… al haber mirado algunos de
estos defectos honradamente y sin pestañear, después de haberlos
discutido con otra persona y al haber llegado a estar dispuestos a
que nos sean eliminados, nuestras ideas referentes a la humildad
empiezan a cobrar un sentido más amplio.
— Doce Pasos y
Doce Tradiciones, p. 71
Cuando se presentan
situaciones que destruyen mi serenidad, frecuentemente el dolor me
motiva a pedirle a Dios claridad para ver mi papel en la situación.
Admitiendo mi impotencia, humildemente le pido aceptación. Me
esfuerzo por ver cómo mis defectos de carácter han contribuido a la
situación. ¿Podría haber sido más paciente? ¿Era intolerante?
¿Insistí en salirme con la mía? ¿Tenía miedo? Según se van
revelando mis defectos, pongo a un lado mi independencia y
humildemente le pido a Dios que me libre de mis defectos de carácter.
Puede que la situación no cambie, pero cuando practico la humildad,
disfruto de paz y serenidad, que son los beneficios naturales de
poner mi confianza en un poder superior a mí mismo.
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