Fernando
G. Castolo*
“Nosotros somos los de a pie”,
solamente tú andas en bicimoto.
1
Perdón,
perdón por haber llegado tarde al banquete de tu vida… Sí, siendo yo un
imberbe, te veo por las calles de Zapotlán, desalineado de cabellos y trajeado,
con una gran capa negra, deambulando en tu bicimoto. Parecías un personaje de
ficción y a muchos nos daba miedo tu aspecto.
Tú, en cambio, como aquel fragmento bíblico, siempre nos procurabas: “dejad que los niños se acerquen a mí”, y de las bolsas de tu saco extraías las golosinas que gustoso obsequiabas a la chiquillada. Éramos unos destemplados que corríamos tras el loco del pueblo. Sí, así me lo parecías.
En tus viejos barrios eras un loco, pero para el mundo eras el dramaturgo, el filólogo, el periodista, el conversador, el reconocido escritor hispano que estaba a la altura de un Jorge Luis Borges, de un Alfonso Reyes o de un Pablo Neruda; ganador del Premio Jalisco en dos ocasiones: en 1953 por tu libro "Confabulario" (1952), y en 1989 en el campo de la literatura; ganador del Premio Xavier Villaurrutia en 1963 por tu libro "La feria" (1963); ganador de los Premios Nacionales: en Periodismo en 1977, y en Lingüística y Literatura en 1979; y ganador del prestigioso Premio Internacional de Literatura Juan Rulfo en 1992, entre otras muchas distinciones.
Yo
no lo sabía. De hecho, en el pueblo se ignoraba; acaso los intelectuales en
torno al grupo cultural Arquitrabe eran los únicos que derrochaban la sabia de
tus cualidades literarias. La Vespa Piaggio, igualmente era inusitada; una
verdadera novedad pueblerina; en ella bajabas y subías de la casa paterna
―hermosa finca ecléctica en la que naciste― a tu cabaña; de la Casa Lala
―excelente expendio de tintos― a tu cabaña; de la residencia de doña Emilia
Vázquez ―entrañable amiga y prodigiosa conversadora como tú― a tu cabaña; del
Mercado Municipal ―extasío festivo de frutas y verduras― a tu cabaña; y
viceversa.
Tu
cabaña, rara arquitectura de una epifanía reveladora, se encuentra al pie de la
montaña oriente y junto a la Barranca del Tecolote, ese montículo que domina el
gran valle, esa ladera en la que fray Juan de Padilla observó la tierra maldita
y la evangelizó hace 500 años. Esa cabaña, reseñada por tu palabra, fue
materializada por el arquitecto Joaquín Ponce, y asistida con detalles
artísticos del escultor Ramón Villalobos y del pintor Daniel Quiroz. Te
refugiaste en ella después de una de tus múltiples crisis existenciales, en las
que, como el hijo pródigo, retornaste al hogar. Aquí, en Zapotlán, encontraste
la paz, la espiritual, y te reencontraste con las viejas amistades de tus años
tiernos. Tus periplos durante esta estadía los revela maravillosamente la pluma
de tu amigo y pupilo don Vicente Preciado Zacarías, quien embebió de tus
nutricias aguas y, acaso, también observó la zarza ardiente, para mostrarnos tu
gran dimensión intelectual y humana.
2
Entonces
partiste. Era la mañana de aquel 3 de diciembre de 2001. El cielo enrarecido
que cubrió al valle, era de un luto inusitado. Se ofrecía a la comunidad
zapotlense el primer informe de Gobierno de la administración municipal y
Vicente, que había sido candidato a la Presidencia impulsado por un grupo
universitario, cubría las funciones de Regidor. Como legislativo fue elegido
para contestar, como era la costumbre, aquel discurso político lleno de obras,
acciones y proyectos.
