La Vida Continúa
José Luis Vivar
En los últimos años el uso de los
brazos robóticos, han sido de gran ayuda en diversos sectores de producción en
campos laborales de la ciencia y la industria. Los componentes de sensores
especializados permiten ejecutar funciones con absoluta precisión en menor
tiempo. Destaca la coordinación que engloba la muñeca con las articulaciones.
Asimismo, están fabricados de acero, titanio, fibra de carbono y aluminio.
En
algunos países la popularidad de estos artefactos se multiplica cada día,
porque ofrecen calidad, reducen los costos y aumentan la producción, aunque sustituyendo
toda presencia humana. Esto desde luego que ha provocado protestas, pero la
presencia de los brazos robóticos —cada vez con mayores cualidades—, es algo
que llegó para quedarse.
En
octubre del año pasado, el grupo artístico estadounidense MSCHF (mischief, en
inglés, traducido como Travesura) decidió comprar el dibujo Fairies (Hadas,
1954) del desaparecido artista Andy Warhol, en 20 mil dólares. Dicha obra en
vez de ser sorteada entre los miembros del colectivo fue utilizada para hacer
una serie de copias, pero no a mano, sino mediante tecnología digital y un
brazo robótico. Desde el primer momento la intención fue crear las
delineaciones exactas del autor.
Lo
interesante del asunto fue que no se limitaron a crear una solo copia, sino ¡novecientas
noventa y nueve! Las cuales envejecieron artificialmente exponiéndolas a la
luz, la humedad y el calor, para que adquirieran la misma naturaleza que la
imagen original. El resultado final fue no se hallaron ninguna diferencia y
todas parecían haber sido dibujadas al mismo tiempo.
Después
el grupo anunció al público que estaban a la venta en 250 dólares cada una, con
la novedad de que habían decidido incluir de forma deliberada el original entre
las copias, para que de manera azarosa cualquiera de esas mil pudiera llegar a un
afortunado comprador. Y como se trata de algo serio, al adquirir una pieza de
arte, el cliente obtendría dos certificados de autenticidad: el de la galería
Hamilton-Selway, y del colectivo MSCHF.
Según
sus mismos creadores al observar las imágenes resultaba sumamente difícil encontrar
las diferencias entre la pieza original y sus imitaciones. Tal es la calidad
del brazo robótico que logró plasmar no solo las líneas sino el temperamento
del pulso de Warhol —entonces de 26 años—, al momento de plasmar cada trazo de
esas hadas.
Aunque
la intención de este colectivo fue demostrar lo sobrevalorado que está el mundo
del arte, y que una duplicidad es destrucción, pero al mismo tiempo creación
contemporánea, deja abierta la posibilidad para grupos dedicados a la
falsificación y todo lo que ello implique.
Obras
de Picasso, Monet, Dalí, o tal vez algún Tamayo, Botero, o incluso alguno de
los dibujos de Cuevas, entre otros tantos, podrían ser duplicados con esa
perfección que se obtiene a través de la utilización de los brazos robóticos,
los cuales también son utilizados para crear obras pictóricas, como el que desde
el 2016 se exhibe en el Museo Guggenheim.
Lo
que se hizo con Fairies fue realmente una travesura empleando una invención
tecnológica tan importante y valiosa en la sociedad. Al final de cuentas, aun
con todas las buenas intenciones del colectivo MISCHF fue solo obtener sus
quince minutos de fama, como alguna vez sentenciara Andy Warhol.
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