Fernando G. Castolo*
Muchos notables ejemplos de esta tipología de traza conventual perviven en hermosos vestigios que aún se pueden observar en conjuntos michoacanos, como es el caso concreto de Tzintzuntzan, ciudad que fue la primera sede episcopal de Michoacán.
Cuando se decretan las llamadas Leyes de Reforma, en que se le retiran a la Iglesia varios asuntos que administraban desde el arribo de los peninsulares, se les quita lo relativo a los cementerios, conformándose en ese momento un nuevo espacio para albergar a nuestros difuntos, extramuros de la ciudad, al que se denominó Camposanto, dado que las autoridades civiles exigieron a la Iglesia que reconociera estos emplazamientos como "terreno sagrado", a fin de que la gente no temiera de que sus difuntos no gozarían del bíblico Paraíso en los cielos.
El cementerio del centro poblacional fue clausurado oficialmente el 6 de septiembre de 1861, al tiempo en que el terreno fue transformado en canchas deportivas, propiedad de la Federación. Dos años más tarde, un grupo de cincuenta vecinos, de los más notables, solicita el terreno para la construcción de un nuevo Templo Parroquial, mismo que les es cedido, justificándose la imperiosa necesidad expresada por los zapotlenses.
Tres años tendrían que pasar para que el Cura Antonio Zuñiga Ibarra colocara la primera piedra del futuro inmueble el 27 de mayo de 1866. El primer Camposanto de la ciudad se emplazó sobre la hoy calle Antonio Caso, en el lugar que hoy ocupa un complejo escolar, mismo que subsistió hasta los últimos años del siglo XIX en que se inaugura el actual Panteón "Miguel Hidalgo", igualmente hacia el poniente de la mancha urbana.
Por ello, cuando se realizaron las excavaciones para los cimientos de la hoy Catedral fue muy notable sacar, muy de vez en cuando, los esqueletos de esos primeros vecinos virreinales, cuyos restos fueron trasladados, con el debido respeto y con la supervisión del Cura, a una fosa común, con la acostumbrada pompa de la solemnidad en la época.
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