Reflexiones
sobre la lengua
Ramón
Moreno Rodríguez
Nosotros
los mexicanos estamos acostumbrados a ver el nombre de nuestro país con una
“x”, pero ¿qué pasa cuando viajamos a España? Si le pides a un nativo de allá que
escriba México está casi asegurado que cambie la “x” por una “J”, para ellos
eso es lo correcto. De hecho, fui testigo de un español corrigiendo a un
mexicano tachándole la “x” y poniendo en su lugar una “j”. Son muy estrictos y
les desconcierta que utilicemos la x para esa función, hasta pareciera que
violentamos con ello el manual de ortografía de la RAE.
He tratado de explicarme por qué
les incomodará eso y aunque no tengo una respuesta del todo que me satisfaga,
sí identifico en mí un sentimiento que de seguro es equivalente al que digo
cuando veo la paja en el ojo ajeno. Se me hace fatigoso escuchar a un español
(o argentino, que ellos también lo suelen hacer) pronunciar Texas (Tecsas) y no
Tejas. Y lo mismo sucede en los noticieros. Como lo habrá observado el amable
lector, cuando el locutor encargado de la sección de finanzas lee una nota en
la que informa de la subida del costo del petróleo, suele decir que el barril
West-Tecsas está a la alza y no pronuncia (como debería ser, según mi parecer) que
el barril de petróleo West-Tejas está a la alza. He de agregar de pasada que
también los locutores de noticias mexicanos, a quienes se los disculpo menos,
tienen la costumbre de pronunciar West-Tecsas y no West-Tejas.
Pues bien, volviendo a nuestro
propósito, los españoles que insisten en que deberíamos escribir Méjico y no
México, tienen en parte razón. No obstante, estas líneas que a continuación
escribiré, explican por qué debe respetarse este aferrado uso arcaizante
nuestro de preferir la equis y no la jota.
El afamado filólogo venezolano
Ángel Rosenblat decía que cuando un hispanohablante no mexicano viaja por
nuestro país, queda terriblemente sorprendido por el enredo en que nos hemos
metido con la grafía equis, puesto que prácticamente escribimos esta letra,
pero pronunciamos lo que sea, y casi siempre un fonema diferente. Y no le
faltaba razón. Obsérvese que escribimos equis, pero pronunciamos ese en la
palabra Xochimilco; en la palabra Xola, pronunciamos una che; en México, ya
dijimos, jota; en máxtlatl sh y en Necaxa, ks.
El mismo Rosenblat dice que eso le
sucedió al español hablado en México por su contacto con el náhuatl, que tenía
determinados fonemas que el español no, y en cuanto que la lengua del Cid le
prestó el alfabeto a nuestra lengua amerindia, se hizo ahí un batiburrillo que
produjo el efecto que acabamos de explicar. Sin duda, algo de cierto hay en
ello y que los evangelizadores franciscanos que llegaron a nuestro país a
partir de 1524, contribuyeron con este enredo de seguro que es verdad, pero
tengo para mí que tal planta ya había germinado mucho antes y que esa confusión
fue traída de España y que junto con el alfabeto, se la “prestó” (la confusión)
el español medieval al náhuatl. Trataré de explicar esto.
Primero diremos que en los orígenes
de nuestra lengua (el español), en la Baja Edad Media, surgieron fonemas que en
latín no existían; el caso más comentado es la “ñ”. Otro hecho es que en
aquellos tiempos se usaban las letras propias del latín, pero los fonemas no
siempre se correspondían con lo escrito; un ejemplo sería la “r”, que en
español es un fonema diferente al del latín que le corresponde; por ejemplo, en
la lengua de Lacio, Roma se pronunciaba con una “r” vibrante simple que casi
parece una “d”; mientras que en español esa palabra la pronunciamos con una “r”
vibrante múltiple; parece que un ferrocarril marcha a toda velocidad a nuestro
lado cuando un italiano nos escucha pronunciarla. Tercer hecho, a lo largo de
los siglos han aparecido en nuestra lengua algunos fonemas que después
desaparecieron; incluso, algunos han vuelto a surgir; digamos en broma que
revivieron y salieron de su tumba lingüística.
