Fernando
G. Castolo*
Jalisco
nació como estado y dejó de ser provincia al adquirir autonomía y libertad
política.
Apenas habían transcurrido tres
años desde que la Madre Patria, en el fragor de la lucha por la independencia
(verdadero dolor de mujer en parto), nos alumbró y de ese, su acrisolado
vientre, nacimos redimidos, de toda cadena y sometimiento, como nación
independiente. En aquel entonces, México, por primera vez, abrió los ojos; dio
sus primeros pasos hacia un destino que le exigía continuar con el pasado o
entregarse al futuro.
Un emperador y un imperio habían
fracasado; Iturbide, el caudillo que consumió nuestra independencia, perdió
cetro y corona; sus propios seguidores levantaron contra él la espada;
proclamaron un plan, el Plan de Casa Mata, y con él dieron fin a un gobierno en
ciernes y a una joven dinastía. El Imperio de Iturbide se derrumbó en tan sólo
ocho meses; la nación tomó una decisión y esa decisión fue negarle el trono a
un mexicano. Al venirse abajo la monarquía como proyecto político, los
mexicanos no tuvieron más salida que abrazar el centralismo o defender los ideales
del federalismo.
El centralismo era un camino
conocido, se basa en el viejo modelo político de someter a las provincias a las
órdenes y control de las autoridades capitalinas; el federalismo, por el
contrario, demandaba para los estados autonomía y libertad; Jalisco, como
ninguna otra provincia, protagonizó este drama defendiendo el federalismo y
pagó, por ello, un alto precio en tierra y sangre.
Luis Quintanar, un antiguo militar
partidario de Iturbide, mandaba en la entonces Provincia de Guadalajara, justo
cuando los centralistas gobernaban la nación a través de un triunvirato formado
por Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Pedro Celestino Negrete.
En tiempos en que el centralismo
parecía triunfar, Quintanar motivó a las fuerzas y voluntades de la región
occidental a pronunciarse a favor de un orden más igualitario, justo y
respetuoso para las provincias. Su reto encontró respuesta entre los
jaliscienses, quienes en la consulta popular El voto general de los pueblos de la
provincia libre de Xalisco le manifestaron al poder central y al resto de las
provincias su inclaudicable deseo de convertirse en un estado libre y soberano.
El 24 de mayo de 1823, el gobierno
central intentó asestarle un primer golpe al federalista y rebelde gobernador
de la provincia de Guadalajara; su ejecutor era el brigadier José Joaquín
Herrera, quien salió de la capital con la orden expresa de destituir de su
cargo político a Quintanar.
Quintanar era acusado por la prensa
y autoridades capitalinas de conspirar junto con Anastasio Bustamante para
regresar a Iturbide al poder. Una tropa de soldados leales a Quintanar le
cerraron el paso a Herrera cuando éste se disponía a cumplir sus órdenes.
La guerra entre el centro y las
provincias estaba declarada; Quintanar tenía que actuar con rapidez y
determinación, y lo hizo. El 16 de junio de 1823, lanzó, con el apoyo de la
diputación provincial, la promulgación del Estado Libre de Xalisco y del plan
del gobierno provisional. El hecho se consumó y las represalias de los
centralistas no tardaron: Negrete y Bravo recibieron la orden de aplacar los
ímpetus federalistas de la Provincia de Guadalajara.
Jalisco es invadido. Quintanar toma
recursos de la Iglesia y recluta hombres; sale a la defensa del estado. Por
fortuna no se escenificaron combates, ambos bandos prefirieron negociar antes
que pelear.
Aún no se entintaban las plumas con
las que fueron firmados los convenios de Lagos, cuando, por la espalda, el
centro asestó una certera y dolorosa puñalada a Jalisco; con el propósito de
crear un conflicto doméstico que debilitara y comprometiera la posición
política y militar de Quintanar, las autoridades de la capital mandaron a
Anastasio Brizuela a separar Colima del recién Estado Libre y Soberano de
Jalisco.
Tras la promulgación de las
constituciones federal y local en el año de 1824, Jalisco volvió a ser agredido
por los poderes de la capital; nuevamente se vio forzado a luchar por el
respeto a su autonomía contra el ejército centralista encabezado por Nicolás
Bravo. La capital tapatía estaba amenazada. Quintanar concentró en ella
pertrechos y hombres, más como en el primer ataque centralista, un acuerdo
silenció los cañones. El ejército invasor ingresó a Guadalajara de forma
pacífica; sus defensores y caudillos, Quintanar y Bustamante, confiaron en la
palabra de sus enemigos, bajaron la guardia y éstos no desaprovecharon la
oportunidad para pisotear el honor y homenajear a la traición; tomaron prisioneros
a quienes jamás merecieron el perdón de aquellos que se burlaron de la libertad
y soberanía de Jalisco.
El 16 de junio de 1824, Quintanar y
Bustamante cayeron en manos de los centralistas; a los pocos días, salieron de
la ciudad escoltados por las fuerzas de Nicolás Bravo hacia el puerto de
Acapulco y de allí zarparon rumbo al destierro. Víctimas de una venganza
consumada, héroes o traidores, al final, los esfuerzos de Quintanar y
Bustamante darán el mejor de los frutos: Jalisco, al igual que todas las
entidades federativas, se consolidó como un estado libre y soberano. El ideal
federalista se impuso, prevaleció.
*Historiador
e investigador.
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