Fernando G. Castolo*
Días
nublados, tardes lluviosas, noches llenas de frescura... Desde cualquier
perspectiva que se quiera ver, la ciudad y su entorno invitan a degustar la
silueta de su horizonte, acompañados de un buen tinto, mezcal o tequila.
La
temporada de lluvias invita a regocijarse de su espléndido paisaje, donde la
cumbre del Nevado con su Pastora al pie sigue siendo la belleza más admirada
entre propios y extraños. Fiesta de tonalidades verdes en sus campos, refrescan
la vista y la extasían de perfumados azahares que beatifican la solemnidad del
valle.
La
mano magnífica del Creador hace maravillas con la solariega naturaleza que
envuelve con sus candores el espectáculo del cálido verano. Otra vez los
mayates, las luciérnagas, los escarabajos, las mariposas, los chapulines, las
hormigas invaden con su pulular los ambientes renovados que se transforman con
la|s benignas lluvias.
Ansias
de ver y disfrutar lo que todavía ofrece el valle de Zapotlán, a pesar de las
adversidades que la han maltrecho, transformando sobremanera sus aromas
multicolores. Enamorarse de esta tierra bendita que sigue cobijando los sueños
de sus hijos, y que representa el motor del continúo inspirar de la aspiración.
Cuando
el cielo se nubla y la tierra se empapa, es momento de cerrar los ojos y
celebrar la vida en el señero suelo de este rincón geográfico llamado Zapotlán
el Grande.
*Historiador
e investigador.
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