Danzarle a san José es una cuestión de fe

 

Fernando G. Castolo*

"No, de ninguna manera me interesa que me hagan un homenaje...", afirma tajante, con un acento manso, mientras conversamos amenamente. Es uno de los participantes más icónicos de las tradicionales Danzas de Sonajeros de Zapotlán el Grande. Pertenece a la Cuadrilla de los Arribeños, y con orgullo notable cuenta ya con siete décadas de rendir sus homenajes anuales a la taumaturga imagen de Señor San José.

Era un imberbe cuando se inauguró como uno de los tantos devotos que, a través de la danza, agradecen los beneficios recibidos del santo patrono juramentado de la ciudad desde 1749. Él dice que los homenajes se los merece el Patriarca Santo, el que está en el altar catedralicio derramando sus bendiciones sobre el valle zapotlense.

Un hijo irrumpe la charla y comenta: "Pero ya no danza como antes. Ya le faltan fuerzas". Lo que confirma el propio personaje con humildad. Ante este dicho, pienso que no importa si no danzara como antes, lo importante es que sigue ofrendado sus honras a San José y, él sabe, que las limitaciones que se tienen en la tierra no serán más en el cielo, porque lo hace con una acendrada fe. Todo tiene su recompensa en esta vida y él sabe que ya ha recibido esta recompensa a través de la bendición de ver realizada una numerosa familia de la que es el orgulloso patriarca, donde ha prodigado los valores de sus ancestros.

Dedicó su vida a las labores en el campo de la construcción, logrando construir su propio prestigio, segura herencia para sus hijos como muestra inicua de que el reconocimiento se gana con la tenacidad de hacer las cosas bien. Hoy, yo quiero ofrendar mi particular reconocimiento a este personaje de su tiempo y de su circunstancia, uniéndonos a la celebración de sus 70 años ininterrumpidos de danzarle a Señor San José. Mi respeto y admiración para don Miguel Vázquez Guzmán, ejemplar ser humano y notable vecino de nuestra ciudad.

*Historiador e investigador.