Aquiles
Córdova Morán
Comencemos
por recordar que el neoliberalismo fue liberalismo a secas antes de ser lo que
es. Y ¿qué es el liberalismo? Es la filosofía que sintetiza el sentir y el
pensar de la burguesía, es decir, de la clase que ha llegado a convertirse en
la dominadora del mundo gracias a la concentración en sus manos de la riqueza
material y del poder político a escala global.
La
burguesía, como toda clase en ascenso, fue en sus orígenes una clase
revolucionaria que luchaba por derribar las trabas feudales que impedían el
desarrollo del pensamiento humano y el despliegue de todas las capacidades
creadoras del hombre. En otras palabras, luchó contra todo aquello que se
oponía al progreso material y espiritual de la sociedad. El pensamiento
escolástico de la Edad Media y la sujeción absoluta del individuo a los
dictados de la sociedad y el Estado teocráticos de entonces, fueron los obstáculos
principales que había que vencer. De ahí que colocara en el centro de su
programa de lucha la reivindicación de la "diosa razón" y el rescate
de la dignidad y el valor intrínseco del individuo, de sus derechos y
libertades frente a la tiranía de la sociedad feudal.
Liberalismo,
como dicen muchos, viene de "libertad". Pero, ¿de qué libertad se
trata? Los pensadores liberales mismos no dejan lugar a la duda. Libertad
política, libertad de sufragio, de pensamiento, de opinión, de imprenta. Pero
sobre todo y por encima de todo, respeto irrestricto al derecho de propiedad,
libertad de empresa, de comercio, libertad de contratar entre ciudadanos
iguales ante la ley y, en particular, entre obreros y patrones, para
materializar la producción y venta de mercancías y el uso del dinero como
combustible de la actividad productiva. Y como marco a todo esto, la
inviolabilidad y superioridad del individuo frente a la sociedad y al Estado,
de modo que ambos, lejos de oprimirlo y someterlo como en el pasado, deben servir
para factibilizar el ejercicio de todas sus libertades y derechos, logrando de
ese modo la armonía y la paz social.
El
liberalismo es, pues, la exaltación del individuo frente a todo y frente a
todos; es el individualismo llevado a su máxima expresión, por contraste con lo
que ocurría en la sociedad feudal en la cual, según la Iglesia, sus mejores
obras eran "como trapo de inmundicia" a los ojos de Dios. Fue y es la
matriz del humanismo burgués, el que hace al hombre sujeto de virtudes y derechos
inherentes a su naturaleza, sin necesidad de ningún otro requisito para
merecerlos. Así dicho, todo parece miel sobre hojuelas. Pero la verdad es que
esta revalorización del ser humano se funda en una fictio iuris: la igualdad
plena de los individuos en el seno de la sociedad, lo cual está muy lejos de
ser cierto. Darse cuenta de esto es descubrir que el paraíso político,
económico, intelectual y legal creado por el liberalismo, está hecho a la
medida de la burguesía y solo de ella, la cual comienza a disfrutar del mismo
no bien alcanza su objetivo de convertirse en clase dominante. Para los demás,
nunca fue ni es otra cosa que un buen señuelo para sumarlos a la causa y a la
lucha de la burguesía.
De
lo que se trataba realmente era de reconfigurar la sociedad feudal para
adecuarla a las necesidades del capital productivo, de la libre empresa, de la
producción de mercancías y del libre mercado. Hacía falta para ello conquistar
la libertad política, la libertad de sufragio, liberar las potencialidades
intelectuales y físicas del ser humano para ponerlas al servicio del capital.
Era indispensable revalorar al individuo, su libertad e independencia, para
ponerlo en condiciones de vender su fuerza de trabajo sin intervención del
Estado, sin que el Estado tuviera mayores facultades para intervenir en la vida
y la actividad social, salvo las que más arriba dejamos sugeridas. Justamente
por esto, el lema que sintetiza el ideario liberal, muy conocido y repetido
desde su primera formulación en Francia, es: "laissez faire, laissez
passer" (dejar hacer, dejar pasar). De ahí también el absurdo, o la simple
confusión nacida de la ignorancia, de proclamarse liberal juarista y, al mismo
tiempo, enemigo irreconciliable de la simple actualización moderna de ese
liberalismo, es decir, del neoliberalismo.
Los
males presentes en las sociedades gobernadas por el capital no son nuevos ni
son responsabilidad exclusiva del neoliberalismo, como parecen creer algunos.
Son resultado de la política liberal a secas, que viene aplicándose por lo menos
desde principios del siglo XIX en Inglaterra; son los frutos envenenados del
laissez faire mencionado, como lo sabe cualquiera que se preocupe un poco por
la historia económica y social del mundo. Fue Adam Smith, el padre de la
economía clásica del capital, quien formuló, en 1776, en su "Riqueza de
las naciones", el principio angular del libre mercado: la búsqueda del
interés privado, -dijo- traerá como consecuencia inevitable, sin necesidad de
la intervención de nadie, como si todo lo ordenara "una mano
invisible", la prosperidad de la sociedad en su conjunto.
