Pedro
Vargas Avalos
El
Senado mexicano se ha puesto de moda en los tiempos recientes, sobre todo
debido a que su líder, (guía de la Junta de Coordinación Política, Jucopo)
Ricardo Monreal Ávila, busca afanosamente ser candidato presidencial, afirmando
en su visita a Guadalajara el 25 de agosto, que es el mejor aspirante y que
incluso, se considera “el arma secreta de AMLO para las próximas elecciones”.
Además, en estos días dejará la presidencia senatorial la abogada Olga Sánchez
Cordero, quien, al rendir informe de su gestión, afirmó que en la corporación
se tiene “representada la diversidad social, política y cultural de una
nación”. Ahora los miembros de ese organismo, están enfrascados en la sucesión
de dicha presidenta.
Históricamente, desde las más
sencillas formas de gobierno, las personas con experiencia tuvieron un lugar
especial, desempeñándose ya como consejeros, ya como gobernantes. En Roma se
conformó con miembros patricios de su sociedad, lo que ya fue una agrupación, y
de allí proviene su nombre: “senatus”, que significa “consejo, asamblea de los
ancianos”, en razón que cada personaje (senator, senador) integrante de esa junta
era de edad avanzada: la palabra latina “senex”, que es la raíz etimológica de
“senador”, quiere decir viejo o anciano.
Originalmente, los senadores
pertenecían a la clase social de los “patricios”, en alusión a ser
descendientes de los padres fundadores de la ciudad. Incluso, en ocasiones ser
patricio era sinónimo de senador. Esto indica que al principio esa calidad solo
la podían ostentar los que pertenecieran a esa clase social privilegiada. Con
el crecimiento de la urbe, y por consiguiente de su pueblo (plebe), hubo
senadores de esta mayoría, la de los plebeyos. Sin embargo, estos individuos
debían ser de los más sabios o juiciosos de su clase. En consecuencia,
invariablemente ser senador quiere decir, persona con experiencia, sabiduría y
distinción.
Esa
especie de funcionario, fue transformándose y adaptándose a los períodos
históricos de la grandeza romana: la república, la monarquía y el imperio. Casi
siempre se desempeñaron como consultores, y por excepción en los interregnos,
fungieron de gobernantes. Con el advenimiento de la monarquía, los reyes
elegían senadores, los cuales eran los preferidos del monarca, y son el
antecedente del senado-consejero del ejecutivo. Esto quiere decir que no eran
propiamente parte del legislativo, salvo casos de excepción.
A
partir del siglo XIII apareció el vocablo común de “Senado”, para designar a la
institución, y de senador, para sus integrantes. En los albores del siglo XIX,
(1808) se creó en España un tipo de Senado, que no tenía función legislativa,
aun cuando si ciertas facultades hasta para suspender la Constitución. Su
formación era elitista -generales, exministros, magistrados, e incluso infantes
del reino- y se nombraba por el soberano. Ya de aquí pasamos a nuestra patria, donde
se luchaba por la independencia política.
Hidalgo,
estando en Guadalajara, ya meditaba forjar un Congreso nacional, según
exposición que redactó durante su estancia en la Perla de Occidente
(1810-1811), donde estableció el primer gobierno mexicano independiente.
Truncado su movimiento, el gran Morelos lo reavivó y en 1814, en la llamada
Constitución de Apatzingán, se insertó un antecedente del senado, al prevenir
que cada Provincia elegiría representantes -entonces denominados diputados- en
igualdad de número, para conformar un Congreso nacional. Esos individuos, deberían
probar: ser mayores de 30 años, poseer patriotismo acreditado con servicios
positivos y “tener luces no vulgares para desempeñar las augustas funciones de
este empleo”. (Decreto Constitucional del 22 de octubre de 1814, para la
libertad de la América Mexicana).
El
siguiente paso para el surgimiento del Senado, se dio entre 1823 y 1824, siendo
estelar la participación de los jaliscienses, entre ellos Prisciliano Sánchez,
Valentín Gómez Farías, Juan Pablo Anaya y Francisco Severo Maldonado. Con luces
propias brilló el extraordinario Doctor José de Jesús Huerta Leal, nativo de
Acatlán de Juárez y maestro de aquella pléyade de trascendentales federalistas.
La culminación fue la expedición de la Constitución Federal de 4 de octubre de
1824, la cual adoptó el sistema bicameral (diputados y senadores), disponiendo
en su artículo 25 que cada Estado seria representado por dos senadores, electos
por sus legislaturas y renovándolos por mitad cada dos años. En Jalisco, la
idea de los senadores caló a tal grado que también se estableció para la
Entidad, un Senado, el cual evolucionaría como Consejo del Ejecutivo.
Las
luchas intestinas que desangraron a la nación, dieron al traste con el sistema
federal en 1834-36, y luego, con el Senado, suprimido en 1845. En la Constitución
de 1857, a pesar de esfuerzos de liberales como Francisco Zarco, la institución
no se consideró. Empero se resintió su falta, porque ya no hubo cámara
colegisladora, con funciones revisoras, así como faltar sus atribuciones de
vigilancia de derechos tanto de individuos como de los Estados, incluso
omisiones en el ramo de juicios políticos y evidente ausencia de contrapeso
político. El Benemérito Juárez promovió volviese el bicamarismo, fructificando
el tema siendo ya primer mandatario D. Sebastián Lerdo de Tejada en 1874,
reabriendo funciones el 16 de septiembre de 1875. En la época maderista, brilló
el senador jalisciense Salvador Gómez, distinguido y valiente partidario del
sacrificado Apóstol de la Democracia, hoy injustamente olvidado.
La presencia de la Cámara de Senadores se
ratificó en la Carta Magna de Querétaro (1917) y con variaciones en su
integración (que, de dos senadores por Entidad, ahora son 3 y 32 de
representación proporcional, sumando un total de 128, lo cual desvirtúa su primigenio
fin) y renovación -antes era de cuatrienios y se elegían popularmente por mitad
cada dos años- que ahora es sexenal. Como quiera que sea, la Cámara Alta está
presente actualmente en la vida de México, superando la etapa de dominio
priísta, cuando a ese organismo iban casi puros veteranos, desechados de la
política real, y que por ello se le llegó a llamar, “cementerio de fósiles”.
El
Senado mexicano actual, recobró su importancia constitucional. No solo reúne a
la principal fuerza emanada del partido MORENA, natural respaldo de AMLO y la
Cuatro T, sino que en el figuran críticos y adversarios del primer magistrado y
su administración, que un día y otro también, lo impugnan y condenan (papel que
practican la tránsfuga Lily Téllez y la impetuosa panista Kenia López Rabadán,
por decir unos ejemplos) por ello es que consideramos que, el Senado, la Cámara
Alta del poder legislativo mexicano, es genuina mascarilla de la política
nacional.
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