Fernando G. Castolo*
Casi,
por nada, perecen nuevamente los edificios de la estoica ciudad. La Catedral
volvió a manifestar sus ancestrales cicatrices y, aun así, pretenden algunos
reintegrarle sus emblemáticas torres, las que fue un error construir dado el
peso que, de por sí, ya tiene este monumento histórico.
Volvió a temblar y, lastimosamente, a una hora de haberse realizado el simulacro nacional al que fue convocada la ciudadanía en fecha tan significativa (que nos recuerda el tráfico sismo del 19 de septiembre de 1985), las crisis emocionales se multiplicaron entre la población que sintió el movimiento telúrico.
No,
nunca estaremos preparados del todo para enfrentar el rigor de la naturaleza.
Somos unos ilusos, porque sabemos que ella es muy superior a nuestras humanas fuerzas.
A la hora del temblor se pierden las clases sociales, el status de nuestras
dimensiones profesionales y económicas. Frente a la naturaleza todos somos
iguales por el simple hecho de tener una condición de seres humanos, frágiles
en momentos determinantes de nuestras vidas.
Decía
nuestro celebrado Juan José Arreola: "el temblor dura gestándose una
eternidad y, en fracciones de segundos, logra conmovernos toda la vida".
Es cierto, existe una cierta cultura frente a estos episodios en el valle de
Zapotlán, porque la historia tiene registrados varios eventos que han
conmocionado al vecindario, pero seguimos siendo tan frágiles que no dudamos en
sentirnos víctimas, cuando eso debemos de festejarlo, porque volvemos a nuestra
simple condición humana, la que siente, la que sufre y se mortifica, por sí y
por los suyos, ante lo que no puede controlar.
No perder esa dimensión es la garantía de que seguiremos saliendo adelante a pesar de que los eventos naturales se sigan presentando con más fuerza o de forma más continua. Somos orgullosos zapotlenses, los que nunca perdemos la gran oportunidad de redimir nuestra humanidad, siempre solidaria, frente a los eventos que ponen de manifiesto la gran fragilidad de la que estamos asistidos los vecinos de esta casi cinco veces centenaria Zapotlán el Grande.
Somos
grandes y privilegiados, así debemos de sentirnos, porque Zapotlán sigue siendo
la hermosa madre que nos mantiene bajo su regazo construyendo cotidianos sueños
de trascendencia.
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