viernes, 11 de agosto de 2023

Fray Juan de Padilla, fundador espiritual de Santa María de la Asumpción de Tzapotlán


 



Fernando G. Castolo*



Un trazo tímido de una mano enjuta se hizo en la tierra húmeda y ennegrecida del gran valle, para levantar la primitiva iglesia fundacional concebida por el evangelizador espiritual del prehispánico pueblo de Tlayolan.


Era la mano del andariego fraile Juan de Padilla quien, llegado a estas tierras de la mano de los conquistadores, decidió quedarse en ellas para iniciar su gran tarea de catecumenado. Dicen los cronistas y literatos que quedó maravillado ante la perspectiva que observó desde la montaña oriente, donde vio el azul intenso de la gran laguna, espejo en el que se proyectaba la arrogante perspectiva de la colosal elevación del Nevado.


Tan luego llegó, se propuso a conciliar en su mente el proyecto de conversión, juntando en el punto dispuesto a los vecinos de todas las rancherías dispersas en torno al vaso lacustre. La vieja iglesia fue elaborada a la usanza constructiva dominada por los nativos: con varas, y lodo, y paja, en la que dispuso un lugar especial para la veneración una diminuta imagen de Nuestra Señora en su Asunción, nombrando así mismo a la congregación.


Al poco tiempo de su estadía, supo de la feliz noticia de que la Corona había nombrado a su buen amigo don Antonio de Mendoza como el primer virrey de los territorios de la vieja Mesoamérica. Corrió a su encuentro y solícitamente le fue proveído de los auxilios expuestos: maestros canteros para la fábrica de una mejor iglesia; maestros cantores para la propia tarea evangelizadora; y maestros que enseñaran la lengua castellana a los nativos del valle de Tzapotlán.





Entonces, fue mucho más ambicioso en la edificación del nuevo templo: multiplicó sus proporciones, tanto en dimensiones de su planta como en altura, dejando una hermosa fábrica de planta basilical, con la idea de que funcionara como centro evangelizador regional.


Los nativos eran gente mansa, y muy pronto dejaron ver el cariño que le tomaron al enjuto fraile de ropas raídas que siempre obsequiaba el esbozo de su conmovida sonrisa.


Casi diez años duraron sus arduas tareas, hasta que decidió, aún con energías, caminar más hacia el norte en busca de novedosos titánicos proyectos que le dieran un sentido de satisfacción y trascendencia a su vida. Por allá encontró la muerte.


Bien valdría en esta vieja Zapotlán el Grande, hoy la populosa Ciudad Guzmán, elevar un justo monumento a quien dejó los bien plantados cimientos de "una gran ciudad" por allá en el año del Señor de 1532…


*Historiador e investigador.



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