Fernando G. Castolo
La
tarde se ladea mientras transcurren las horas apacibles en el poblado. Las
gentes han acudido al llamado de la campana mayor del gran templo parroquial.
Luce pletórico aquel recinto porque el devoto vecindario atiende a la
convocatoria solícitamente, dado que los frailes del Convento de la Santa Cruz
de Querétaro ofrecen sus ministeriales servicios con pláticas recordando los
bíblicos pasajes de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Han dado la tercera llamada, y el reloj marca
las cuatro en punto. El calor, más que sofocante, es asfixiante y los sombreros
y los abanicos deambulan en un constante vaivén frente a los sudorosos rostros
de la feligresía.
Ha
pasado media hora y un ruido extraño se escucha en la tierra y alerta al
vecindario. Fray Francisco Núñez, el orador en turno, trata de calmar los
ánimos exaltados. Está temblando! Gritan las asustadas mujeres, mientras se
hincan y rezan con fervor. Los hombres igualmente se hincan y abren sus brazos
para implorar que se calme el "rigor de la divina justicia".
El movimiento se acelera y se hace más
evidente. Empiezan a correr despavoridas las almas congregadas con dirección a
la entrada principal. Ante el inminente desplome de las bóvedas del templo
parroquial, todos corren y se aglomeran tumultuosamente en la puerta y, en ese
momento (oh, mi Dios!), colapsa el coro, sepultando en sus escombros a las más
de cien gentes congregadas ahí.
Los
que salvaron el derrumbe se apresuran para volverse a introducir a la nave del
templo; entonces, una a una van cayendo sobre las masas las bóvedas, sepultando
a otros más. El fraile Núñez no alcanza a dimensionar la catástrofe de aquel
fenómeno y solamente se limita a esparcir sus bendiciones, mientras se refugia
como puede en la nave del Señor San José, la única que queda intacta. Todo el
escenario es confuso: hay una densa nube de polvo que sofoca y hace arder los
ojos, mientras los gritos destemplados ensordecen el ambiente.
¡Qué
fatalidad! El templo parroquial acaba de perecer, sepultando bajo su ruina a
más de dos mil almas, según se consigna en la ratificación del juramento a San
José que fue redactado tres días después del trágico episodio telúrico. Es el
25 de marzo de 1806, día de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo...
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