Juan José Ríos Ríos
El ser catastrofista,
que se define como la “Actitud de quien, exagerando con fines generalmente
intimidatorios, denuncia o pronostica gravísimos males”, es un mal muy
arraigado en nuestro país, sobre todo por aquellos que, cuidando sus propios
intereses y beneficios, todo lo ven mal, casi ruegan para que fallen, apoyándose
hasta en símbolos religiosos, para que le vaya mal a quien propone algo
diferente, con lo que sin duda, aparte de recurrir al engaño, entorpecen el
cambio y desarrollo del país y de los mexicanos.
Esta forma de actuar se puso más de manifiesto desde que
Vicente Fox, quien tanto prometió cambios e hizo uso de tantas y tantas
mentiras tras llegar a ocupar, inmerecidamente, por sus resultados, el cargo de
Presidente de México, puso en boga la frase “Peligro para México”, calificativo
que utilizó para tratar de impedir la llegada al poder, por la vía legal, del
actual titular del Poder Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador.
Desde entonces se ha multiplicado la actitud de pregonar
y conducirse, incluidos medios de comunicación y sus conductores de noticias o
programas de radio y televisión, de manera exagerada y hasta ruin, prediciendo
males y catástrofes que, por fortuna, no les han atinado. Lo fue con el ahora
AIFA, la Refinería de Dos Bocas, El Tren Maya, y cuanta obra o proyecto se ha
propuesto o implementado, y ahora hablan de colapso de las finanzas públicas
por los apoyos sociales que se otorgan, principalmente a los adultos mayores.
Estos personajes, que en un día perciben beneficios económicos
que en un mes o más tiempo, la gran mayoría de la población no obtiene,
trabajando de manera honesta, y eso pese a que el salario ha recibido generosos
aumentos en tan sólo cuatro años, superando más de cuatro décadas de
impedimento para que “no aumentara la inflación”, aliviando en mucho la
economía de millones de mexicanos, de ésos que no hacen daño al país y han dado
sus mejores años trabajando para un futuro mejor propio y del país.
Lo increíble es que todavía hay muchos ciudadanos,
millones dicen, que viven en la creencia de que todo está y va mal, sobre todo
aquellos que no quieren que se lastimen sus desproporcionados salarios de 500
mil pesos mensuales, de los que hacían jugosos negocios vendiendo medicina al
sector público de salud, aquellos que, por haber organizado un “movimiento
reivindicatorio” para el campo recibían recursos públicos por miles de millones
de pesos de los que no daban cuenta, de militantes y dirigentes de partidos que
se han eternizado en el poder, en los cargos públicos, todos con prestaciones que
en ningún otro país, incluidos los denominados ricos o de primer mundo, otorga
a quienes se encumbra en cargos públicos.
Pues toda esta clase saqueadora de recursos públicos y
naturales, que tienen concesiones de agua para el consumo humano y que utilizan
a su antojo en su propio beneficio, cuando poblaciones, como sucedió en
Monterrey o por lo que se vive en Chiapas, no disponían agua para sus mínimas
necesidades, una rapiña y desvergüenza que debería tener castigo, fin, pero no,
no funcionan por igual, con espíritu de cambio, los tres Poder que norman la
conducta del país y de los mexicanos.
Qué bueno fuera que los ciudadanos reflexionaran más este
tipo de comportamientos, que no se dejaran engatusar por tan sólo ser considerados,
de que existen o son parte de ésa élite. O bien, con la compra de voto a cambio
de dinero o una despensa, ponen en riesgo su propio futuro y del país. Sin duda
que esto ocurre en un México donde, por primera vez, se respeta la libre
expresión, de manifestación, la que raya en actitudes catastrofistas, por parte
de quienes “Van por México” o con otras siglas o lemas, son lo mismo, no salvan
nada, sólo protegen sus intereses de grupo, de partido o personales.
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