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lunes, 19 de diciembre de 2022

La polarización socio-política mexicana ¿cuándo surgió?

 

Pedro Vargas Avalos

 

 

Desde hace años, específicamente durante el actual período gubernamental que se conoce como Cuarta Transformación (4T) asiduamente se habla de que la nación está polarizada. Políticos, comentaristas, intelectuales, empresarios, líderes y sencillos ciudadanos suelen mencionar la polarización que existe en nuestra república.



            Se habla de polarización cuando la ciudadanía y en general, la población se divide en posiciones contrapuestas, razón por lo que difícilmente coinciden. Si damos una ojeada al panorama mundial, encontraremos que esa ha sido una constante en todos los países, y aún en regiones de cada uno. Dependiendo del grado de animadversión, suelen desembocar en violentos enfrentamientos, que hacen vacile la gobernabilidad y se altere la paz social.


            En los Estados Unidos de Norteamérica, hubo tanta polarización, que los llevó a la guerra de secesión, iniciada el 12 de abril de 1861 con el asalto al fuerte Sumter, y concluida el 9 de igual mes del año 1865, al rendirse el jefe confederado Robert E. Lee, ante el general Ulises S. Grant, del ejército federal norteño. A estas fechas del silgo XXI, aún subsisten signos inequívocos de esas diferencias, las cuales se notaron en el asalto al capitolio de la capital estadounidense, el 6 de enero de 2021, hecho que alentó Trump cuando perdió las elecciones.





            En España, ha sido persistente la polarización. Desde el remoto siglo XVI, cuando los comuneros de Castilla fueron derrotados por los imperialistas de Carlos V, hasta las diversas guerras que por el trono se han registrado, y ya en el siglo pasado, la guerra civil (1936-1939) que dio al traste con la segunda República hispana. El ilustre Gregorio Marañón (1867-1960) afirmó un día: “Es más fácil morir por una idea, y aún añadiría que menos heroico, que tratar de comprender las ideas de los demás.” Y eso es lo pernicioso de la polarización.


            Para no ir muy lejos, pensemos en Bolivia, cuando se derrocó a Evo Morales, quien renunció presionado por la reacción, el 10 de noviembre de 2019: gracias a México, no fue arrestado o hasta asesinado. Otro caso es Brasil, cuando en 2016 se destituyó a Dilma Rousseff, todo por acciones de la oposición conservadora, la cual llevó al poder, poco después, al ultraderechista Jair Bolsonaro, afortunadamente derrotado recientemente en las urnas por el popular izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, que iniciará su administración el uno de enero próximo.  


            En nuestro país, de tiempo acá, se ha reiterado en echar la culpa al presidente de la república, de acentuar esa contradicción sociopolítica. Popularmente, se dice que los mexicanos nos dividimos en “fifís” y “chairos”, es decir en conservadores y liberales, reaccionarios -conservadores- y populares. Los primeros, integran la derecha y por lo tanto son impugnadores de la administración que encabeza Andrés Manuel López Obrador (Amlo), en tanto que los segundos, la izquierda, se nutre de sus partidarios y simpatizadores.





            Una directiva de la Consultoría Integralia, que asesora al sector privado y público sobre riesgo político, Sandra Ximena Mata, afirma que el actual ciclo presidencial, "Ya ha sido un sexenio muy polarizante porque el mismo mandatario ha dividido a la población entre buenos y malos, entre ricos y pobres, entre la oposición y los que están a favor de su gobierno.” (DW.COM, 18-06-2021). Sin embargo, es pertinente dar un repaso sobre los partidos políticos y las ideologías que imperaron en México, para advertir que la polarización viene de antaño.


            Cuando la conquista española, podríamos decir que a partir de 1521 en que cayó la Gran Tenochtitlan, a manos del ibero Hernán Cortés (1485-1547), cuyos tentáculos llegaron hasta lo que es Jalisco, pues aquí tuvo varias encomiendas (Tamazula, Tuxpan, etc.) nuestra nación se dividió: los peninsulares, poseedores de todo; los naturales, dueños de casi nada. Enseguida surgirían los grandes grupos de criollos (hijos de europeos) y de mestizos, producto de la mezcla hispano-indígena. Así transcurrieron trecientos años de coloniaje, en los cuales el saqueo de las riquezas del país fue el pan diario, a la par del desprecio que recibían los indios y los mestizos.


