Fernando
G. Castolo
Desde
tiempos inmemoriales el valle de Zapotlán se ha visto sometido a los estragos
de la madre naturaleza, estragos que invaden la fragilidad de la comunidad
asentada en su suelo. Severas sequías que han logrado secar el vaso lacustre de
la Laguna; fuertes precipitaciones que han puesto en zozobra al vecindario al
verse afectados por las inundaciones; lluvias de arena que han cubierto a la
ciudad de un fino polvo gris plateado, aparentando las dunas de un planeta
extraño.
Sin embargo, lo que más ha invadido el historial del imaginario colectivo han sido los movimientos telúricos, mismos que se presentan muy continuamente en diversas intensidades. Zapotlán no puede sustraerse de esa realidad, en la que Señor San José ha socorrido los infortunios humanos provocados por "el rigor de la divina justicia".
Muy
recordados son los grandes temblores de tierra del 22 de octubre de 1749,
motivo por el cual se verifica una solemnísima función religiosa al Santo Varón
anualmente; también tenemos en el registro de los anales de nuestra historia el
llamado "Temblor de la Encarnación" que se manifestó el 25 de marzo
de 1806, en que, según el documento que confirma el patrocinio protector de
Señor San José, perecieron dos mil personas bajo la total ruina del templo
parroquial.
Otro
más que lastimó profundamente a la ciudad fue el del 7 de junio de 1911,
dejando igualmente varias víctimas y una ciudad fracturada en gran parte de su
patrimonio edificado. También fuimos afectados por el acontecimiento telúrico
que, sobre todo, afectó a Tuxpan y Colima, suscitado el 15 de abril de 1941,
evento del que, por cierto, existen varias postales en que se observa a la
asustada multitud en procesión por las ruinosas calles de la ciudad cargando la
escultura josefina.
Sin
embargo, el que más hondamente se conserva en el recuerdo de la colectividad
hoy en día fue el verificado el 19 de septiembre de 1985, temblor que evidenció
la fragilidad de la ciudad y de sus habitantes.
Es cierto, aunque había conciencia de nuestra realidad geográfica, siempre será motivo de entorpecimiento un evento de magnitudes tales como este último que, después de 37 años, seguimos pensando como si hubiese sucedido ayer. A pesar de los esfuerzos que se realizan por instancias oficiales y organismos no gubernamentales para sensibilizar a la población sobre estos suelos y estos cielos tan peculiares, nunca, creo, estaremos preparados del todo para enfrentar estos fenómenos naturales.
Aun
así, a la distancia y a la espera de estos eventos, los zapotlenses agradecen
las bondades de estas tierras que han sido el cobijo de varias generaciones
durante varios años. A pesar de todas las fragilidades que sufre el valle, esta
ha sido nuestra casa, la que generosa nos obsequia sus hermosos paisajes y su
maravilloso clima.
Los
zapotlenses tienen a Señor San José como su principal y elemental protector
contra las calamidades de índole natural, tal y como lo dejara plasmado el
canónigo don Antonio Ochoa Mendoza en esta muy sentida décima literaria,
publicada en los carteles que anunciaron las celebraciones josefinas en el año
de 1944:
En
hambre, peste, temblores,
Guerra,
inundación, sequía,
Zapotlán
de noche y de día
A José
pide favores.
Él le
responde: "no llores;
Porque
me invocas con fe,
Tus
angustias calmaré".
Por eso
tan juntos van,
Él,
José de Zapotlán
Y
Zapotlán de José.
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