Víctor Hugo Prado
De acuerdo con el informe Índice de Paz México 2023, el “feminicidio se define como la privación delictiva de la vida de una persona femenina por razones de género. Se incluye en las estadísticas de feminicidio cuando se cumple a menos uno de siete criterios”, que establece el Código Penal Federal en el artículo 325, entre los que se encuentra que la víctima presente signos de violencia sexual de cualquier tipo; que se le hayan infligido lesiones o mutilaciones infamantes o degradantes, previas o posteriores a la privación de la vida; que haya existido entre el activo y la victima una relación sentimental, afectiva o de confianza, por solo referir tres de ellas.
Continua el informe mencionado que “el tema de los feminicidios en México ha sido una preocupación creciente en los últimos años, con aumentos alarmantes en el número de casos reportados. En 2022, se denunciaron 968 casos de feminicidios, un aumento del 127 % con respecto a 2015. En la actualidad, aproximadamente uno de cada cuatro asesinatos de mujeres en México se clasifica como feminicidio”.
El tema de hoy tiene relación con lo sucedido a Ana María Serrano, asesinada en su propia casa por por quien había sido su novio Alan Gil. Hecho sucedido en el Estado de México. Ella era estudiante de medicina en la Universidad Panamericana, tenía apenas 18 años de edad, habían sido novios hasta el mes de junio de este año, cuando ella decidió concluir la relación. Desde esas fechas él la acosaba, hasta llegar al límite de lo sucedido.
Coincido con un artículo que plantea hoy en el Diario Milenio el ministro Arturo Saldívar “la violencia de género no surge por generación espontánea. Es producto de una cultura de misoginia que desprecia el valor de las mujeres en sociedad. Que enaltece la idea de un hombre violento, sin límites, que no tiene que pedir permiso ni perdón para tocar o acosar a una mujer”.
Esa repugnante cultura, es la que se reproduce hoy en películas, telenovelas y series. Es la cultura que encuentra en la música actual, en los corridos tumbados, en jóvenes varones, a sus principales aliados y adoradores. Esa cultura que transgrede, que mata, que violenta, es la que se impone como modelo de éxito a seguir en una sociedad cada vez más violenta, insegura, descompuesta.
Esa cultura es la que debe combatirse en la escuela, con educación, con acciones de prevención. Combatirla con una sólida alianza con padres de familia, pero también con autoridades, las que procuran justicia y las que administran la justicia. Cuando se advierta esa cultura, señala el Ministro Saldívar, “nos corresponde denunciar, condenar y rechazar. No compartir y no convalidar”.
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