Edna Jaime
La
palabra que empieza a ser relevante ‘reconstrucción’. Como cuando un huracán
arrasa con un territorio. Algo parecido a un huracán nos ha azotado en los
últimos años. Por eso, permítanme decir que el término reconstrucción es válido
para algunas zonas del actuar gubernamental. En la seguridad hay que
reconstruir; en la salud hay que hacer lo mismo; en las tuberías
institucionales del ejercicio de la política pública hay que reedificar. Por
tanto, se vale hablar en general de rehacer.
En
el tema de la seguridad y la justicia el concepto de reconstrucción puede ser
ambiguo. ¿Queremos reconstruir? ¿Qué? En la evolución política del país se
estableció como tema fundamental resolver la disputa por el poder a través de
un sistema electoral que garantizara la imparcialidad y la competencia
electoral. De la misma manera, la institucionalidad económica fue
imprescindible para estabilizar la economía del país y abrirle nuevos
horizontes. Las instituciones de justicia quedaron relegadas, no
como un olvido intencional sino como la marca de origen del régimen: la
aplicación selectiva de la ley. Para hacerlo se debía contar con
instituciones débiles, dispuestas al control y la captura. Y ésta es nuestra
herencia maldita. Por eso nuestras instituciones de justicia son tan
débiles. Son premeditadamente débiles.
“…Porque no hay mayor origen de un poder sin control que el uso selectivo de la ley.”
La
Semana Santa estuvo llena de zozobra. Cada día vivimos el vía crucis con las
noticias de las personas encontradas en privación de su libertad en una zona de
San Luis Potosí. La búsqueda comenzó por 23 personas, turistas que viajaban en
servicio particulares que dieron la voz de alerta sobre un incidente insólito:
su desaparición. La búsqueda inicial, digo, fue por 23, pero en el proceso cada
día fueron localizadas personas privadas de su libertad de las que no había
recuento. Desaparecidos sin nombre y sin registro. Si no me equivoco, la cifra
final fue de más de 120. Migrantes la mayoría de ellos. Secuestrados, siendo
sujetos de extorsiones en un país con zonas de silencio, controladas por el
crimen coludido con autoridades. Es la pérdida de territorios, donde el Estado
mexicano no opera; si acaso sus células lo hacen brindando protección a
criminales.
Esta
es la herencia maldita a la que me refiero. Y que pervive porque quienes hacen
uso del poder no quieren perder esa posibilidad de hacer uso selectivo de la
ley. La aplicación selectiva de la misma como prerrogativa. Porque no hay mayor
origen de un poder sin control que el uso selectivo de la ley.
Gobiernos
de la era democrática han ido y venido, pero no ha existido un proyecto fuerte
de transformación de la justicia penal. El presidente Fox, el paladín de
nuestra democracia, no tuvo la visión para convertir este tema en uno
fundamental de la transición, aunque debo reconocer que en su periodo se
formuló el primer proyecto a la reforma de la justicia penal. Recuerdo muy bien
a su promotor desde Los Pinos, que luego se convirtió en una voz con mucha
fuerza en la transformación de la justicia penal. Con todo, el primer
presidente de la alternancia mexicana no tuvo la fortaleza y la visión para
plantear una agenda de cambios serios a la justicia, y para hacerla realidad.
No sé cómo en ese entonces no se planteó como EL TEMA. No habrá en el país
una justicia de verdad, ni una democracia solvente, sin una transición real en
este ámbito. Pienso que pocos lo entendieron así en su momento.
En
los festines de los gobiernos de alternancia llegó el crimen organizado a
golpear las estructuras del Estado mexicano con todas sus fuerzas. Los
equilibrios del mundo de antes no podían ser sostenibles en el mundo nuevo, el
de un poder que se dispersó, lo que trastocó los equilibrios entre el crimen e
instituciones de Estado. Promovimos un nuevo modelo de poder que no
encontró un asidero en instituciones sólidas que pudieran sostenerlo.
Así
estamos hoy con instancias de procuración de justicia con muy pocas capacidades
de investigación, en el subdesarrollo frente al fenómeno criminal que
enfrentamos.
Me
asusta mucho el México en el que vivimos, porque siento que la brecha entre la
capacidad del mundo criminal y las capacidades de Estado se hace cada vez más
grande. Porque veo que las víctimas del crimen se multiplican y no hay
respuesta por parte del Estado. No puedo dejar de solidarizarme con ellas, al
tiempo que me siento tan vulnerable como la próxima. Y parto de la certeza de
que no habrá una investigación seria para dar con mi paradero y la de otros,
porque existen territorios de ausencia de Estado y de silencio.
Pienso
que el país tiene que reconstruirse en muchos ámbitos. En el de la justicia
casi tiene que partir de cero.
Rehacer
instituciones maltrechas implicará un reto.
Recuperar
territorios perdidos será el gran desafío.
No
habrá más oportunidades para el país si no empezamos por lo básico. Hacer su
presencia vigente en cada confín de nuestro territorio. Ésta es la
reconstrucción sustantiva que importa, la más difícil pero también la más esencial.
Ojalá comencemos ya.
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