Salvador Encarnación
Vuelas alto paloma, vestida de mexicana, al compás de la música del Vargas de Tecalitlán; vuelas con tu falsete y el vibrato de tu voz.
Torcacita de labios simples y dientes blancos, ven a cantarle a este puño de corazones lastimados; ven y ponle color a nuestro tequila que se ha vuelto, otra vez, ardor en la boca.
“Nada quiero de tu amor,/ ni me vuelven a engañar/ tus caricias traicioneras…”
Sí Torcacita, ven y canta. Trae el ungüento de tu voz a esta mesa que te invoca. Ven con tus manos en cintura, abriendo escena, y dile a Silvestre: “Maestro, Dos palomas al volar.” Que sea tu voz la gota que derrama el vaso: El pretexto para el grito y la lágrima.
Torcacita, dicen que los amores siempre son tiernos. Entonces ¿por qué los amores viejos duelen y los imposibles arden? Y juntos hacen necesarios el tequila, el mariachi y tu canto: Escuchar el intro, el pizzicato de violines y sentir el relámpago iluminando el cuerpo. Luego tu voz en vibrato:
“Ahora sí puedes gozar,/ ahora puedes vacilar/ con quien tú quieras./ Nada quiero de tu amor,/ ni me vuelven a engañar/ tus caricias traicioneras…”
Cantas y la vida se detiene. Los corazones se vuelven el guitarrón que te acompaña. Los caballitos se evaporan por la sed que produce el desahogo. Luego, se impone otra botella.
Si vienes Torcacita, te invito un trago o los que gustes. Y, “a medios chiles” me gustaría abrazarte en tibio, en tierno, en a gusto. Decirte al oído: cuando me veas entequilado, lacrimoso, un tanto triste, canta algo para mí. Y tú le dirás a Silvestre Vargas: “Maestro, para este compa que se le pasó la lumbre, Dos palomas al volar.”
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