En este último hecho, a mi parecer, se dio el origen del enredo que hoy se nos endilga a los mexicanos. Veamos este ejemplo que me permitirá explicarme. La palabra “muxer” en ciertos momentos de la Edad Media se pronunciaba con un fonema que luego desapareció y que más o menos corresponde a la “sh” del inglés. Con los siglos se disolvió y en su lugar se pronunció una jota; así pues, se escribía muxer, se pronunciaba musher y en nuestros días pronunciamos “mujer”. Pues bien, en España el fonema “sh” ha revivido. En la actualidad, se ha popularizado allá el nombre Xavier (en oposición a Javier) y los españoles lo pronuncian como Shavi y no Javier o Javi, como siempre lo hemos hecho nosotros (y ellos también), desde el siglo XVI.
Por otro lado, existen en España
plazas, calles, avenidas o instituciones que se llaman Ximénez de Cisneros. El
más conocido de todos quizá sea el Colegio Mayor Ximénez de Cisneros de la
Universidad Complutense de Madrid. He estado ahí y la gente pronuncia Jiménez
de Cisneros y no Shiménez de Cisneros o Csiménez de Cisneros. Finalmente traeré
a colación el caso más extremo que es el nombre
Txema, que no es sino el conocidísimo hipocorístico para quienes se
llaman José María, es decir, Chema.
Por lo tanto, me pregunto, si en
España hay quien escribe Xavi, pero pronuncia Shavi o Ximénez y pronuncia
Jiménez o Txema y pronuncia Chema ¿no es exactamente el mismo caso que en
nuestro país con las palabras del náhuatl ya referidas? Sin duda lo es.
Imposible pensar en la otra alternativa: que los españoles tomaron nuestros
usos y costumbres de como escribimos y pronunciamos muchas palabras del náhuatl
que pasaron al español que nosotros hablamos.
Volvamos al caso de “muxer”, que es
el mismo de “México”. Como ya se dijo, en algún momento (cuando el español tomó
contacto con el náhuatl por primera vez) existía en la lengua ibérica el fonema
sh que se escribía “x”. Son muchas las palabras en esa circunstancia, no sólo
“muxer”, menciono de pasada tres más: dixo, oxo, y Quixote. En el caso del
nahuatlismo “Meshiko”, (era una palabra grave, no esdrújula, como hoy la
pronunciamos) tenía un fonema equivalente a la sh de oxo o muxer, y por lo
tanto, lo lógico es que los evangelizadores que dotaron al náhuatl de escritura
la escribieran con “x” al igual que “dixo” y tantas otras.
Con el paso de los siglos la
pronunciación cambió pero en la impresión de la novela, por ejemplo en el siglo
XVIII, seguía apareciendo la x, aunque se pronunciase jota. Y no era el único
caso el de la equis y la jota, sucedía con otras muchas grafías y fonemas. Por
ejemplo, se escribía cathólico pero se pronunciaba católico y no cazólico, al
uso griego de la interdental. También se escribía Xpisto y se pronunciaba
Cristo.
Como bien puede concluir el lector,
le pasó a la escritura del español en el siglo XVII y XVIII lo que le pasa al
inglés de nuestros días, que se escribía una cosa y se pronunciaba otra. Y ha
de saber el lector que esta preocupación por la diferencia que había entre lo
que se escribía y lo que se pronunciaba, y en particular el enredo entre jota y
equis, ya desde entonces era motivo de consideraciones, análisis y
explicaciones.
