Juan
José Ríos Ríos
Muy
recientemente se dieron dos casos en Ciudad Guzmán en donde una buena parte de
la zona habitada resultó dañada por dos hechos en los que intervino la mano del
hombre, modificando el entorno. Curiosamente, ambos se ocasionaron casi por el
mismo rumbo, siendo el primero un arrastre de tierra que la lluvia transformó
el lodo, que bajando de la Montaña Oriente dejé sus secuelas y perjuicios en
colonias como La Giralda y otras partes de la ciudad y, más recientemente
todavía, el rompimiento de un depósito de agua, conocido como “Olla”, que
originó más daños en bienes muebles e inmuebles que todavía se trabaja en
algunas partes de la ciudad para limpiar el lodo y demás arrastres que produjo.
Esto, sin duda, debe ser considerado
como un riesgo que se puede volver a producir si es que no se hace nada al
respecto. Independientemente de que se tome el camino de sancionar o no a los
responsables de estas causas y afectos, porque, de hecho, se sigue modificando
las laderas de los cerros que bordean a la ciudad por sus costados este y
oeste, tanto por las construcciones que para ser habitadas rayan en atrevidas
por la zona donde se edifican, como por las modificaciones o cambios de uso de
suelo que han proliferado debido a la floreciente actividad productiva del
aguacate, lo que ya debe de tomarse, por las autoridades competentes, como lo
que es y significa para la gente y el medio ambiente.
Sin duda que todos tienen derecho a
utilizar sus bienes en lo que mejor les convenga, siempre y cuando éstos no
sean generadores de problemas o daños para los demás. El auge del cultivo de
aguacate ha ocasionado el desmonte, a matarrasa, de grandes extensiones de
terrenos, cientos o miles de hectáreas, algunas de las cuales eran de vocación
forestal y otras, las hay, donde sólo se criaban arbustos o plantas endémicas,
otras más, la más, cuando menos en el Valle de Zapotlán el Grande, que antaño
fueron grandes productoras del mejor maíz de Jalisco, ahora lucen el llamado
“oro verde” que, de hecho, requiere mucha agua para su producción: El aguacate.
Y ollas de agua, se ven a simple
vista en laderas de los cerros que forman parte de la cuenca, por el rumbo del
Parque Nacional Nevado de Colima, carretera El Grullo/Ciudad Guzmán, ya no se
diga en lo que Juan Rulfo calificó en su obra Llano en Llamas, como tierras que
no producían más que lástima y dolor, comprendiendo tierras de Tolimán, San
Gabriel, El Jazmín y muchas más del rumbo. Lo mismo y con casi la misma o mayor
proporción, en el Valle de Zapotlán el Grande. Tanto es así, que ya hay voces
que alertan que tanta efervescencia en los cambios de uso de suelo por estas
modalidades en la productividad, está afectando mantos freáticos, de donde se
extrae el agua para el consumo humano.
No menos “generoso” es el proceso de transformar las laderas de cerros para que en éstas se edifiquen grandes y majestuosas construcciones, o bien colonias o nuevos fraccionamientos, que modifican la estructura natural de las mismas, o bien, es tal la despreocupación de quienes hacen éstos y las autoridades locales no lo ven, que vierten los desechos hacia las partes bajas o aledañas, razón por la cual, como sucedió en el caso de las afectaciones a los moradores de La Giralda, por segunda ocasión, cuando las aguas de lluvias que se trajeron con sus corrientes esos materiales y, convertidos en montañas de lodo, contaminaron todo, a lo que se añade lo sucedido el fin de semana anterior, en la añorada y cambiante, Ciudad Guzmán de antes. ¿Qué harán al respecto, las autoridades correspondientes?
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