de esta tierra, en este caso por la de la mujer, fue Ramón Valle-Inclan, que por invitación de Guillermo Jiménez, visitaron nuestra ciudad, de regreso en la estación de tren en Guadalajara, subieron dos jóvenes, una de ellas es María Labad, y la otra era Lupe Marín, le pidieron al poeta su autógrafo, y donde Elena Poniatowska nos cuenta en su novela Dos veces única, que le dedicó un poema a la bella zapotlense:
Tras las décadas, esta relación entre España y Zapotlán estuvo un poco apagada, no fue sino hasta el 2019, donde en el periódico ABC del 28 de julio, un artículo sacudió a la comunidad cultural de Zapotlán.
Como efecto mariposa, España sacudió a Zapotlán, gracias al artículo de Antonio Rivero Taramillo, quien escribió “Sevilla en Zapotlán”, el motivo era que en este artículo hablaba de la poeta zapotlense, María Cristina Pérez Vizcaíno, de Juan Rulfo, del doctor Vicente Preciado Zacarías, pero sobre todo de la admiración por una tierra y su hermandad que hay entre estas ciudades tan lejanas, pero tan cercanas por sus poetas y su poesía, por el “corazón partido” de María Cristina, ya que esta ciudad fue clave para el desarrollo poético de ella.
Este artículo despertó nuevamente el interés por la poeta zapotlense, el cual estaba dormido desde hace varios años, con varias interrogantes de cómo llegó el libro “Antología poética” de María Cristina Pérez Vizcaíno, el cual fue editado por Vicente Preciado con apoyo del gobierno municipal y la prepa de la UdeG, allá por el lejano 1999.
Y no solo llegó el libro, sino que lo leyó y lo conquistó al grado de dedicarle una página de uno de los medios de comunicación más importantes de España. Así de fascinante es María Cristina Pérez Vizcaíno.
Pérez Vizcaíno escribió «El alma de Sevilla», que está más cerca de Manuel Machado que de Antonio: «con arrestos de Pizarros y molicies de sultanes». En «Suite flamenca» (1965) dedicaba poemas a la guitarra y a los diferentes cantes: las seguiriyas, las bulerías, la saeta, las soleares y, fundidas con su baile, las sevillanas. Es difícil, en medio de la danza, esquivar el pisotón torpe del tópico: ella lo consiguió con finura y observación ajenas al más burdo tipismo que, en dirección contraria, hace que todos los mexicanos lleven sombrero charro, un bigote al que atar el caballo y un revólver al cinto de resbaladizo gatillo como el tequila.
Nos tienen que asegurar que estos versos los ha compuesto una jalisciense y no Rafael de León o -se cumple ahora medio siglo de su muerte- Joaquín Romero Murube: «Un patio con azulejos/ por donde va el aire y viene/ refrescado en los limones,/ en los percales, caliente». También se nos ha de convencer de que un verso casi ultraísta como «Telegrafía de tacones» no sea de Adriano del Valle (puestos a recordar efemérides, este año también se cumplen los cien de que Borges publicara en Sevilla su primer poema, «Himno del mar», dedicado a Adriano).
Pero el escrito no quedó ahí, tres meses después de este artículo, el escritor visitó Zapotlán. Estuvo aquí gracias al programa Ecos de la FIL, primero charlando con los alumnos de la preparatoria de Ciudad Guzmán, por la tarde develando la estela del jardín principal, donde comentó:
“María Cristina es una poeta que nos une, este artículo que se publicó se trata de ella, de Zapotlán y de los valores literarios de esta tierra, pero sobre todo habla de una palabra, abrazo, en palabras entre España y México, Sevilla y Jalisco, son enormes cosas que nos unen, cuando en todo mundo hay divisiones, es importante saber que hay muchas más cosas que nos unen”. Publicado en Diario El Volcán, el 5 de diciembre de 2019.
Continuó en su mensaje: “pero de ella no sabía nada, me deslumbró su poesía, simplemente por la calidad que tiene, pero por otra parte ese amor que ella demostró por mi tierra, Sevilla, creí que era gusto devolverle de algún modo este amor, esta devoción, para que mis compatriotas conocieran algo de ella, que vieran que estos lazos que nos unen son muchos”, dijo Antonio Rivera Taravillo.
Esto provocó dos cosas, primero que se colocara una estela más del mutilado columnario, segundo y más importante, que se reeditara la obra de María Cristina, Poesía reunida, compilación del doctor Vicente Preciado Zacarías y con prólogo de Ada Aurora Sánchez Peña y editado por Puertabierta editores, en el 2019. Esto ayudando para seguirla dando a recocer, buscar nuevos lectores que queden conquistados por la poesía de ella.
El doctor Vicente Preciado Zacarías, diría que María Cristina tenía “el corazón dividido”, o también “era una mujer de dos mundos” entre Sevilla y Zapotlán. Esto por su dependencia española, además de vivir algunas etapas de su vida en aquel lugar.
Fue tanto el amor a sus dos terruños, que lo dejó plasmado cada vez que podía en su poesía desde sus inicios y permanente en toda su obra, como lo es en A un pueblo de Castilla, el cual fue escrito en Támara de Campos, España en 1932, publicado en la revista Plus Ultra:
Un año después escribiría desde la lejanía y la nostalgia A Ciudad Guzmán con todo mi cariño:
Su poesía tiene ese vaivén de recuerdos, los colores, el clima, las calles, los olores y los sabores son plasmados en cada una de sus líneas como en Romance de la España roja:
Ejemplos hay más dentro de su obra, donde recuerda las ciudades, las personas, desde el recuerdo bello y la nostalgia, desde la alegría y el sufrimiento, pero siempre desde la pasión.