Dejemos
que el mercado y sus leyes actúen con entera libertad, sostenía Adam Smith;
ellos, por sí solos, acabarán distribuyendo la riqueza e instaurando el
bienestar de todos. Así se hizo; pero los resultados no fueron los esperados.
Lejos de ello, la riqueza se concentró cada vez más, tanto al interior de cada
país como entre los propios países, es decir, a escala mundial; mientras que,
en el otro polo, la pobreza se extendía y profundizaba a extremos
verdaderamente irracionales y preocupantes. Este desigual reparto de la
riqueza, de los mercados y de los recursos naturales del planeta, llevado a
cabo por la "mano invisible" del mercado entre las diversas naciones
del mundo, fue la causa fundamental de las dos grandes conflagraciones
mundiales que ha padecido la humanidad. Y no hay que olvidar que esto ocurrió
antes de la aparición del neoliberalismo.
Este
mismo fracaso del mercado fue el que obligó a la aparición de doctrinas
económico-sociales discrepantes de la visión de Smith y su escuela. Una de
ellas, la economía marxista, ganó rápidamente la simpatía de los países pobres
y sojuzgados por los países ricos; y uno de ellos, Rusia, aprovechó la pugna
inter-imperialista de 1914-1918 para emprender el experimento de una economía
sobre bases distintas. Este fue el resultado más notable de la Primera Guerra
Mundial, no esperado por los imperialismos en pugna; y fueron los éxitos
iniciales de la URSS los que forzaron a una revisión y a un atemperamiento de
los daños de la "mano invisible". Franklin D. Roosevelt, presidente
de EE. UU. a partir de 1933, fue quien ideó y llevó a los hechos el "New
Deal" y luego "el Estado de bienestar" que creó programas e
instituciones encargadas de mejorar los estándares de vida de las masas
trabajadoras norteamericanas. El objetivo era apartarlas de la tentación de
pensar en una economía de corte marxista.
Pero
el socialismo fracasó. Reagan y Thatcher otearon a tiempo el colapso de la URSS
y decidieron que era momento de abandonar el capitalismo "suave" de
Roosevelt por un capitalismo "puro" y "duro", un retorno a
los orígenes. ¡Fuera los sindicatos y las mejoras salariales periódicas! ¡Abajo
el seguro médico, la educación gratuita, los programas de empleo temporal, de
vivienda, de servicios urbanos! ¡Alto a las elevadas pensiones por jubilación y
al seguro por enfermedades laborales! Todo eso encarece la mano de obra y disminuye
las ganancias del capital, que por eso no invierte y la economía no crece.
¡Volvamos a dejar todo a la "mano invisible"! Que cada quien viva de
lo que le proporcione su propio capital humano y nada más. Esto es el
neoliberalismo.
El
resultado lo conocemos todos: concentración más acelerada e irracional de la
riqueza; incremento brutal de la pobreza; polarización creciente de la
sociedad; guerras crueles y devastadoras contra las naciones débiles o rebeldes
para imponerles la "democracia" estilo yanqui; barruntos de una nueva
conflagración mundial, esta vez sin vencedores ni vencidos. ¿Qué fue lo que
falló? No hay duda: el mercado, la "mano invisible" de Adam Smith.
Estudios muy detenidos y con cifras irrefutables demuestran que el mercado no
es "racional", no es "justo" y no reparte la riqueza. Son
muchas sus fallas y no es este el lugar para detallarlas. Pero lo que sí puede
y debe decirse es que esas fallas solo pueden ser corregidas por una
intervención oportuna, bien estudiada y medida por parte de los gobiernos y de
nadie más. Son ellos lo que deben suplir al mercado allí donde este la falla.
Pero
lo realmente nuevo del neoliberalismo es, precisamente, que ahora los gobiernos
no solo se niegan a enmendar las fallas del mercado, sino que se suman a las
clases ricas para acelerar juntos la concentración brutal de la riqueza y la
universalización de la pobreza. Los gobiernos dan a los poderosos toda clase de
apoyos fiscales, legales, privilegios y prebendas, bienes de la nación a precio
de regalo, etc., para ayudarlos a enriquecerse a costa de las mayorías. Esto lo
dicen, por ejemplo, gentes como Krugman y Stiglitz, dos premios Nobel que no
tienen nada de populistas y menos de marxistas. Así las cosas, solo hay dos
soluciones reales al neoliberalismo: o el Estado se decide a regular el mercado
sin sustituirlo, es decir, sin caer en un estatismo que ahuyentaría al capital
privado; o de plano se rompe con el capitalismo en favor de un socialismo
modernizado y corregido. Teniendo en mente la explosiva situación mundial y el
peligro de un enfrentamiento nuestro con el imperialismo yanqui, los
antorchistas nos hemos pronunciado, desde hace rato, por la primera opción.
¿Alguien
cree que estamos equivocados y que hay condiciones para el socialismo siglo
XXI? Debería decirlo con claridad y obrar en consecuencia. Lo que no es
admisible es salir con la gansada de un pos-neo-liberalismo, utópico, mal
definido y carente de toda sustentación económico-científica. ¿A dónde se nos
quiere llevar con eso?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario