José
Luis Vivar
Las
palabras de Heinrich Heine fueron proféticas: “allí donde se queman los libros
se acaba por quemar a los hombres”, y después, en menos de cien años, el 10 de
mayo de 1933, miles de estudiantes y maestros saquearon universidades,
librerías y bibliotecas para hacer fogatas con todos esos libros cuyos autores fueran
enemigos del sistema nazi.
Según datos de esa época, alrededor
de 25 mil volúmenes de autores de origen no ario fueron condenados a las llamas
para que no fueran una mala influencia en la sociedad. Al mismo tiempo que
otras noventa poblaciones, en la Plaza Central de Berlín mientras las
llamaradas se elevaban varios metros de altura, una inmensa multitud celebraba con
gritos de júbilo la hazaña del partido Nazi. Se cumplía el primer paso: quemar
libros, luego se haría lo mismo con las personas en los campos de
concentración.
La manía de quemar libros es más
antigua de lo que parece. La famosa biblioteca de Alejandría con casi 70 mil
volúmenes fue arrasada por el fuego, perdiéndose una importante información del
mundo antiguo. De igual forma es de lamentar lo que en nuestro país hizo fray
Diego de Landa, cuando la noche del 12 de julio de 1562 realizó una fogata con
objetos sagrados y 40 códices de los mayas, donde se explicaban los orígenes y
la vida de este mítico pueblo.
Todo esto viene a
colación porque apenas el pasado mes de octubre en la Universidad Complutense
de Madrid (UCM), los integrantes de la Asociación TransMariBibollo lanzaron amenazas
en contra de profesores y de sus obras: Pablo de Lora (autor de “El laberinto
del género”), y Juan Erasti (autor de “Nadie nace en un cuerpo equivocado”),
acusándolos de tránsfobos.
Utilizando páginas
arrancadas de los libros mencionados para escribir sobre ellas toda clase de
protestas e insultos, llama la atención uno en particular: “La transfobia
académica a la hoguera con las terfas”. ¿Significa esto que los mencionados
autores y las mujeres opositoras a ese movimiento se les debe amordazar y
prenderles fuego como hace siglos lo hacía la Santa Inquisición? ¿O es un
llamado para ir por las obras señaladas a la biblioteca de la institución e
incendiarlas?
Es bien sabido que
las mentes radicales jamás entenderán razones ni buscarán la conciliación. Este
tipo de personajes buscan silenciar a quienes no comparten su manera de ver la
vida. Aunque en el caso en particular de la Universidad Complutense, las
autoridades han tomado todo tipo de medidas para proteger a los maestros y al
acervo bibliográfico que resguardan en sus instalaciones.
La amenaza latente
de quienes desean quemar libros demuestra que el fuego sigue siendo una solución
para acabar con las ideas. Hemos aprendido poco como especie a lo largo de la
Historia. Sin embargo, en su momento Ray Bradbury vislumbró algo peor: “no hace
falta quemar libros, si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no
aprende, que no sabe…”.
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