Pedro
Vargas Avalos
Mucho
se ha escrito sobre el recientemente finado Raúl Padilla López, exrector de la
Universidad de Guadalajara en el periodo 1989-1995. La mayoría inmensa de opiniones
expresadas, refieren sus importantes contribuciones a la cultura en general y
especialmente a la educación universitaria. Poco se habla de sus planes no
cristalizados o de plano fallidos, que como todo ser humano, es claro los tuvo,
resaltando el férreo control sobre su casa de estudios.
El domingo 2 de abril, se le
encontró dentro de su domicilio, exánime y con evidentes muestras de que, él
mismo, se había privado la existencia. Esta circunstancia trágica, de alguna
manera fue connotación de su trayectoria: su padre, el político Raúl Padilla
Gutiérrez, murió el 28 de diciembre de 1972, delante del joven retoño, cuando
este apenas tenía 18 años de edad. Y se asegura que, la misma arma usada por su
progenitor, le sirvió a cabo para perpetrar la fatal decisión con que puso
punto final a su vida, el ahora desaparecido líder moral que fue de la máxima
casa de estudios de Jalisco. Los motivos, los explicó él en una misiva postrera
dirigida a sus “seres queridos, amigos y universitarios.” Indudablemente aquí
se encuentran, desde familiares y protegidos, hasta colaboradores,
simpatizadores y simples universitarios.
El contexto dentro del cual
aconteció el deceso, lo califica como “coyuntura difícil”, situación que
evidentemente se precipitó por dos factores: uno político y otro de salud. El
primero se refiere a que, según su apreciación, era considerado “enemigo por
las máximas autoridades federal y estatal que están dispuestas a perpetrar
cualquier patraña con tal de destruir a ‘sus enemigos’.” Enseguida subraya que
ese escenario no es lo determinante para su personal decisión letal, puesto que
se ha enfrentado a “iguales o peores circunstancias” a las que encaró con
entereza. Pero luego comunica que se ha cerciorado, que, desde hacía mes y
medio, padecía alzhéimer, enfermedad neurológica que produce la pérdida de la
memoria: al respecto menciona que ese padecimiento en su caso, es severo y cada
vez más recurrente, con lapsos de hasta diez horas, cuestión que le dificultaba
crecientemente guardar las apariencias, presintiendo que lo siguiente sería más
terrible, agravado por el estrés.
La conclusión del guía moral del
Alma Máter jalisciense, fue descarnada, valiente y tajante: “Ya no soy útil
como en otras coyunturas” y remata afirmando que sirve más con su partida. De
esa impresionante forma, tras pedir repetidamente perdón, abandonó este mundo,
el forjador de sueños, ejecutor de empeños y muy controvertido, Raúl Padilla
López.
En El Informador del lunes 3 de
abril, las ocho columnas de su primera plana lo decían todo: “Muere Raúl
Padilla; deja legado educativo y cultural.” Por su parte, el periódico “Mural”
de la misma fecha, asienta: “Pierde UdeG a su pilar”. En el diario NTR, se
afirma que el ilustre ausente, era “un ícono”. El impreso “Milenio” en su versión
tapatía, completaba localmente la fatídica nota: “Muere Raúl Padilla, exrector
de la UdeG y gestor cultural”. Otros medios reconfirmaban la noticia y nuestro
semanario Conciencia Pública, en su página inicial publicó: “El Adiós
Sorpresivo de Raúl Padilla” agregando: “Conmociona su muerte al mundo Político
y Cultural”.
Al que esto escribe le tocó conocer
y tratar en algunas ocasiones al extinto dirigente universitario. Cuando éste
apenas era estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras (de la UdeG),
coincidimos, y como lo sería en todo su porvenir, forjó el plan de ser líder
del alumnado de su escuela; en ese proyecto, me incluyó y figuré en su
planilla: él me exhortó para que redoblara mis afanes de escribir.
Tiempo después, el afanoso Padilla
López, ocupó la presidencia de la porfiada organización estudiantil,
mayoritaria cuanto tormentosa, de su época: la FEG (Federación de Estudiantes
de Guadalajara). Por esos días el que escribe, se desempeñaba como Director de
Averiguaciones Previas en la entonces Procuraduría General de Justicia del
Estado: allí, eran constantes los motivos de comunicarse, Padilla buscando
defender a sus seguidores, siendo el mensajero uno de sus apreciados
compañeros. Por tales causas en cierta vez, Raúl me planteó algunos planes
sobre materia política, cuyo fin no era precisamente favorable para el
ejecutivo estatal (Flavio Romero de Velasco). El asunto no pasó a mayores y
quedó como un propósito pendiente, pero revelador de las ansias del futuro
promotor del libro.
