viernes, 30 de junio de 2023

Palabras que discriminan


 

Reflexiones sobre la lengua

  

Ramón Moreno Rodríguez

 

 

No hace mucho tiempo que en nuestro país se habla de que los mexicanos tendemos a ser racistas en contra de los indios y clasistas en contra de los pobres. Hasta antes de los años ochenta del pasado siglo, reconocer este terrible prejuicio, era imposible. La moral pública heredada de los regímenes políticos surgidos de la Revolución Mexicana, habían ocultado muy bien este terrible defecto. Recuerdo que una vez, allá por 1984, unos amigos griegos que viajaban por México le dijeron a un hermano mío que les parecía que los mexicanos éramos racistas. Mi hermano se indignó por esa afirmación; alegó en nuestra defensa que racistas los argentinos, los peruanos, los guatemaltecos, los chilenos, pero los mexicanos no. Escuché el debate y guardé silencio porque si bien, era consciente de que ese defecto se negaba en nuestro país, hacía tiempo que yo opinaba como esa pareja de helenos que pusieron el dedo en la llaga. Por ejemplo, me parecía, y me sigue pareciendo, que no era casualidad que las personas que lavan autos en la ciudad d México siempre son indígenas. Yo me preguntaba: ¿por qué los morenazos mestizos o los mestizos rubios nunca lavan los autos? La respuesta es clara: porque es un oficio para los más oprimidos de los oprimidos, y los indios (muchos hablan con dificultad el español) siguen ocupando el último escalón de una sociedad de castas que los españoles impusieron a partir del siglo XVII en nuestro país y que el régimen posrevolucionario quiso abolir en el papel, en el discurso de la plaza pública, pero no en la realidad.

En fin, lo que quiero decir es que la discriminación social o racial, o ambas, me parece, son de rango universal y quizá en todas las culturas existe este desprecio (quizá velado temor) del otro, ya sea por fuereño ya por desposeído. Es como decirle: “no eres como yo y eso es malo para ti; deseable sería que te mimetizaras a mi grupo, pero como eso no es posible ni lo deseo, me gustaría que desaparecieras o mejor aún, yo mismo te fulminara”.



Esta condición subyace en las culturas, y las respectivas lenguas reflejan y reproducen esa discriminación. No es que el habla por sí misma sea racista o sexista o machista o misógina; es la sociedad en cuestión la que utiliza tal o cual lengua la que lo es. Las lenguas muestran lo que las sociedades son. Por ello es que hay expresiones en el español (y también en el inglés o en el náhuatl) que son racistas o sexistas, pero no al revés. El español per se (y lo mismo el náhuatl o el inglés) no es racista o machista, aunque haya sociólogos de pacotilla que lo afirmen; no saben de lo que hablan. Por ello es risible que un partido político español dejó de llamarse Unidos Podemos y ahora se llama Unidas Podemos. ¡Hay cada locura en el mundo! Por supuesto que eso no les quitó lo machistas (si es que lo son, que de eso no opino porque lo ignoro), porque desde su fundación su líder es un hombre y difícilmente dejará, mientras tenga vida, el cargo a una mujer. Por supuesto que es lógico que la gente se pitorree de este líder cuando dice ahora (antes no) que ellas en Unidas Podemos opinan esto y esto otro.


Con las cuestiones del racismo y la discriminación social a los pobres pasa algo similar a lo que venimos explicando. Como nuestro país es racista con los indios y discriminador con los pobres, el español que hablamos en México está plagado de expresiones que muestran a las claras tal enfermedad social. Por ello nada extraño es que alguien le grite con sorna o soto voce, porque algo teme, el muy despectivo “cuico de mierda, no sabes con quién te metes”, a un policía que intenta infraccionarlo por tal o cual culpa cívica, y al mismo tiempo que le insulta ferozmente con estas palabras, le esgrime en los hocicos su teléfono celular para filmarlo, aunque no traiga pila, para dejarle patente quién es en ese sainete el que más poder tiene. Y es que cuico significa, entre otras cosas, pobre. Y sí, por desgracia, el oficio de policía en nuestro país está lastrado por muchos males, y uno de ellos es que esa especie de tablita de salvación (es una metáfora piadosa) para la miseria y la indigencia es usada por hombres y mujeres muy humildes, por los llamados pobres de solemnidad, que aceptan desempeñarlo. Y sí, la palabra cuico es de una violencia y una majadería sin cuento. ¿Dónde está el tan terrible insulto? ¿En la palabra misma o en la persona que la utiliza como látigo? Sin duda no en los sonidos, sino en los sentimientos, en las mentes. La palabra por sí misma es inocua, tan lo es, que en ciertos lugares de Sudamérica ha dejado ese sentido (que lo tenía) y se ha trasladado al campo semántico contrario; en ciertas regiones de Bolivia también significa rico, adinerado, ser platón.