Don Vicente Preciado Zacarías se limitó a
escudriñar, en lo más profundo de su corazón, las altivas acciones de tu
palabra ―la escrita y la hablada―, resaltando la gran pérdida de tu lúdica
presencia y el enorme hueco que dejabas en el mundo de las letras.
Una
discreta lágrima invadió su mejilla, y todos comprendimos que no estaba
despidiendo al escritor, sino al amigo, al mejor de ellos. Fue una contestación
muy sentida en donde los zapotlenses entendimos que la verdadera grandeza y
trascendencia de este pueblo se da gracias a los buenos oficios de los buenos
hijos de su suelo, y no en las buenas acciones de una actividad política que es
temporal y efímera.
Un
recuerdo quedaba, más allá de la impronta en la buena manufactura de una bella
prosa: una bicimoto que te trasladó de aquí para allá, por entre las calles
empedradas de la antigua Zapotlán. La tarde dejó caer una fina lluvia, antesala
de las famosas cabañuelas; después de la intervención de Preciado Zacarías, el
cielo se llenó de una tierna luz e iluminó las rieladuras que, como breves ríos
dorados, se escurrían por entre las piedras del pavimento.
Te
despedías de la forma más sublime que podías hacerlo, y nos dejabas tras de ti
un halo de luz, tenue, que se alejaba hacia el horizonte, a través de esas
rieladuras que se fundían con el agua del vaso lacustre de la laguna de
Zapotlán, donde las garzas erizaban la superficie y los tules entonaban un
celestial ángelus. Era la maravillosa manifestación de tu Ordo Amoris…
3
Tú no te diste cuenta, pero Vicente Preciado Zacarías rescató la bicimoto de manos ajenas y la salvaguardó como tesoro preciso y precioso. Era el último eslabón que unía el sentimiento recíproco de la fraterna amistad. La bicimoto, sin embargo, perdió parte de su nobleza, porque había quedado hacinada en un rincón y nunca más volvió a deambular por las calles del pueblo que fue tu inspiración para "La feria" (1963), ese texto maravilloso que, como Mercado Municipal, guarda el ambiente festivo de los colores, de los olores y de los sabores de esa identidad íntima de Zapotlán.
4
Desde lejos, junto a una construcción de canteras, observé la ceremonia de las honras fúnebres que te obsequió el pueblo de Jalisco. Tu efigie escultural se apeñuscaba junto al de otros notables próceres estatales. Previamente tus cenizas caminaron por la pletórica avenida Juárez desde la vieja sede universitaria hasta la rotonda.
Era
el triunfo de tu palabra reconocida en tus nativos ambientes. Ahí estás, figura
de bronce, con aquella desalineada cabellera que tantas veces sacudió el viento
fresco y ligero del valle zapotlense. Te vuelvo a imaginar en la bicimoto y, al
término del gran protocolo, corro hacia ti y espero impaciente los caramelos
que me obsequiarás. Algo me dices. Tu actitud hablante es tu mejor carta de
presentación.
Ahora,
en esa distinguida plataforma, te siento ajeno. Ya no eres zapotlense. Ahora
eres del mundo, de todo el mundo, de cualquier parte del mundo. Finalmente se
hizo evidente la palabra profética que Borges sentenció: «pudo haber nacido en
cualquier lugar y en cualquier siglo». Ahora eres el personaje universal,
orgullo de Jalisco, de México, de las letras hispanas, pero yo te recuerdo
todavía en tu bicimoto por las calles empedradas de tu querida Zapotlán… de tu
Ordo Amoris, de todo aquello que es tuyo y que conmovió, incesantemente, tu
corazón y tus pasiones más sensibles.
5
¡Qué
pequeñez la mía! Cuando te encontré en mi vida, tus cabellos simulaban la
cumbre misma del Nevado de Colima. Me quise sentar en tu mesa, pero el banquete
había terminado. Perdón, perdón por haber llegado tarde… tan tarde, que
solamente aspiré el último aliento de tu expiración.
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