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martes, 27 de septiembre de 2022

Juan José Arreola paseando por Zapotlán en bicimoto

 


 

Fernando G. Castolo*

 

 

“Nosotros somos los de a pie”, solamente tú andas en bicimoto.​

 

​1

Perdón, perdón por haber llegado tarde al banquete de tu vida… Sí, siendo yo un imberbe, te veo por las calles de Zapotlán, desalineado de cabellos y trajeado, con una gran capa negra, deambulando en tu bicimoto. Parecías un personaje de ficción y a muchos nos daba miedo tu aspecto.



 Tú, en cambio, como aquel fragmento bíblico, siempre nos procurabas: “dejad que los niños se acerquen a mí”, y de las bolsas de tu saco extraías las golosinas que gustoso obsequiabas a la chiquillada. Éramos unos destemplados que corríamos tras el loco del pueblo. Sí, así me lo parecías.


En tus viejos barrios eras un loco, pero para el mundo eras el dramaturgo, el filólogo, el periodista, el conversador, el reconocido escritor hispano que estaba a la altura de un Jorge Luis Borges, de un Alfonso Reyes o de un Pablo Neruda; ganador del Premio Jalisco en dos ocasiones: en 1953 por tu libro "Confabulario" (1952), y en 1989 en el campo de la literatura; ganador del Premio Xavier Villaurrutia en 1963 por tu libro "La feria" (1963); ganador de los Premios Nacionales: en Periodismo en 1977, y en Lingüística y Literatura en 1979; y ganador del prestigioso Premio Internacional de Literatura Juan Rulfo en 1992, entre otras muchas distinciones.


Yo no lo sabía. De hecho, en el pueblo se ignoraba; acaso los intelectuales en torno al grupo cultural Arquitrabe eran los únicos que derrochaban la sabia de tus cualidades literarias. La Vespa Piaggio, igualmente era inusitada; una verdadera novedad pueblerina; en ella bajabas y subías de la casa paterna ―hermosa finca ecléctica en la que naciste― a tu cabaña; de la Casa Lala ―excelente expendio de tintos― a tu cabaña; de la residencia de doña Emilia Vázquez ―entrañable amiga y prodigiosa conversadora como tú― a tu cabaña; del Mercado Municipal ―extasío festivo de frutas y verduras― a tu cabaña; y viceversa.


Tu cabaña, rara arquitectura de una epifanía reveladora, se encuentra al pie de la montaña oriente y junto a la Barranca del Tecolote, ese montículo que domina el gran valle, esa ladera en la que fray Juan de Padilla observó la tierra maldita y la evangelizó hace 500 años. Esa cabaña, reseñada por tu palabra, fue materializada por el arquitecto Joaquín Ponce, y asistida con detalles artísticos del escultor Ramón Villalobos y del pintor Daniel Quiroz. Te refugiaste en ella después de una de tus múltiples crisis existenciales, en las que, como el hijo pródigo, retornaste al hogar. Aquí, en Zapotlán, encontraste la paz, la espiritual, y te reencontraste con las viejas amistades de tus años tiernos. Tus periplos durante esta estadía los revela maravillosamente la pluma de tu amigo y pupilo don Vicente Preciado Zacarías, quien embebió de tus nutricias aguas y, acaso, también observó la zarza ardiente, para mostrarnos tu gran dimensión intelectual y humana.​

 

2

Entonces partiste. Era la mañana de aquel 3 de diciembre de 2001. El cielo enrarecido que cubrió al valle, era de un luto inusitado. Se ofrecía a la comunidad zapotlense el primer informe de Gobierno de la administración municipal y Vicente, que había sido candidato a la Presidencia impulsado por un grupo universitario, cubría las funciones de Regidor. Como legislativo fue elegido para contestar, como era la costumbre, aquel discurso político lleno de obras, acciones y proyectos.


