La
Vida Continúa
José
Luis Vivar
Cuenta
una leyenda que en el momento en que a alguien se le ocurrió acentuar la
primera palabra en latín, surgió el idioma Castellano y con este los primeros
dolores de cabeza para escribirlo correctamente. Esto tal vez suene exagerado,
pero se debe reconocer que no es fácil conocer y aprenderse todas las reglas gramaticales
de nuestra lengua que en América Latina se le conoce como Español.
Parece mentira, pero las
perspectivas han cambiado con el paso del tiempo. Todavía en un pasado no muy
remoto se cuidaba con excesivo cuidado la forma de escribir en cualquier tipo
de texto impreso. Era algo común que además de los dedicados a la prensa, existiera
un filtro de correctores para todo tipo de revistas y anuncios publicitarios. Lo
mismo sucedía en la radio con los anunciantes, y en las casas grabadoras con
los compositores que presentaban sus canciones, las cuales eran revisadas antes
de llegar a los intérpretes. La Gramática imperaba.
A toda costa se buscaba que el
Español funcionase con claridad, y particularmente la mala ortografía era
sinónimo de ignorancia, discapacidad intelectual e incluso analfabetismo en
potencia. Una solicitud de empleo con errores en su redacción era desechada al
momento, nadie perdía el tiempo con la persona que aspiraba determinado puesto.
Lo mismo sucedía
en los talleres de Literatura. Por ejemplo, el escritor zapotlense Juan José
Arreola decía que lo mínimo para cualquier aspirante a escritor es que debía
tener una buena ortografía. Era un secreto a voces entre los talleristas que se
trataba de un requisito indispensable para ser aceptado como discípulo del
autor de La Feria. Quienes carecían
de esa virtud que se aprende en los seis años de educación Primaria, tarde o
temprano abandonaban sus intenciones de dedicarse a las letras.
Pero después algo
sucedió. Algo que desde finales del siglo XX empezó a debilitar la sólida
tradición del buen Español y sobre todo de la ortografía. Se le hizo menos,
dejó de ser importante. Quizás la permisibilidad de los medios, pero también de
quienes educaban y de aquellos que informaban hicieron que se modificaran la comunicación
escrita, la abandonaron. Lo que en el pasado se consideraban horrores, fueron creciendo
hasta convertirse en una “nueva normalidad” que se fue extendiendo hasta
nuestros días.
Sin que se hubiera
especificado, desde un principio las redes sociales han consentido la libertad
de expresión de forma escrita. Cada quien redacta como quiere y como mejor se
da a entender. No hay límites: a las palabras se les disfraza, modifican o
mutilan. La tarea del lector es responder en ese mismo nivel, o arriesgarse a
ser correcto, como desde siempre han dictado las reglas —¿o deberían ser
leyes?— ortográficas y los signos de puntuación, otros componentes que han sido
alterados hasta el cansancio.
Por fortuna esta
guerra no se ha perdido. En muchos hogares donde la lectura es un hábito
familiar, y las escuelas donde los maestros están comprometidos con su labor,
prevalece el estudio de la Gramática, dignificando el buen uso del Español. Es
poco, pero muy importante, y con algo se debe de empezar. Al resto, le
corresponde esmerarse en tratar de escribir de forma correcta, como lo hicieron
las generaciones anteriores que se enorgullecían del conocimiento de la
Gramática, de su elegante caligrafía y de su impecable ortografía. No podemos
olvidarla.
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