Sobre la poesía, en una carta el 24 de junio de 1964, diría: “El que posee la poesía, la posee y para siempre, aunque haya ocasiones en que se ausente”.
Como lo hemos comentado, María Cristina es como citaría Juan José Arreola en alguna ocasión sobre sí mismo “soy un autor de pocos lectores, pero de muy buenos”, esa frase encaja perfectamente con la autora de Atabal.
El doctor Vicente Preciado, en su prólogo a Poesía reunida, dice: “era mujer sincera como la luz del día. Blanca y breve como gardenia. En sus ojos ardían dos topacios quemados. “Inapelable como la azucena” se quemaba en su propio fuego y en su frente -prados de nardos- brillaba la luz de la inteligencia”.
Ana Aurora Sánchez, en el prólogo del libro “poesía reunida”, nos pinta a María Cristina, como: “Mujer de ideas firmes, aunque polémicas, (…) se inclina hacia la idealización, del valor cívico, la exploración de la otredad en circunstancias adversas. Esto, sin duda, a propósito de lo vivido en medio de la Guerra civil española. Su poesía, del lado de la rima consonante y del patrón rítmico bien cuidado, se resistió al verso libre que ya para la década de los cincuenta, era parte de la estética moderna”.
Otra mujer que ha estudiado la obra de María Cristina, es Mar Pérez, en su artículo “La épica María Cristina Pérez Vizcaíno”, publicado en La Jirafa el 5 de noviembre de 2015, más adelante, nos da otro retrato Ada Aurora Sánchez: “Enigmática, poliédrica, María Cristina sorprende por los diversos rostros y tonos de su literatura. En ocasiones se muestra introspectiva, filosófica; en otras, nostálgica por la patria infantil de verdores y lagunas o por la madre patria de caminos polvorientos y pinos altos; en otras más, aguerrida, en defensa de una hispanidad que reconocía la mano bienhechora de Espala en México; pero también polémica, en defensa del pueblo israelí; y divertida, quizás, al escribir historias simples con no más propósito que entretener al lector”.
“Justamente en todo lo anterior estriba el valor literario de la autora. Rompe, además, un esquema femenino. Por regla general cuando una mujer escribe, la mayor parte de su obra la dedica al amor, al desamor, la presencia o ausencia masculina, la maternidad propia, etc. Esos no son los temas de María Cristina Pérez Vizcaíno, sí lo son en cambio: el exilio, los paisajes bucólicos, y como lo dijera Jiménez Rueda, lo épico; los poetas en su mayoría hablan en primera persona.
No hay otra mujer en las letras jaliscienses con estas características, ese es su indiscutible legado a la poesía del estado.”
MARÍA CRISTINA, Y LA NOVELA POLICIACA
María Elvira Bermúdez (1916-1982), es considerada en América Latina como la primera muer en trabajar el género policiaco, al publicar en 1940, los primeros relatos en Revista selecciones policiacas y de misterio, en 1953, publicó su novela Diferentes razones tiene la muerte¸ pero es probable que María Cristina haya publicado antes este género, que en ese momento no era del todo bien visto.
En una carta fechada el 18 de junio de 1961, habla que sus primeras publicaciones, considerando que Atabal es de 1948, que sus primeras publicaciones no pertenecen al género de la poesía, sino a la novela policiaca:
“Eso me pasó a mí con mi primera novela policiaca (con mis libros de versos no, fíjate qué chistoso, el primero lo publiqué casi a fuerzas). Y como sé exactamente lo que sientes y piensas, sí quiero advertirte que el publicar un libro es bastante más difícil de lo que uno supone”.
Esto lo podemos confirmar en el periódico Novedades, del 19 de marzo de 1961, en la nota llamada “Cristina Pérez Vizcaíno declamó sus bellos poemas”, donde mencionan que “ha publicado cuentos en distintas revistas y es autora de varias novelas policiacas”.
Gabriel Agraz, en una nota del Informador del 13 de septiembre de 1993, bajo el nombre de “Jaliscienses ilustres”, comenta que en la revista Amenidades, publicó “varios cuentos y novelas cortas asó como poemas”. Estos comentarios, aislados, nos confirman que nuestra homenajeada era más polifacética de lo que parece, pero lamentablemente tuvo que ocultar su nombre, posiblemente para huir del desprestigio, o tal vez usando el seudónimo de un hombre para ser tomada en serio, ante un contexto que en ese momento le era adverso.
Pocos, muy pocos han podido leer esta parte de su obra, esperando algún día se pueda hacer masivo y conocer otra parte de su talento.
Recordemos que, para el libro de poesía, La tercera cara de Israel, utilizó el seudónimo Erick Berger un complejo ensayo de veintisiete capítulos que aunque incluye un apartado titulado “aclaración” en el que manifiesta no ser de ascendencia judía, se trata de un homenaje a la historia de un pueblo al que estudia principalmente a través de los personajes bíblicos.
SU MUERTE
María Cristina Pérez Vizcaíno, falleció un 27 de abril de 1987, “era un día de primavera. Ella había sido “trigo de luz y sueño visitado del rumor de la muerte y la paloma”. Sus dos sangres en tumulto estaban ya en paz”, concluye el doctor Vicente Preciado, pero nuestra autora diría:
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