Mateo Alemán, el famoso escritor de
origen judío que vivió en México, escribió un libro de ortografía que fue
publicado en 1609. En él dice que: “careciendo los antiguos de esta letra x
hasta los tiempos de Augusto César, y los varios modos como en su lugar escribían
con su pronunciación, unas veces diciendo ápecs por ápex y otras gregs por
grex, decían csi y gsi por xi… La x y la j tienen cierta similitud o
parentesco, como la ss y la ç por donde algunos la truecan, diciendo dixe por
dije, no advirtiendo que la x es más suave y se pronuncia casi como el silbo:
la lengua poco menos que junta con el paladar, y para la j se tiene que retirar
y formarse por entre los dientes, con sólo el aliento. Nosotros pronunciamos la
x como los árabes, de cuya vecindad nos la dejaron en casa”.
Múltiples son las cosas que se pueden inferir de esta
cita, entre otras, que existían varios fonemas que se han perdido y que ahora
se pronuncian (acá en América), como uno solo; me refiero a la s, ss, c (ante
e, i) y la ç. Esos cuatro fonemas se han concentrado es uno solo. Pero vayamos
a lo nuestro. En algún momento, e ignoro la fecha y las circunstancias
concretas pero debió ser en el siglo XIX, en español se buscó unificar la
escritura y la pronunciación y dejó de escribirse cathólico, porque en verdad
se pronunciaba católico, Raphael porque se pronunciaba Rafael y muxer porque se
pronunciaba mujer. En México (y por ello concluyo que eso sucedió en el siglo
XIX) nos negamos a cambiar la grafía con que siempre se había escrito el nombre
de nuestra ciudad capital, la Intendencia de México (la región central de
nuestra nación que incluía los actuales Guerrero, Morelos, Estado de México,
Distrito Federal, Hidalgo y parte de Veracruz) y el país todo, que siempre se
usó alternativamente a Nueva España, México o imperio mexicano. Y como no hubo
autoridad española que nos pudiera imponer tal cambio, pues los gobiernos
independientes surgidos a partir de 1821, siguieron escribiendo la palabra como
siempre se había escrito desde que tuvo las grafías latinas que la identifican.
En síntesis, desde antes de que existiera la lengua española, la grafía equis ha sido un problema, pero lo que en latín era una dicotomía entre cs y gs, a partir del nacimiento del español (digamos que hacia el siglo X de Nuestra Era) varios fonemas (ch, sh, j, s, cs) se han asociado a esta letra; cuando el español llegó a nuestro territorio mexicano y dotó al náhuatl de un alfabeto, le transmitió esa costumbre de escribir una letra y con ella representar, por lo menos, cuatro fonemas.
Para
concluir, ¿es una necedad nuestra no actualizar o modernizar esa grafía? Sin
duda sí, pero hay razones subjetivas que nos hacen inclinarnos por la vieja
usanza. De hecho, no es el único caso el nuestro; en Argentina, la declaración
de independencia de ese país se escribió con una ortografía entre arcaizante y
fonética; ellos lo hicieron, según explicaron en su momento, para ir marcando
la distancia con España que a partir de ese momento surgía. Quizá algo haya de
eso en nuestra elección, pero es más; tiene que ver con los orígenes, con lo
fundacional, con lo telúrico, con la nostalgia de lo ya perdido. Debo reconocer
que hay en este gusto nuestro, también, y parafraseando al poeta, una íntima
tristeza reaccionaria. Sí, es conservadora nuestra actitud. Como conservadora
es la de quien llama a un instituto Ximénez de Cisneros a sabiendas de que se
pronuncia Jiménez de Cisneros.
Así como nosotros jamás le diremos
a los de la Universidad Complutense de Madrid que no hagan eso, nadie puede
tachar nuestra equis, que la llevamos en la frente, diría Alfonso Reyes, para
poner al lado una jota. Y ese gusto nuestro ha sido bien aceptado y bien
entendido por la mayoría, y hasta compartido con respeto. El mismo Alfonso
Reyes cuenta que en Buenos Aires pidió que las nomenclaturas de la calle México
de esa ciudad se cambiaran porque habían sido labradas con jota. Después de dar
una amable, inteligente y erudita explicación de por qué los mexicanos
preferimos la equis a la jota en el nombre de nuestro país, las autoridades de
aquella ciudad aceptaron con respeto ese gusto, y mandaron cambiar las placas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario