Fernando
G. Castolo*
Hombre
bueno, prudente, atento, educado y bromista; proyectaba la personalidad de un
muchacho inocente, no maleado de su entorno bochornoso. Poseía la cualidad de
la palabra certera, a la vez que elocuente, en temas que eran su pasión: el
futbol, la fotografía y la biblia. No, nunca casó, aunque alguna vez nos dimos
cuenta que visitó a una dama en El Platanar. Se vistió para la ocasión y
mantenía la emoción de un adolescente enamorado.
Nos convocó en su torno para organizar una Sociedad de Fotografía del Sur de Jalisco, en donde fui incluido en carácter de "honorario". Gustaba de viajar e invitar a captar, con la lente, el paisaje ordinario de pueblos y bosques, imágenes que adquirían el don de lo extraordinario cuando las interpretaba con su sensible palabra de verdadero artista de postales.
En una charla me comentó que había
nacido en 1931, el año en que se cumplieron los cuatro siglos de las apariciones
de la guadalupana, y que llegó al mundo un 19 de marzo, por ello ostentaba el
nombre de José Guadalupe. También me compartió que había sido "hermano de
leche" de mis tías las Cibrián, dado que él fue amamantado con el dulce
elixir de la madre de ellas; y, en verdad, se trataban como hermanos.
Desde muy joven se interesó en el
deporte, más no como jugador, sino como promotor, siendo bien recordado en su
paso por varios clubes y asociaciones zapotlenses. También fue un apasionado de
la fotografía. En 1951 el llamado "Club Fotográfico", que encabezaban
en Zapotlán los recordados poetas Félix Torres Milanés y Roberto Espinoza
Guzmán, editaron una pequeña plaquette con muestras fotográficas de varios
profesionales y aspirantes a este arte. Su material aparece en ese pequeño
cuaderno que resulta ser un documento interesante que ventila las inquietudes
de las juventudes en esos años. Por la década de los años ochenta y noventa del
pasado siglo, sus trabajos fotográficos enarbolaron los carteles que anuncian
las solemnidades josefinas, llamados Décimas.
Siempre
fue un activo participante de grupos eclesiales, convirtiéndose en un verdadero
protagonista en el nacimiento de la Diócesis de Ciudad Guzmán.
Al final de sus días, cobijó en su
casa-habitación a una Universidad Católica, donde promovió sus eruditos
conocimientos bíblicos e involucró a varios especialistas en temas de Historia
de la Iglesia Local.
Todavía retengo en mi memoria la
última sonrisa que dibujó su infantil rostro en la celebración de su 91 aniversario:
engulló unos camarones, que acompañó con una cerveza, y saboreó la delicia de
un pastel de zanahoria. Feliz despedida para ti, amigo y maestro: José
Guadalupe Barragán Navarro; gracias por tanto y por todo.
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