Otros dos episodios nos enlazaron:
el esfuerzo por llevar a una mujer relevante a la Rotonda de los Jaliscienses
Ilustres, que el suscrito desplegó, y que el entonces diputado local Raúl
Padilla, retomó: por su influencia logró que fuese, no la heroína insurgente
Rita Pérez de Moreno (que proponía el autor de esta colaboración) sino la
universitaria Irene Robledo. El otro incidente fue cuando buscando fortificar
el Instituto de Investigaciones Jurídicas, le sugerí fuese un abogado oriundo
del Estado y lacónicamente me dijo: ¿Dónde hay alguno que tenga méritos
prominentes? Y se nombró a un jurista destacado foráneo.
Transcurrieron los años y luego de
varios cargos importantes, Padilla López hizo méritos para aspirar a la
Rectoría de la Universidad jalisciense por excelencia. Y el empeño se coronó
cuando, con el respaldo del líder de facto de la Casa de Estudios (Álvaro
Ramírez Ladewig) el 8 de marzo de 1989, encabezó la terna de candidatos que el
Consejo General Universitario envió al gobernador de Jalisco, Lic. Guillermo Cosío Vidaurri.
Este, que fuera amigo cercano del finado padre de Raúl, lo nombró rector, el
cuadragésimo tercero de la historia de la Universidad de Guadalajara, tomando
posesión el 1° de abril y cubriendo el período completo de seis años. En los primeros
meses de su gestión, enfrentó duros cuestionamientos de la combativa FEG y buen
número de maestros, con marchas multitudinarias que estuvieron cerca de
removerlo; sin embargo, con arrojo y habilidad, supo salir avante.
El crecimiento de la universidad fue
palmario durante el gobierno de Carlos Rivera Aceves, sustituto de Cosío,
defenestrado con motivo de las explosiones del sector Reforma de la Perla
Tapatía, en abril 22 de 1992. Aprovechando la transición, llevó a cabo una
trascedente tarea que agigantó a la Universidad, creando una red que cubrió a
la Entidad y benefició a la juventud del occidente mexicano. Ese crédito, y la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), sobre todo, le generaron
una imagen de promotor formidable de la cultura y la intelectualidad, no solo
de México sino del submundo hispánico, con ligas en el orbe entero.
En medio de múltiples éxitos,
nuestro multicitado personaje también registró contratiempos. Quizás los
mayores, fueron su encontronazo con Carlos Briseño Torres, cuadragésimo Rector
(2007-28 de agosto 2008) quien intentó fallidamente, reemplazar a Padilla de su
papel hegemónico en la UdeG. El triste final de ese pleito fue la destitución
de Briseño y después su lamentable suicidio, en noviembre 19 de 2009.
También podemos enlistar como
decepción, su relación con el club Leones Negros de la UdeG, cuando habiendo
conquistado su ascenso (regreso, más bien dicho, pues en 1994, siendo Rector
Padilla López, había descendido de la primera división del futbol nacional) en
2014. El protagónico exrector, asumió la presidencia del club, con tan mal
tino, que al año siguiente (2015) los melenudos volvieron a descender. Y allí
sigue el equipo, en ese purgatorio del balompié, que es la actual división de
ascenso.
Finalmente, un desatino en el ramo
político lo constituyó su alistamiento en la campaña electoral del panista
Ricardo Anaya, en abril 4 de 2018, donde fungió como Coordinador en el ramo
cultural de la frustrada coalición “Por México al Frente”. El antiguo activista
de izquierda, inopinadamente, se sumó a los representantes de la derecha,
quienes fueron sepultados por los votantes del pueblo mexicano.
El homenaje que se rindió al finado
exrector, en el paraninfo de la universidad, institución que controló los 30 años
recientes, -por que recibió fuertes críticas- fue más que merecido, y allí se
dijeron los panegíricos que a pulso conquistó el famoso desaparecido. El
momento no era adecuado para narrar lunares, sino remarcar logros y cualidades,
lo cual se cumplió con creces.
Raúl Padilla López, líder y jefe a
la par, se marchó, pero su genio y figura, estarán presentes, no como un
semidiós, sino como lo que fue: un característico jalisciense, que con sus
defectos –porque errar es de humanos- y tesoneras cualidades, conquistó para
bien de sus coterráneos, notables galardones, y con ellos, un lugar
significativo en las páginas de nuestra historia.
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