Víctor Hugo Prado
Se
cumplieron 8 años de la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl
Isidro Burgos” de Ayotzinapa. De ellos, tres han sido identificados muertos, de
los cuarenta restantes su paradero todavía se debate entre la verdad histórica
y la post histórica que sostienen tanto el Grupo Interdisciplinario de Expertos
independientes como el de la Comisión de la Verdad que encabeza Alejandro
Encinas, subsecretario de Derechos Humanos.
Ya
ocho largos años entre dimes y diretes, entre brincos y zangoloteos estando el
piso parejo no se ha podido “descubrir” lo que todo mundo sabe, fueron
asesinados por un grupo delincuencial cuyos integrantes son y están
reconocidos, en esas atrocidades se tuvo la participación de policías
municipales, estatales y miembros del ejército. El debate y la confusión está hoy
entre perseguir a servidores y exservidores públicos o a los verdaderos
homicidas. Las guerras internas entre la fiscalía y comisiones creadas
exprofeso para atender el reclamo de justicia, entre los militares y el propio
gobierno han llevado el caso al límite de un entuerto exacerbado contra los deudos
de los desaparecidos.
En
tanto que entre detenciones de militares y obstaculización de otras, el decreto de cárcel al exprocurador general Murillo Karam, acusado de delincuencia
organizada y por inventar una verdad a base de torturas y manipulación de
evidencias –que por cierto- no está tirada al piso, entre señalamientos de
crímenes de Estado que no responden a la lógica ni a la razón legal de un
crimen de esta naturaleza, entre filtraciones, manotazos en contra de jueces y
ministerios públicos, entre todo el lodo que intenta aplastar la verdad. Lo
cierto es que hay 40 desaparecidos y de los que sus familias siguen reclamando
la verdad y la justicia, con ello el verdadero castigo de los responsables.
Lo
sucedido en Iguala con los estudiantes de Ayotzinapa es una muestra de la
presencia de grupos de la delincuencia organizada por todo el territorio
nacional, así lo revelan los miles de asesinatos y desapariciones que se han
acumulado en los tres últimos sexenios. Los líderes y capos han logrado
anclarse en importante ciudades y comunidades con plena identificación social,
enquistados en el poder político, no como los actores principales, pero si como
los mandamases que dan visto bueno y financian a candidatos a presidentes
municipales, diputados, senadores y hasta gobernadores.
Mientras
eso sucede a diario, las perversidades de la investigación siguen atentando
contra el reclamo de justicia que exigen los familiares de los 43 jóvenes
estudiantes de Ayotzinapa, caso enredado entre los dimes y diretes de los
responsables de esclarecer el caso. Ocho años de verdades a medias y medias
verdades.
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