Fernando G. Castolo*
"...
Mis triunfos en Zapotlán quedaron atrás, allá me conocían desde niño como
'Juanito el declamador'...", nos dice Arreola en la serie de entrevistas
que le hiciera su hijo Orso y que se publicaron bajo el nombre de "El
último Juglar" (1998). Era verdad, Juan José Arreola poseía el
"don" de la "retención"; le era fácil leer textos y
aprenderlos de memoria, para después expulsarlos y repartirlos como quien
"repartía los pescados" en la bíblica cita de la multiplicación de
los panes.
En 1931, en la ceremonia inaugural del monumento al insurgente Gordiano Guzmán (en la antigua plazoleta de Mendoza), Juanito fue invitado para declamar; su hermana Elena había estudiado con él la poesía seleccionada y estaba presta en auxiliarlo si se le llegase a olvidar. Se puso detrás del monumento. Afortunadamente no fue necesaria su intervención, porque Juanito recitó de corrido, y con un acertado sentimiento e hilaridad.
Después,
en las charlas que sostiene con Vicente Preciado Zacarías, se ventilaría el
episodio que recordó Arreola, cuando el Cura de Zapotlán, Toribio de la Garza
Cantú, pretendió solicitarle al Obispo Orozco y Jiménez la excomunión del Padre
Félix Montes de Oca. Entonces don Félix se adelantó a Sayula y se subió al tren
que venía a Zapotlán. Se hizo acompañar de Juanito, quien se vino acompañando a
Monseñor declamándole "El Cristo de Temaca", quedando el mitrado
sumamente complacido.
La
pretendida excomunión nunca se verificó. Sin embargo, a pesar de que era ya un
joven y no aquel niño prodigio que se aprendía todo de memoria, el diputado
César Martino le prometió a Juanito que le traería a Zapotlán al poeta Pablo
Neruda para que le escuchara declamar sus poemas. Martino le cumplió y en 1942
llegó el poeta, "uno de los viajeros más luminosos de América
Latina".
Durante
su estancia, Arreola tuvo la oportunidad de declamarle "Farewell" y
"Poema veinte"; obviamente, Neruda quedó gratamente sorprendido por
esta notable capacidad de Juanito. Después tomaron ponche y sellaron una
amistad que duraría toda la vida. Juanito el declamador creció, no sólo
físicamente sino intelectualmente. Realizó novedades en la exquisita
manufactura de su prosa (cuento y novela, principalmente), que le permitirían
acceder a las más altas distinciones y reconocimientos en México y el mundo,
sin perder nunca su gran capacidad receptiva. Arreola nunca más fue de
Zapotlán... Ahora es del mundo, de todo el mundo, y su limitado mundo, el del
valle redondo de maíz, nunca más lo fue.
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