Víctor Hugo Prado
El escritor
Héctor Aguilar Camín, en su columna de Milenio, refiere la presencia de un elefante
en la sala que nadie quiere ver, ese elefante es el de la violencia. México tiene muchos elefantes en la sala que ninguno
queremos ver, pero que ha llegado el momento de hacerlo, desde la academia,
desde los sectores productivos, desde la sociedad civil, desde comunicadores, desde
los propios ciudadanos organizados.
La
pobreza es otro elefante en la sala, que hace más difícil el desarrollo de las
comunidades y, por lo mismo, de un mejor país. Los mexicanos que la sufren
están más expuestos a otros problemas conexos como seguridad, desigualdad,
salud, educación, infraestructura, servicios como agua y drenaje, luz,
electricidad o conectividad. En esencia la pobreza es en muchos casos la causa
de los otros problemas o tiene una relación directa en la incidencia de estos.
En
México existen 56 millones de personas viven en situación de pobreza, de ellas,
45 millones en pobreza moderada y 11 en pobreza extrema. La población que vive
en pobreza no tiene acceso a derechos que son de todos los mexicanos, como la educación,
menos aun de la de calidad; un derecho que vale decir, es causa y es efecto de
la pobreza. Por tanto, si la población en general tuviera acceso a un buen
sistema de educación contaría con mejores herramientas para desarrollarse y
salir de la pobreza.
No
hay recetas mágicas para enfrentar el grave problema de la pobreza como no lo
hay para otros fenómenos sociales asociados a ésta. Debe haber propuestas de
atención surgidas de manera consensuada entre gobiernos, universidades,
sectores empresariales, trabajadores y la sociedad civil organizada.
De
entrada, el gobierno debe impulsar la inversión productiva, pero no manda
señales sólidas con proyectos que no han dado resultados y que los costos se
han casi triplicado: Tren Maya, Refinería Dos Bocas, Aeropuerto Felipe
Ángeles. Aunque hayan generado miles de
empleos formales, si no funcionan, los empleos serán insostenibles.
El
gobierno debe alentar la inversión constante de la iniciativa privada, tanto en
coparticipación con el gobierno, como en sus empresas, pero no fue buena señal
ahuyentar la operación de compra-venta de City-Banamex y junto con ello
espantar a inversores extranjeros. En fin, hay mucho que pensar, proponer e
incorporarlos a programas de gobierno con visión de Estado. En nada ayudan las
simples ocurrencias. Y en ello, un papel decisivo es el de la educación de la
mano con la investigación científica, para entender y atender las complejidades
que aquejan a nuestra sociedad.
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