            En la guerra de independencia (1810-1821) fueron notorios los campos en que militaban los mexicanos: realistas o insurgentes. En los primeros, iberos, más principales criollos y el alto clero; entre los independentistas, indígenas y mestizos, sumando buen número de criollos que asimilaron la idea de mexicanidad. Estos grupos, lograda la emancipación política en 1821, se perfilaron como monarquistas y republicanos.


            Caído el imperio del ambicioso Agustín de Iturbide (1783-1824), que solo duró del 21 de julio de 1822 al 19 de marzo de 1823, sus incondicionales se convirtieron en conservadores partidarios de la republica central, en tanto que los republicanos fueron liberales, sostenedores de la república federal. De esa manera continuaría nuestro devenir histórico: una lucha constante entre conservadores y liberales, oligarcas frente a demócratas. La polarización en toda su vigencia.






            Con el arribo del porfiriato, comprendido entre las fechas en las que Porfirio Díaz ocupó de facto la presidencia, el 28 de noviembre de 1876, y que terminó (debido a la revolución que inició Francisco I. Madero el 20 de noviembre de 1910), el 25 de mayo de 1911, es decir, pocos meses después de haber estallado el movimiento maderista que enarboló los principios de “Sufragio Efectivo, no Reelección”, se derrotó a los conservadores, ahora disfrazados de “científicos”. El dictador Díaz, se fue para siempre de la república, habiéndose exilado rumbo a Francia.


            Triunfante el apóstol Madero, este fue zarandeado por los factores de poder sobrevivientes, (residuos del porfirismo) encabezados por los acaudalados, cofrades de jefes del viejo ejército federal, con el apoyo de la mayoría de la prensa y el soslayo culposo de la iglesia. Los mexicanos estábamos polarizados al máximo.


            Tras la expedición de la Constitución de 1917, que no gustó a los conservadores redivivos (empresarios, latifundistas, alto clero) la polarización hizo de las suyas y estalló la guerra cristera (1927-1929) que desangró de nueva cuenta a los mexicanos. Terminado el conflicto, con el Gral. Lázaro Cárdenas (1934-1940), volvieron a la carga y en este tiempo se fundó el Partido Acción Nacional (PAN) definido como instituto de la derecha y contrario a los principios que enarbolaba el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) heredero del Partido Nacional Revolucionario creado en 1929.


            Hoy por hoy, el conservadurismo, identificado con la derecha, se agrupa en la entelequia denominada “Va por México”, que mangonea el empresario -activista social, según él- Claudio X. González Guajardo. En sus filas se nota militan los llamados “intelectuales orgánicos” (periodistas, escritores y pensadores muy consentidos por los anteriores regímenes) desahuciados del poder vigente y por ello, con animoso resentimiento.

            Así ha transcurrido el acontecer nacional. Desde siempre, conservadores contra liberales, oligarcas frente a demócratas. De allí que sea una argucia que el presidente López Obrador sea el causante de la polarización sociopolítica que se advierte en el país. Si es cierto que a cada rato se refiere a los conservadores como sus adversarios; que menciona a ciertos intelectuales como “orgánicos” y a los medios de comunicación tradicionales, como aliados de aquellos, por haber perdido canonjías que, traducidas en dinero, recibían de los anteriores gobiernos. Pero decir la verdad no debería disgustar, porque a quien se le declare, con sentido de responsabilidad y franqueza, debería asumir su realidad. Navegar con un aspecto, y actuar o creer de otra forma, es simulación. Invocar falsedades o inventar calumnias, es indigno. Por ello, afirmaba Carlos Monsiváis, que los conservadores son hipócritas, y su dios, el dinero.


            No podemos negar que la conciliación se debe buscar con afán. Pero nunca sacrificando los principios de patriotismo, justicia, democracia, honradez y moralidad.

           

           

           


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