Fernando G. Castolo*
Madero
sagrado que invitas al rosario, devoción ancestral que iniciaron mis
antepasados. Antaño eran custodias de los puntos cardinales de la periferia del
primigenio pueblo zapotlense: Cruz Blanca al poniente y Cruz de la Cumbre hacia
el oriente.
Luego
aparecerían otros notables maderos en su torno: Cruz del Cuascomate, Cruz del
Nacimiento del Agua, Cruz del Siglo... Las cruces han acompañado los rezos de
las gentes desde el choque cultural que padecimos hace 500 años. Fue la gran
herencia de los peninsulares con la que consolidaron el proceso de la mal
llamada "Conquista".
No
hubo tal, solamente fue el fenómeno del sincretismo que fusionó antiguas
creencias religiosas con el catecumenado evangélico de los hermanos de la Orden
Franciscana. Ellos nos trajeron la devoción, nosotros la sazonamos con la
"sal y la pimienta". Le hacía falta colorido y el gran borlote que
caracterizaba nuestras celebraciones paganas. Al rito de la celebración le
bautizamos como "encendio"; sí, el encendido de velas en su honor.
Y le fabricamos un hermoso retablo invadido de
olorosas flores y gran cantidad de cera, así como elaboramos complejos adornos
a base de papel picado que dispusimos como cielos. Y entonces, también, además
del rosario, se le compusieron cánticos ex profeso para que el madero santo
viera todo el entusiasmo que le poníamos a su celebración. El Canto del Alabado
es el favorito para interpretar, siempre con voces ladinas, como queriendo
expresar en el mismo todo el dolor y todo el amor que nos representa el icono
del madero sagrado.
A la Santa Cruz se le ilustraron en la
superficie representaciones de los hitos de la pasión y muerte de Jesucristo.
Hoy en día casi nadie sabe interpretarlos y, por ello, ya no los incluyen en el
decorado del madero santo. Dicen que la madre del emperador bizantino
Constantino el Grande, Elena, fue la encargada de rescatar el madero y de
irradiar su devoción hacia todos los rincones del mundo conocido en la época.
Santa Elena de la Cruz también recibe los homenajes de esta herencia.
Los
antiguos alarifes, los albañiles, los arquitectos, los ingenieros civiles y, en
general, todos aquellos personajes que se dedican a la construcción, tienen
como patrona especial a la Santa Cruz. Ellos manufacturan una cruz, que adornan
con papel crepé multicolor, y le fabrican con el mismo papel simuladas flores y
listones que enarbolan su diseño. Las colocan en lo más alto de las
construcciones. También se convocan para celebrar al madero sagrado.
Hoy
en día existen tantas cruces como barrios y colonias hay en la ciudad: La Cruz
de las Palmitas, La Cruz del Buen Pastor, La Cruz de la Reja, La Cruz de las
Piedritas, La Cruz... Y las hay "principales", "guías" y
"niñas". Hay cientos de ellas diseminadas en la población y bien
valdría la pena levantar un censo de todas las que se encienden el 3 de mayo.
El
novenario que antecede la fiesta se inunda de estallidos de pólvora y de música
de banda. Presurosas van las mujeres con su puño de flores en mano. En la
víspera se pegan con engrudo, en las fachadas de casas y capillas que
encienden, las "vivas", pequeños impresos en papel corriente con la
leyenda de "Viva la Santa Cruz de..." Ahí mismo aparecen los
capitanes de vivas, los mayordomos y, en su caso, los encendedores.
La
fiesta de la Santa Cruz en Zapotlán cuenta con sus buenos años de tradición y,
cada día que pasa, su devoción crece más entre el vecindario, lográndose
consolidar así una de las más importantes tradiciones locales por excelencia,
patrimonio cultural de nuestro orgulloso pueblo.
*Historiador
e investigador.
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