1
Es Viernes de Dolores. La azalea del atrio incendia su
color. La planta es un fervoroso morado bajo el sol. Bien se puede decir que es
una oración vuelta flor.
2
El templo se prepara para la Semana Santa o la Semana
Mayor. Cubren las imágenes con tela morada en señal de duelo y para evitar las distracciones.
Así estarán hasta el Domingo de Resurrección. Es una decepción encontrar la
imaginería cubierta. No se pueden apreciar las esculturas.
3
Un recuerdo de la Secundaria: El maestro de Civismo de
jactaba de ser ateo. “¿Semana mayor? —Preguntó al grupo—. ¿Pues cuantos días de
más tiene?”
4
El altar mayor es de estilo neogótico. Al centro, en el
lugar principal, está Cristo bajo la advocación de El Señor del Monte. Su fiesta,
en enero, es grandiosa. La planta del templo es una cruz latina y era parte del
antiguo convento franciscano. Informa la Guía Turística que en 1833 el cólera morbus “azotó a Jocotepec”. Los enfermos
apenas si llegaban a la entrada rogando por su salud. Le pidieron al Señor del
Monte que los librara de la epidemia. En agradecimiento los habitantes de
aquella época, 1834, lo proclaman patrono del pueblo y “…juran solemnemente
celebrar unas fiestas…”.
5
“…sin pedir permiso subí al presbiterio. Me acerqué al
altar y por una abertura que dejaba la cortina le hablé al Señor del Monte en
secreto. «Hey —le dije—. Soy yo». A lo bajito le pedí por mi vida y le platiqué
de lo cansado que es el ir al hospital. Cuando levanté la mirada, por la
abertura miré la mano del Señor del Monte. Le di las gracias y salí del
templo…”
6
Desayunamos con Cuca, así le dicen los de Jocotepec a ese
pequeño restaurante. En cuanto llegamos, como maldición, un cholo le subió el
volumen a su estéreo con música ídem.
Imposible leer el menú de cuaresma con semejante estridencia. “No es un cholo
—me dicen—. Es la bocina del restaurante. Le subieron para hacerte feliz”. Le
pido a la mesera que le bajen al volumen. Ni ella puede escucharme. Casi a
gritos le pido las órdenes del desayuno. Poco después, como remedio, llegó el
conventual silencio. Gracias.
7
En el atrio de la capilla del Señor del Huaje, desde hace
décadas, se coloca al menos un puesto de loza de barro: ollas, cazuelas,
cántaros y jarros. Hoy, Viernes de Dolores, Yo, el Cronista de Zacoalco de
Torres, doy fe que me fallaron. Sí, a dos días del Domingo de Ramos, estoy sin
regalo para mis amistades.
8
“¿Qué ven mis ojos?” Como exclaman las
tragedias griegas. En cuanto llego al Malecón, un cesto de basura, y otros más,
están hechos con influencia del estilo
equipal. “Las cosas que se verán para el fin del mundo”. Decía mi abuela.
8
Un airecito fresco nos recibe en cuanto
llegamos al Malecón de Jocotepec. Una suculenta caricia que peina, o despeina
las palmeras. Una paz inunda el cuerpo. El sol se relaja y bruñe los colores. A
lejos el cerro de García se adueña del horizonte.
9
Una pareja platica en el Malecón. Algo dicen de las
garzas que en el agua reposan. La sombra del mezquite les amaina el calor. Son
las doce del día. El silencio acerca las voces, el viento las aleja. Para
ellos, de seguro, es un Viernes de Dolores inolvidable en Jocotepec.
11
« “Por un
amor/ me desvelo y vivo apasionado/ tengo un amor. Que en mi vida dejó para
siempre/ amargo dolor…” De este municipio es Gilberto Parra Paz, el autor de esa
rola como dicen ahora. «Esa la canta, aparte de usted, Vicente Fernández, Linda
Ronstadt o Betsy Pecanins. También compuso: “Amor de los dos” y “El arracadas”.
Y Los Freddy’s cantaron, allá a finales de los setenta del siglo pasado, “La
peor de las derrotas” de José Vaca Flores, nacido en estas tierras o en estas
aguas, depende para donde mire. Uh, qué se me hace que esta última es de sus
meros tiempos. Véngase una tarde al malecón de Joco. Si pega el grito, aquí no
hay pared que lo atore».
12
Desde el libramiento así se mira Jocotepec. Hasta el alma
se llena de azul. Cielotepec es desde acá. “Y allá donde el cielo y el lago se
juntan. Allá donde se ve la brumita. Hasta allá queda Michoacán”.
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