 Don Vicente Preciado Zacarías se limitó a escudriñar, en lo más profundo de su corazón, las altivas acciones de tu palabra ―la escrita y la hablada―, resaltando la gran pérdida de tu lúdica presencia y el enorme hueco que dejabas en el mundo de las letras.


Una discreta lágrima invadió su mejilla, y todos comprendimos que no estaba despidiendo al escritor, sino al amigo, al mejor de ellos. Fue una contestación muy sentida en donde los zapotlenses entendimos que la verdadera grandeza y trascendencia de este pueblo se da gracias a los buenos oficios de los buenos hijos de su suelo, y no en las buenas acciones de una actividad política que es temporal y efímera.


Un recuerdo quedaba, más allá de la impronta en la buena manufactura de una bella prosa: una bicimoto que te trasladó de aquí para allá, por entre las calles empedradas de la antigua Zapotlán. La tarde dejó caer una fina lluvia, antesala de las famosas cabañuelas; después de la intervención de Preciado Zacarías, el cielo se llenó de una tierna luz e iluminó las rieladuras que, como breves ríos dorados, se escurrían por entre las piedras del pavimento.


Te despedías de la forma más sublime que podías hacerlo, y nos dejabas tras de ti un halo de luz, tenue, que se alejaba hacia el horizonte, a través de esas rieladuras que se fundían con el agua del vaso lacustre de la laguna de Zapotlán, donde las garzas erizaban la superficie y los tules entonaban un celestial ángelus. Era la maravillosa manifestación de tu Ordo Amoris…​

 

3

Tú no te diste cuenta, pero Vicente Preciado Zacarías rescató la bicimoto de manos ajenas y la salvaguardó como tesoro preciso y precioso. Era el último eslabón que unía el sentimiento recíproco de la fraterna amistad. La bicimoto, sin embargo, perdió parte de su nobleza, porque había quedado hacinada en un rincón y nunca más volvió a deambular por las calles del pueblo que fue tu inspiración para "La feria" (1963), ese texto maravilloso que, como Mercado Municipal, guarda el ambiente festivo de los colores, de los olores y de los sabores de esa identidad íntima de Zapotlán.​

 

4

Desde lejos, junto a una construcción de canteras, observé la ceremonia de las honras fúnebres que te obsequió el pueblo de Jalisco. Tu efigie escultural se apeñuscaba junto al de otros notables próceres estatales. Previamente tus cenizas caminaron por la pletórica avenida Juárez desde la vieja sede universitaria hasta la rotonda.


Era el triunfo de tu palabra reconocida en tus nativos ambientes. Ahí estás, figura de bronce, con aquella desalineada cabellera que tantas veces sacudió el viento fresco y ligero del valle zapotlense. Te vuelvo a imaginar en la bicimoto y, al término del gran protocolo, corro hacia ti y espero impaciente los caramelos que me obsequiarás. Algo me dices. Tu actitud hablante es tu mejor carta de presentación.


Ahora, en esa distinguida plataforma, te siento ajeno. Ya no eres zapotlense. Ahora eres del mundo, de todo el mundo, de cualquier parte del mundo. Finalmente se hizo evidente la palabra profética que Borges sentenció: «pudo haber nacido en cualquier lugar y en cualquier siglo». Ahora eres el personaje universal, orgullo de Jalisco, de México, de las letras hispanas, pero yo te recuerdo todavía en tu bicimoto por las calles empedradas de tu querida Zapotlán… de tu Ordo Amoris, de todo aquello que es tuyo y que conmovió, incesantemente, tu corazón y tus pasiones más sensibles.​

 

5

¡Qué pequeñez la mía! Cuando te encontré en mi vida, tus cabellos simulaban la cumbre misma del Nevado de Colima. Me quise sentar en tu mesa, pero el banquete había terminado. Perdón, perdón por haber llegado tarde… tan tarde, que solamente aspiré el último aliento de tu expiración.​




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