Reflexiones
sobre la lengua
Ramón Moreno Rodríguez
Nuestra lengua se ha ido modificando
con el paso de los años, un claro ejemplo para comparar nuestra lengua actual
que la de hace un tiempo atrás es la novela del curioso impertinente que aparece como relato extradiegético en El Quijote. Como sabemos, este libro fue
escrito hace cientos de años, por lo tanto, contiene palabras en desuso. Esto
puede ser un pequeño inconveniente para un lector contemporáneo bien informado,
sin embargo, para un lector inexperto puede ser un problema mayúsculo a la hora
de querer comprender el texto en su totalidad.
No
hace mucho, consultaba la edición de Espasa-Calpe hecha por el polígrafo y
cervantista Francisco Rodríguez Marín, que deslumbra al lector por sus muy
sabias notas. Muchos son los términos que aquel ilustrado andaluz va explicando
y que hacen doblemente sabrosa la lectura. No obstante, nuestro estudioso no
explica algunas que quizá para su amplia erudición, le parece innecesario
detenerse en ellas o bien, explicar todo sería una labor imposible, propia de
Funes, el memorioso personaje de Borges. Digo que en un momento detuve mi
lectura repasando en la mente lo que dice la asediada Camila a causa del brete
en que la inmiscuye el enfermo marido:
“¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se
mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión
le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de mí!, en la cuenta de quién te ha
hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes”.
Cayo es la palabra que me hizo parar.
Lógicamente la pobre mujer se refiere a caer
y no a callar. Hoy diríamos caigo. Curiosamente, este verbo tiene
correlato inverso con la guturación de otros más. Quiero decir que de ir tuvimos vayga, en siglos pasados, y vaya,
en el presente. O también haber se conjugó
primero como haiga y hoy decimos haya. La lógica dice que si al presente
conjugamos haya y vaya (en lugar de hayga y vaiga), tendríamos que decir en
nuestros días caya, y no caiga, como en realidad lo hacemos. ¿Por
qué esta manera de conjugar no evolucionó igual que las otras?
El
asunto es muy lógico de entender, no obstante que en este momento nos pueda
parecer confuso. Digamos en primer término que la lengua es un fenómeno vivo,
cambiante y mudable; por lo tanto, la lengua que hoy usamos no es del todo
igual a la de hace siglos, aunque no lo notemos. Las formas de hablar y de usar
las palabras se modifican al paso del tiempo y lo que hoy es válido, dentro de
doscientos o trescientos años no se usará o se lo hará de manera diferente. La
forma de hablar de don Quijote, precisamente, sorprendía y hacía reír a sus
paisanos porque usaba formas extrañas y caprichosas, cientos de años pasadas de
uso. Por otro lado, los cambios no son homogéneos, sino que en algunas regiones
se realizan de una manera pero en otras no se dan igual o simplemente no se
admiten. En tercer lugar, las evoluciones no son siempre lógicas, sino que
pueden tomar caminos caprichosos. Mi profesor de gramática histórica nos decía
que la lengua no es lógica, sino prelógica.
Recuerdo que una vez, en compañía de
una colega española, acudí a un restaurante en la ciudad de México que tenía
las puertas de vidrio cerradas y había que abatirlas para poder pasar. Junto a
la palanca que accionaba el mecanismo de apertura estaba un amplio letrero que decía
jale, y que son tan comunes en este
tipo de puertas. Ella, que iba por delante, antes de intentar entrar me miró
sorprendida y me preguntó: ¿Qué significa jale?
Yo no sabía en ese momento que ésa era una palabra arcaizante, pero me di
cuenta de inmediato y comprendí cuál era el fenómeno, así que sin saber cómo la
usarían ellos en España, simplemente dije hale.
Ella, por supuesto que lo entendió de inmediato y en efecto, tiró de la
manivela y entramos.
De
seguro que se le haría extrañísimo que en México dijéramos jale por hale y de seguro
que eso equivaldría para ella como si dijéramos vaiga por vaya. Y por supuesto
que yo me quedé pensando en lo arcaizante que es el habla de nuestro país
comparada con el uso de España; y aunque a nosotros nos parezca tan normal jale y extraña hale, que para entender mejor su reacción deberíamos pensar en el español
rural que tanto domina en el sur de Jalisco y otras zonas del país. ¿No es
verdad que los hablantes de las zonas urbanas nos sorprenden oír decir a una
persona de campo juir por huir o dijistes por dijiste?
Pues es exactamente lo mismo. Pero, aunque sea lo mismo no es igual.
Quiero decir
que hay ciertos arcaísmos que están censurados y otros no. La diferencia la
establece la llamada norma de prestigio lingüístico. Arcaísmos como jale o caiga son aceptados, pero otros como trujiste o trujistes o juir o hayga no los debemos usar y menos en un ámbito del trato formal.
¿Eso implica que nos avergoncemos por como hablaba Cervantes y los demás
famosos autores barrocos, que usaban muy quitados de la pena estas palabras que
acabamos de anotar? No por supuesto, que eso lo tenemos a gran prestigio y
honrosa herencia. Son simplemente formas del uso coloquial que tienen un lugar
y un momento para usarse. Para la universidad hay un léxico y para la calle otro; para la cantina uno
y para la iglesia otro; para la sala
familiar uno y para la oficina otro y así sucesivamente.
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