jueves, 27 de julio de 2023

Este es el cura Sedano


 



Fernando G. Castolo



Balbuceando alcanzó a decir un entrecortado 

viva...", mientras su cuerpo pendía del cuello, atado a una soga que cegaba su vida para siempre. Son los cruentos tiempos de la Cristiada y el vecindario se encuentra en constante zozobra esperando la hora en que lleguen los de la tropa y abran, abruptamente, las puertas, para llevarse escoltado a alguien de la familia, rumbo a la Estación de los Ferrocarriles, en donde los llamados árboles "Gigantes" les esperan; penden de ellos los cuerpos de otros infortunados y las sogas de los futuros ahorcados.



El 6 de septiembre de 1927, se encontraban en 

Ciudad Guzmán un grupo de acejotaemeros 

acompañados del padre don Gumersindo Sedano, 

quien se proveería de hostias, vino y todo lo 

necesario para el ejercicio de su ministerio en el 

campamento, instalado en las escabrosas 

geografías del Nevado. Se hospedaron en casa de 

unos amigos, por el rumbo de la montaña oriente. 

Nadie contaba con que una "vieja viciosa", 

pordiosera, comprendió que podía hacerse de 

algunas monedas y denunció a aquellos ante el 

capitán Urbina, jefe de la guarnición en Ciudad 

Guzmán.


A la mañana siguiente, prestos, aprehendieron a los 

infortunados. Ninguno puso resistencia y 

entusiastas gritaban "Viva Cristo Rey!" El capitán 

se dirigió al padre Sedano, bofeteándole, 

exigiéndole que se callara. Por respuesta el padre 

dijo: "Los católicos no somos bellacos, ni 

cobardes. Somos tan valientes como el que más. 

Dénos armas y sabrán de lo que somos capaces..." 

Cada vez más irritado el capitán, dió la orden para 

que, al bordo de un camión, fueran dirigidos hacia 

la Estación.







La gente observó cuando, por toda la calle 

Reforma y la Calzada, eran conducidos a su fatal 

destino. En cuanto los bajaron del camión 

empezaron a matar a los jóvenes acejotaemeros, 

mientras el padre Sedano observaba aquel siniestro 

espectáculo, entre las risas del capitán y su tropa. A 

todos los fusilados los colgaron en los árboles a fin 

de que la gente observara el horror de lo que les 

esperaba a los amigos de Cristo.



Al padre Sedano le esperaba otro fin: lo 

descalzaron y le desollaron las plantas de los pies; 

enseguida, le echaron una soga al cuello para 

ahorcarlo, pero la rama de la que pendía la soga se 

desgajó. En una segunda ocasión pasó lo mismo: 

cedió la rama del árbol. En la tercera, finalmente, 

se consumó el cobarde acto. Todavía enfurecido, el 

capitán Urbina mandó que se trajera una tabla en la 

cual se inscribiera el siguiente texto: "Este es el 

Cura Sedano", y se le puso al pie, para tomarle la 

fotografía. Como este episodio, hubo muchos y 

muy frecuentes durante los sangrientos tiempos de 

la Cristiada.



 

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