miércoles, 14 de junio de 2023

Poética de la aspiración


 


 Fernando G. Castolo*

 

 

Los gritos destemplados de la chiquillería se introducen por los espacios de la oficina que alberga la memoria municipal. Esos gritos son como ecos que se suscitan y resucitan en los muros del Centro Cultural, de donde emanan oprimidos dado que, por años, fue la sede de una escuela de instrucción primaria: la Ramón Corona.



La avives de estos pequeños son el mejor ejemplo de que la vida sigue su curso; de que la memoria se construye en el día a día, porque diario celebramos el nacimiento y lloramos la muerte; donde lo caótico de lo urbano se burla de los añorados paisajes naturales en los que se inspiraba una delicada poesía para loar las generosidades del pueblo.





Hay memoria, sí, por fortuna y mucha, pero, ¿la sabrán acaso esos pequeños de enfrente? ¿En sus cabezas existirá la noción del Zapotlán bañado por las aguas de su laguna y posado a la sombra de un volcán? Sabrán de la presencia del poético pincel de intensos rojos de Orozco; o de la melodía fragante de Qué bonita es mi tierra de Fuentes; ¿o de la fina escritura del orgullo por lo que se es del "Yo, señores, soy de Zapotlán..."? Esas niñas y niños que aún divierten las horas con sus inocencias, son el futuro inmediato de la ciudad, y a ellos debemos de consagrar el cotidiano esfuerzo de dejar un mejor panorama cultural que les permita trazar las líneas de un camino ascendente y trascendente.


Zapotlán, dijera el escritor Milton Iván Peralta, “no se acaba nunca”. Esa es la máxima aspiracional de esta "cuna de grandes...". Vuelvo a mi realidad, y el espacio en que me encuentro sigue invadido de los gritos infantiles que se introducen al Centro Cultural, desde la institución educativa que se encuentra enfrente.

 

*Historiador e investigador.



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