Fernando
G. Castolo
La
Señora le dijo que deseaba se le construyese un templo en su honor, señalándole
el preciso lugar: el ancón (a manera de testerazo) que daba origen a dos
calles: las hoy Reforma y Manuel M. Diéguez.
Esta
niña, entonces, fue al lugar, donde existía una mísera miscelánea propiedad de
una señora a la que conocían como Tía Vicenta la Guajolotona, donde atendía a
la numerosa peonada que laboraba en la llanura poniente del extenso valle
zapotlense.
Con
aquella devoción, la pastorcita llegaba al tendejón y se hincaba, besaba la
tierra y se persignaba, ante el asombro de todos.
Frente a la miscelánea vivía una devota
señorita, que gozaba del prestigio en el barrio dado que pertenecía a una
distinguida familia; su nombre era doña María Josefa Hinojosa. Josefita, como
le conocían, trabó amistad con la niña y ella le confió el milagroso suceso.
Cuando la escuchó, inmediatamente le creyó, y
puso manos a la obra en la recolección de fondos para, primero, comprar el
terreno a Tía Vicenta y, posteriormente, iniciar con los trabajos de la
edificación.
Doña
Josefita había interpretado, en los dichos de la pastorcita, que aquella Señora
con un niño sujetándole la mano, no era otra más que Nuestra Señora del Sagrado
Corazón, y a ella se entronizaría el pequeño templo en construcción, atendiendo
el relato de la leyenda aparicionista.
El
inmueble, que con el tiempo se reconocería como Santuario mariano por el gran
número de devotos que concurrían al mismo, se consagró al culto público el 3 de
septiembre de 1878, por el entonces párroco don Antonio Zúñiga Ibarra.
Muy
poco, sin embargo, subsistiría este Santuario, dado que el mismo colapsó en el
temblor del 7 de junio de 1911. El 22 de octubre inmediato, con el apoyo
económico de los acaudalados vecinos de Reforma, mismos que ostentaban
apellidos como Villanueva, Arias, Hinojosa y Vergara, se depositaría la primera
piedra de lo que hoy conocemos como el Santuario de Nuestra Señora de
Guadalupe, construido en el mismo espacio del primitivo Santuario de Nuestra
Señora del Sagrado Corazón.
La
niña Lorenza Venegas pasaría a la historia como una pequeña "santa",
y ese fue el trato que recibió en aquellos años de la segunda mitad del siglo
XIX zapotlense.
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