Huelga decir que el dilema del
que se desvía de la fe es el de una profunda confusión. Cree que ha
perdido la posibilidad de tener el consuelo que ofrece cualquier
convicción. No puede alcanzar ni el más mínimo grado de esa
seguridad que tiene el creyente, el agnóstico o el ateo. Es el vivo
retrato de la confusión.
— Doce Pasos y Doce
Tradiciones, p. 26
Durante mis primeros años de
sobriedad, yo me resistía al concepto de Dios. Las imágenes que me
venían, evocaciones de mi pasado, estaban cargadas de temor, rechazo
y condena. Entonces oí describir a mi amigo Ed la imagen que tenía
de un Poder Superior: Cuando era niño se le había permitido tener
una camada de perritos siempre que asumiera la responsabilidad de
cuidar de ellos. Todas las mañanas encontraba las inevitables
deposiciones de sus perritos en el piso de la cocina. A pesar de sus
frustraciones, Ed decía que no podía enojarse porque esto es
“natural” en los cachorritos. Ed decía que Dios ve nuestros
defectos y faltas con una comprensión y cariño similares. A menudo
he encontrado solaz para mi confusión personal en el concepto
tranquilizador que Ed tenía de Dios.
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