Sin duda el mal se llama “clasismo” y no “lengua clasista”. Hay millones de mexicanos que por pertenecer a cierta clase media, media alta o alta, se sienten superiores a la inmensa mayoría de nacos que pululan en nuestro país, que forman las clases bajas y que son la inmensa mayoría de la población.


Y aquí tenemos otra palabra que nos da pie para mencionar el otro tema del que queremos hablar hoy: el racismo contra los indios, más feroz y más oculto y más fuertemente enraizado en nuestro ser. ¿Ha observado el amable lector que cuando un niño nos incomoda o nos da la lata le podemos gritar impotentes: ¡Escuincle latoso, lárgate de aquí! Por el contrario, cuando queremos elogiarlo le decimos ¡Pero qué niño tan inteligente! Así es, una palabra del náhuatl para insultar y una palabra castiza del español para elogiar. Ni qué decir del afamado insulto que una señora gritó frente a las cámaras de televisión en contra del presidente de la república: “¡Amlo, eres un indio pata rajada!”. El escenario lo tenemos muy claro en nuestras mentes: si una persona no obedece lo que le ordenamos o se aferra en su opinión y no lo podemos persuadir, decimos entre indignados e insultantes: ¡Pero si eres un indio pata rajada! Pues sí, por siglos los indígenas han tenido que caminar descalzos y eso les acarrea sabañones en los dedos y cortaduras en los talones. Y esta marginación no ha sido sino motivo de burla, exclusión e insulto.


Pensemos en la palabra naco, ésta es sinónimo de indio salvaje del norte, porque dicho vocablo se utilizaba para identificar una etnia sonorense asociada a los ópatas. No hay vocablo más feroz e insultante que aluda a la condición india que éste, y de tal manera lo es y está tan universalizado, que se le lanza a quien sea, aunque el aludido sea un mestizo medio empanizado de ojos claros; eso no importa, la raza es lo de menos, igualar a la persona con indio salvaje es lo importante, aunque el insultado sea un criollo de ojos verdes. Y no es la única palabra con este sentido, el nombre de la etnia veracruzana mayoritaria (totonaca), se usa con la misma intención, aunque no es tan sonoro el insulto. Y en general, con simplemente decirle a alguien: ¡Eres un indio!, ya se lo está rebajando, cosificándolo, embruteciéndolo, animalizándolo.





Esta palabra es de tan poderosa fuerza que es un verdadero bumerang, que va y regresa impactando al que lo dice, porque nuestro país está poblado en su inmensa mayoría por mestizos y hay en nuestra sangre algo así como el 95 por ciento de sangre india. Tan indio es al que se le endilga como el que lo pronuncia.


¿Qué hacer? No lo sé. Soy pesimista al respecto. Tengo para mí que en lo social no tenemos remedio. Pero en cuestiones de la lengua podemos opinar que la observación de nuestra forma de hablar es la clave de todo. Invito al amable lector que se fije más en las palabras que usa, con seguridad descubrirá la gran cantidad de vocablos insultantes que utiliza para descalificar o denigrar con el que habla y no pocos, de seguro la mayoría alude a la condición india o a la pobreza. Está bien si de insultar se trata, pero no olvidemos que no es necesario ser racista ni clasista para hacerlo. Un sonoro y bien dicho tasajo verbal funciona muy bien cuando se dispara en defensa propia; no son necesarias las comparaciones raciales o sociales para ser más efectivos cuando deseamos insulta a alguien.

 

 


 

 

 

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