Alan Arenas
Y del otro lado de la ciudad, en época que estaba claro el paisaje y sin contaminación, mis amigos y yo nos subíamos a las bardas de un lote baldío que estaba frente a la casa y mirábamos al Popocatépetl (en su momento dormido) y el Iztaccíhuatl – según yo debería ser “la” y no “el” por su significado, pero eso es otro tema-.
Bueno, el chiste es que la imagen que tengo de estos dos volcanes es que estaban adornados con nieve y acobijados con un manto azul celeste.
En mi vida nómada y poco sedentaria llegué a Jalisco, al sur de Jalisco. Ahí el nevado de Colima y el Volcán -que por cierto son de Jalisco- son los reyes del horizonte, adornan los crepúsculos.
Trabajando en Protección Civil me tocó ir a la cima del Nevado y desde ahí, desde la zona conocida como la playa, ver al volcán de fuego en todo su esplendor. Tuve la oportunidad de ver varias inhalaciones, de distintas intensidades; incluso ver salir materia piroclástico, un espectáculo hermoso y más en la noche. Se veía como una corona con una gran melena de fuego a media noche. Ahora entiendo al Dr. Atl y su fascinación de pintar volcanes.
Estando en PC también conocí a vulcanólogos de la UNAM a quienes acompañé a algunos sitios cercanos a las laderas del volcán, con ellos aprendí mucho sobre cómo se comportan los volcanes y saber que vivía cerca de uno de los volcanes más peligrosos del mundo – que miedo- por eso después instalamos alarmas volcánicas en las poblaciones cercanas al cráter.
En la actualidad no estoy exento de estar lejos de los volcanes. En Tepic se ve al sur de la ciudad el volcán de Sangangüey que vigila omnipresente todo el valle Matatipac, en especial vigilando, según la leyenda, a su peor eterno némesis el volcán de San Juan.
Sin embargo, lo más impresionante y atractivo es el volcán del Ceboruco, el cual dejó su huella de magma petrificada sobre el horizonte- por su última gran erupción en 1870 por eso algunos traducen Tzeboruko como el "El que bufa con ira".
En carretera, a la altura del municipio de Jala, se puede observar uno puede observar el paisaje grisáceo de las piedras volcánicas, las cuales conforma caprichosas montañas y figuras que es imposible dejar de observarlas. El paisaje negro justifica por mucho su nombre de Ceboruco “el gigante negro”.
No sólo queda ahí, por el bendito gusto de conocer el lugar y mi gusto por los volcanes, por azares del destino me enteré que se puede ingresar al cráter del volcán; y patitas para qué las quiero que voy – bueno en realidad me fui en carro, jejeje- lo más impresionante, aparte de de ver el domo del volcán, que es un excelente escenario para unas tomas fotográficas; es estar frente a las fumarolas activas y escuchar el paso del vapor entre ellas.
Podría decir muchas cosas mas de los volcanes, pero si llegaste hasta aquí gracias por leer.
Hoy te recomiendo te de anís con canela.
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